Especial para «La Tecl@ Eñe»
«Cruel en el cartel,
la propaganda manda cruel en el cartel
y en el fetiche de un afiche de papel
se vende la ilusión,
se rifa el corazón…»
Afiches, Homero Expósito
Lejos ya de la esperanza del esperanto como idioma universal, sigue fragmentado el uso de la lengua como uno de los medios de comunicación preferidos por los primates que somos. Claro, no el único. Nada puede reemplazar a un dedo medio alzado cuando de reprobar se trata. O un beso apasionado, silencioso y húmedo, para decir te amo.
Leo que en la India coexisten veintidós idiomas de uso oficial, además del inglés, seguramente como rémora del colonialismo que azotó a ese país. Canadá es francófono y anglófono, según donde se viva. En nuestra Sudamérica, en Bolivia, por ejemplo, la Constitución de esa patria plurinacional reconoce a treinta y ocho etnias, con sus respectiva diversidad lingüística. Y así podría cubrir páginas y más páginas recorriendo el mapa del mundo para graficar el despelote global del habla. Pero no es mi propósito, serénese y siga con ese café con leche, moje la medialuna como le enseñó su hija y festeje conmigo la noticia que me llega en este viernes frío, pero con sol mendocino, y que me arranca la segunda sonrisa de la mañana: ha muerto Jorge Rafael Videla, varias veces condenado por genocidio, en prisión, como corresponde. Mis nietos tendrán una mejor vida sin esa lacra pisando la tierra. Nosotros también. Ahora habrá que leer, atentamente, cada aviso fúnebre en los diarios serios de la Argentina, como enseña Rogelio García Lupo. La primera sonrisa fue, como es habitual, la juguetona cola de mi perro, dándome la bienvenida al mundo de los somnolientos.
Pero volvamos al idioma. O los idiomas. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner declaró, enfáticamente, que no va a proponer ninguna reforma de la Constitución Nacional que nos rige. Al día siguiente el diario «Clarín» y sus secuaces titulan: «Cristina volvió a coquetear con reformar la Constitución». Según la monarquía del idioma castellano coquetear es «Tratar de agradar por mera vanidad con medios estudiados». Si dejamos de lado el párrafo que alude a los «medios estudiados» (desde McLuhan, pasando por Eco y hasta Ramonet, para no abundar) no encuentro relación semántica entre los dichos presidenciales y el exabrupto mediático. Eso sí, que la Morocha es coqueta resulta evidente. Pero la relación ideológica aparece un poco más clara. Es como la nueva (¿nueva?) estrategia de victimizarse con una inventada intención de intervenir las empresas del Grupo para luego salir a decir que el alboroto autopromovido frustró ese intento. Sí, eso que estás pensando: retorcido y falaz. Cuando el gerente de la Ciudad Autónoma de los Buenos Aires, y las hermosas minas y los muchos baches, dice que emite un decreto de necesidad y urgencia para salvaguardar el derecho de expresión y la libertad de prensa, ¿está diciendo, exactamente, eso?. ¿Se habla el mismo idioma en nuestra matria? No me refiero a localismos, modismos y regionalismos. Todos sabemos que lo que en Berazategui son colitas, aquí le llamamos chapecas; lo que en Gualeguaychú es culo, en Mendoza es poto; si viviera en Santiago del Estero mi choco sería mi perro. Ejemplos, nomás. Al fin y al cabo son maneras de la identidad popular.
Desde el asiento delantero del taxi porteño y mientras procuraba que el taxista no me hable, veía el afiche con el rostro de Graciela Ocaña y el texto que lo acompaña (la rima que acaba de aparecer me confirma como pseudopoeta de cuarta. Perdón): «Para terminar con la corrupción sólo hay que hacer lo correcto». Y uno que se duchó cantando «El necio», de Silvio, que salió a la intemperie como un pájaro liberado, uno tiene ganas de encontrarse con la así llamada «Hormiguita» (¿negra o colorada?), invitarla a tomar un café con tortitas mendocinas y preguntarle, mirándola a los ojos, si no es lo correcto haber reabierto las escuelas técnicas, haber creado nueve nuevas universidades públicas, haber incorporado casi tres millones de nuevos jubilados al servicio previsional estatal y reajustarle el canon dos veces por año, legalmente, si no es lo correcto crear casi mil quinientas escuelas nuevas y haber repartido más de dos millones y medio de computadoras a los y las estudiantes del país, si la Asignación Universal por Hijo y por Embarazada o la regulación de los derechos de las trabajadoras de servicio doméstico, los programas de construcción de viviendas, la Ley de Medios y la de Identidad de Género o los juicios a los genocidas y el matrimonio igualitario y una casi interminable lista de conquistas conseguidas y, en muchos casos, recuperadas, no son lo correcto.
Tómese el cafecito, Graciela, porque veo que el repaso parcial de los logros de la década la tienen un poco atragantada, como si la tortita hubiese hecho una escala técnica en su delicado y femenino esófago. Visto lo cual, le prometo no seguir para que usted no se revuelva incómoda en su silla. Trague tranquila y digiera con lentitud, como aconsejan nutricionistas y gastroenterólogos.
«Ella o vos», proponía el ingenio de un señor pelirrojo, colombiano y derechoso. Se supone que Ella es la Morocha y vos sos tan gil que te comés el amague. La jueza Burubudubudía le dijo que eso era campaña electoral y, como todavía falta un tiempito para eso, le ordenó guardar los afiches para mejor oportunidad. Mientras tanto, entonces, sigue siendo «Ella y vos». Después de octubre hablamos.
Es que nuestra Historia brinda ejemplos patéticos en el uso y mal uso de los significados. Sólo con recordar que el Golpe de Estado del 16 de setiembre de 1955 fue presentado, y es recordado, como Revolución y para más sorpresas, ¡Libertadora!. Y el de Onganía, el 28 de junio de 1966, también como Revolución Argentina («A mí me derrocaron las veinte manzanas que rodean la Casa de Gobierno», dijo don Arturo Illia), alcanza para ejemplificar que, por ejemplo, el término «revolución» brilla cuando acompaña la trayectoria del Che o Manuel Dorrego y se bastardea en boca de los delincuentes que se robaron bebés o desaparecieron a casi toda una generación.
En fin, que en nuestro territorio de la lengua, ese que Carlos Fuentes consideró, virtuosamente, como de «la mancha» y que, sin embargo, hace a la región «más trasparente», una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Por eso, si usted se encuentra con afiches llenos de vacío conceptual puede suceder que le ocurran dos cosas: que se quede perpleja ante la abstracción gramatical o que empiece a sospechar que le están escondiendo las intenciones, por impresentables.
El consejo, si me lo permite, es que siga con el café, sus nietos, su perro, sus amigos, sus amores y los compañeros, en este vuelo de pájaro libertario y hoy, con un monstruo menos en el camino.