Por Estrella Gutiérrez
Misoginia es la palabra que brota de las sindicalistas latinoamericanas a la hora de definir aquello contra lo que luchan para conquistar espacios de dirección en las organizaciones de trabajadores y trabajadoras de la región.
«Los problemas para las mujeres trabajadoras se recrudecen en mucho por actitudes misóginas que obstaculizan aún más el avance a sus derechos e imposibilitan la participación en puestos de decisión de quienes trabajan por modificar la cultura existente en el sindicalismo», dijo la mexicana Martha Heredia.
«La participación de las trabajadoras latinoamericanas en cargos sindicales no corresponde en porcentaje al número de mujeres insertadas en el mundo laboral», recalcó la presidenta del Comité de Mujeres Trabajadoras de la Confederación Sindical de Trabajadores y Trabajadoras de las Américas (CSA).
Heredia y las demás lideresas sindicales entrevistadas por IPS recuerdan que solo una latinoamericana logró presidir una confederación de sindicatos. Es la chilena Bárbara Figueroa, que desde 2012 encabeza la Central Unitaria de Trabajadores, la mayor del país, con más de medio millón de afiliados.
Alexandra Arguedas, responsable del programa de género de la CSA, explicó que para forzar la participación femenina, la confederación demandó a sus centrales afiliadas, durante su II Congreso Ordinario de 2012, que establecieran una cuota de 40 por ciento para las mujeres en sus estructuras directivas.
La CSA nació en 2008 de la fusión de todas las confederaciones continentales, aglutina a más de 50 millones de afiliados de 53 organizaciones en 23 países e integra la Confederación Sindical Internacional (CSI), fundada dos años antes con la convergencia de la decena de centrales que hasta entonces fragmentaban el sindicalismo mundial.
Arguedas detalló desde la oficina centroamericana de la CSA en Costa Rica que la mayor participación y representación de las trabajadoras es, además, un pilar de la autorreforma sindical, el proceso de renovación y adaptación a las nuevas realidades económicas y sociales de las estructuras, tareas y planteamientos del movimiento sindical.
En esa autorreforma, argumentó, comienzan a aplicarse «auditorías participativas de género, un instrumento clave para tener una verdadera transversalidad de la perspectiva de género en toda la organización sindical». También se impulsa la capacitación femenina y se fuerzan delegaciones paritarias en todas las actividades.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 55 por ciento de las mujeres participan en el mercado laboral de la región, mientras los hombres lo hacen en 79 por ciento. Pero la brecha se acorta en forma notoria y entre 1990 y 2006, la tasa de participación femenina creció en 11 puntos porcentuales, mientras que la masculina cayó un punto.
La brasileña Didice Godinho, fundadora en 1987 de una de las primeras comisiones de la mujer dentro de una central sindical de la región, destacó que esa creciente inserción laboral es la que fuerza a incorporar los temas de género en la agenda sindical, junto con la presión incansable de militantes sindicales y feministas.
La investigadora social, quien coordinó hasta 1993 la entonces comisión y ahora secretaría de la mujer en la Central Única de Trabajadores de Brasil, la mayor del país y con más de 23 millones de afiliados, sintetizó los retos de la paridad en el estudio «Sindicalismo latinoamericano y políticas de género«, de 2009.
Además de la cultura patriarcal, especialmente anidada en el sindicalismo con independencia de su orientación ideológica, Godinho recordó que hay trabas para la plena participación de las mujeres en la vida sindical, como su papel reproductivo, a las que el movimiento debe dar respuesta.
La especialista aplaudió que la CSA tenga entre sus propuestas fundacionales que «el movimiento sindical sea inclusivo» y que promueva la paridad en sus órganos directivos y en todas sus actividades. Pero subrayó que llevar los postulados de igualdad a la práctica «es un desafío pendiente».
Eso lo sabe Marcela Máspero, la mayor exponente femenina del sindicalismo venezolano, para quien «es muy complicado ser mujer y sindicalista en un ambiente donde se ha arrocado (atrincherado) la misoginia, donde se desconfía que tengamos no ya iguales cualidades, sino igual voluntad, compromiso, disposición y capacidad».
Máspero, coordinadora de la Unión Nacional de Trabajadores (Únete) y vicepresidenta de la Federación Sindical Mundial, consideró que políticas de género como las impulsadas desde la Organización Internacional del Trabajo ayudan a la formación y la normalización de las mujeres en las labores sindicales.
Pero la lideresa de Únete, con 1,5 millones de afiliados del sector público y privado, duda de las cuotas como instrumento para la participación que corresponde a las mujeres en los cargos sindicales.
«El espacio lo ganamos en la batalla, codo a codo con el hombre, contra el adversario común: el patrono, el capital, la burocracia, y en esa batalla no necesitamos concesiones, porque la mujer tiene los mismos valores y capacidades que el hombre para participar y dirigir», afirmó.
Únete y Máspero apoyan decididamente el Socialismo del Siglo XXI que impulsó el hoy fallecido presidente venezolano Hugo Chávez (1999-2013), pero ella es una figura incómoda para el poder «porque mi trinchera es la lucha por los trabajadores» y «la confrontación con la tecno-burocracia profundiza la autonomía».
Las sindicalistas, recordó, deben compatibilizar compromisos como «ser madres, esposas cuando lo son, sostenes de hogar, trabajadoras y activistas sindicales o políticas». Así que las cuotas «se quedan en un maquillaje si no se las ayuda en forma práctica a compaginar esas funciones».
Máspero destacó que el movimiento sindical latinoamericano está predominantemente en manos de la izquierda, «pero tiene un comportamiento retrógrado en materia de género, está aún dominado por la cultura patriarcal y machista».
«No veo mujeres dirigiendo el movimiento sindical en Cuba, en Argentina, en Brasil, solo en Chile los discursos se han traducido en práctica», afirmó.
Heredia, que también integra la dirección del Sindicato de Telefonistas de México y ostenta funciones sobre políticas de género en su país y la CSI, consideró que las lideresas sindicales tienen como reto «impulsar el papel que corresponde a las trabajadoras no solo en el ámbito sindical sino en las negociaciones colectivas».
«Debemos ser vanguardia en reivindicar los derechos de las mujeres, en especial el del trabajo digno, que incluya salario remunerador, seguridad social, negociación bilateral y tenga como eje transversal la perspectiva de género», concluyó.