La indignación vuelve a ocupar, de manera inesperada e intempestiva, las plazas. Lo hace en Turquía y el guión se repite. Ocupación del espacio público, papel clave de la juventud, malestar con la clase política, y en particular con el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, unidad en la diversidad, uso de las redes sociales, y violencia policial sin paliativos. El espíritu indignado regresa, pero con características propias y en nuevos contextos. Y la emblemática plaza Taksim, en el centro de Estambul, es su epicentro.
Lo que empezó como una protesta para salvar el parque Gezi, situado en la plaza Taksim, frente a la ofensiva del Gobierno por convertirlo en un gran centro comercial, ha derivado, tras la violenta represión policial a la misma, en una explosión social que marcará un antes y un después. Muchos han dicho «ya basta» a la prepotencia y al autoritarismo de Erdogan, a sus intentos por imponer un modelo social de corte islamista, con medidas que limitan el consumo del alcohol, entre otras, a las políticas neoliberales que aumentan las desigualdades y a la falta de libertad de expresión y prensa que persigue a medios y a periodistas independientes.
El malestar que estalló en Estambul ha conectado con una indignación generalizada en todo el país, dando lugar a protestas en más de sesenta ciudades, incluida la capital Ankara. Una dinámica sin precedentes y la mayor movilización social en Turquía en los últimos diez años, que muestra el descontento de una parte significativa de la sociedad turca con las políticas del Gobierno. La otra cara del crecimiento económico conseguido por Erdogan es su empeño por concentrar más poder y menospreciar y reprimir a quienes se oponen a sus políticas, así como la aplicación de unas medidas de recortes sociales, reformas laborales y privatización del sector público que han agrandado la disparidad de rentas.
La indignación ocupa las calles en Istambul, Ankara…, como antes lo había hecho en Túnez, El Cairo, Madrid, Barcelona, Atenas o Nueva York. Y a pesar de las diferencias de contextos, hay unos elementos comunes. Uno es, justamente, la ocupación del espacio público, reivindicando su uso social frente a los intentos de mercantilizarlo. Los indignados en el Estado español siguieron la estela de quienes ocuparon anteriormente la Kasba en Túnez y Tahrir en Egipto. Tomar la plaza se convirtió en un símbolo del 15M, que se extendió a muchas otras ciudades de Europa, llegando incluso a Estados Unidos con Occupy Wall Street. Ahora Taksim se alza como un referente de la Primavera Turca, ante los intentos del Gobierno de acabar con dicho espacio.
Otro elemento común es el papel clave de la juventud. El movimiento indignado y occupier se caracterizó por hacer emerger una nueva generación militante, jóvenes que nunca antes habían participado en protestas sociales se sumaron, entonces, a la movilización. En Turquía se repite la historia. Y ahora miles de jóvenes salen a la calle por vez primera para exigir un cambio.
En Tahrir se gritaba «Abajo Mubarak», en Sol o Pl. Catalunya «No nos representan» y en Taksim «Erdogan dimisión». El malestar con la clase política ha sido una constante. En Turquía, los manifestantes han conseguido colocar contra las cuerdas a un intocable primero ministro y cuestionar sus políticas y su autoritarismo. A diferencia de Túnez y Egipto, la protesta no tiene la masividad ni la capacidad desestabilizadora de sus vecinos del Sur. Muy difícil será que Erdogan dimita, como claman las paredes del centro de Estambul, pero, como decíamos también aquí, «ya nada volverá a ser como antes».
La diversidad y pluralidad de aquellos que protestan es otro de los rasgos característicos de la Primavera Turca. Laicos, alevíes y suníes, mayores y jóvenes, feministas, ecologistas y activistas LGTB, entre muchos otros, unidos bajo una misma causa. Lo mismo que sucedió en Tahrir, donde militantes islamistas y laicos luchaban codo con codo para derrocar a Mubarak. Ni divisiones religiosas ni étnicas ni ideológicas. Como decía una activista en Taksim: «El gas lacrimógeno saca el lado humano de las personas». Y las une.
El uso de las redes sociales ha vuelto a ser clave para dar eco y visibilidad a la protesta. Ante el silencio de los medios de comunicación de masas, Twitter y Facebook, muy populares en Turquía, se han convertido en canales alternativos de información. En los primeros días, el hashtag #occupygezi, en Twitter, permitió difundir lo sucedido y sumar apoyos. Y según un estudio de la Universidad de Nueva York en tan solo ocho horas se llegaron a enviar dos millones de tuits sobre las movilizaciones en el parque Gezi. Unos hechos que nos recuerdan a Túnez y a Egipto, con el papel jugado por los blogueros y los «periodistas ciudadanos» en las redes sociales, así como las protestas en el Estado español y el uso clave que hicieron de dichos instrumentos.
La criminalización y la represión policial ha sido la tónica habitual. Salvando las distancias y los contextos, el uso de la fuerza para hacer callar a quienes luchan ha sido la norma desde Túnez a Turquía. Lo vimos en Egipto, 900 activistas asesinados en la revolución, el movimiento indignado y occupier sufrió, también, una fuerte represión. En el Estado español, se han generalizado, desde entonces, las detenciones preventivas, los abusos policiales con cargas injustificadas, las multas penales o administrativas, el número de heridos en las protestas, etc. En Turquía, tres manifestantes ya han muerto, dos de ellos por el impacto de bala en la cabeza, y hay 4.177 heridos, según el Colegio de Médicos de Turquía.
La Primavera Turca se enmarca, desde su propia especificidad y rasgos distintivos, en la protesta indignada que va de Tahrir al 15M hasta a Occupy Wall Street. Las explosiones sociales de los dos últimos años no son clones una de la otra, pero se influencian recíprocamente. Un fantasma continúa recorriendo Europa y el mundo, el fantasma de la indignación y la desobediencia.