Mi mejor amigo orinó anoche sobre la puerta de mi casa. Vivo en un cuarto piso, sin ascensor, departamento alquilado. Los perros suelen hacer este tipo de cosas, para marcar el territorio, para espantar a otros machos. Pero él no es un perro, es mi mejor amigo. Además, ese no era su territorio sino la puerta de mi casa.
Unos minutos antes, mi mejor amigo estaba esperando el colectivo. Su vejiga estaba por reventar. Intentó luchar contra ella, pensar que pronto llegaría el transporte, pero eso ya lo venía haciendo durante veinte minutos. Entonces, recordó que yo, su mejor amigo, vivía a tan sólo unas cuadras de allí, en Callao 1425, cuarto piso, sin ascensor, departamento alquilado. Dejó la parada y comenzó a caminar. Al rato aceleró su andar y luego corrió. Cada metro avanzado pesaba enormemente sobre su vejiga. Se le ocurrió ingresar en un patio y orinar sobre una pared, un árbol o una garrafa de gas. Pero faltaba menos de una cuadra para mi edificio y le pareció una falta de respeto hacerlo. Se pueden decir muchas cosas sobre mi amigo, pero no es irrespetuoso. Tomó una bocanada de aire fresco y recorrió la distancia que lo separaba del inmueble. Subió los cuatro pisos. Cada escalón lo obligaba a contraer los músculos para retener el líquido que pedía a gritos ser liberado.
Cuando finalmente llegó al departamento, golpeó la puerta. Luego tocó el timbre. Y nuevamente la puerta. Golpeó con fuerza. Pero no había nadie en casa. Justo en ese momento, cuando tanto me necesitaba, yo, su mejor amigo, preferí estar en un bar. Sentado tranquilo junto a la barra, trataba de seducir a toda mujer que se cruzaba, intentando convencerlas que vinieran a mi departamento. Mientras tanto, mi mejor amigo, que había confiado ciegamente en mí, estaba desesperado junto a mi puerta. No pudo aguantar el descenso de los cuatro pisos. Lo máximo que pudo hacer fue dejarme una nota arrugada en la cual había escrito “perdón”.
La chica que aceptó venir a casa aquella noche se arrepintió cuando vio el charco en el umbral. “En primer lugar”, dijo, “esto es un asco. No pienso pisar ahí. Segundo, aunque lo limpies, el olor ya debe haber invadido toda la casa. Y por último,” agregó torciendo levemente sus labios, “si tu mejor amigo mea sobre la puerta de tu casa, algo debe significar”. Y luego de un silencio breve agregó, “algo sobre vos”. Después se retiró. Ella fue quien, antes de irse, me contó que así es como los perros marcan su territorio. Al decirlo, hizo una breve pausa después de la palabra “perro” y me miró fijamente a los ojos, como queriendo decir que había mucha semejanza entre mi mejor amigo y dicho mamífero. Traje un trapo de piso y un balde con agua y mientras limpiaba, canté una canción. Me sentí muy contento de haberle sido útil a mi amigo.