En un número cercano a las cuatrocientas ciudades del mundo, y ciertamente enmarcada en las voces de una nueva sensibilidad que pide a gritos un cambio de rumbo planetario, se realizará esta semana (25M) una protesta global en rechazo a las actividades de la transnacional Monsanto.
Defensores del medio ambiente, de los derechos humanos, del movimiento Occupy, de agrupaciones campesinas, colectivos antilucro, humanistas, ecologistas, vecinalistas, anarquistas, altermundistas y una gran cantidad de otras organizaciones y personas, aúnan sus voces para denunciar enfáticamente la masificación y creciente monopolización en el uso de semillas genéticamente modificadas, que, junto a los millones de toneladas de pesticidas vertidos, afectan la salud de la población y el equilibrio medioambiental en beneficio del agronegocio concentrado en pocas manos.
La declaración convocante indica además la fuerte connivencia existente entre los intereses de la corporación Monsanto y la administración estadounidense, que aprueba el consumo de los productos transgénicos sin efectuar rigurosos análisis de sus efectos a largo plazo. A esas medidas, se agrega la protección legal contenida en la reciente la ley H.R.933, más conocido como ¨Monsanto Protection Act¨ que, entre otras cosas, niega autoridad a las cortes federales para cesar la plantación y venta de cosechas transgénicas. La Justicia norteamericana, por otro lado, ha brindado cobertura a las demandas efectuadas por la compañía contra pequeños agricultores, con la argumentación de violar la ley de patentes.
En algunas ciudades como Córdoba, en Argentina, donde la empresa planea instalar una nueva planta de semillas transgénicas de maíz (por ahora frenada por la oposición ciudadana y una medida cautelar ante la Justicia), la manifestación de repudio se realizará el día 23 de Mayo. Los organizadores adoptaron la medida para no colisionar con los actos públicos previstos para el festejo nacional del día 25, aniversario conmemorativo de la gesta libertadora de 1810.
En virtud de la importancia del tema, relacionado con la necesidad humana básica de alimentación, bien vale profundizar un poco en la materia.
¿Quién es Monsanto?
Monsanto es una corporación transnacional estadounidense cuya central se encuentra en St. Louis, Missouri. Si bien es conocida desde larga data por su producción de químicos para la industria alimenticia, plásticos y pesticidas, así como también hormonas
para el engorde bovino, actualmente se concentra principalmente en el negocio de la biotecnología aplicada al cultivo transgénico y al combate de plagas que lo afectan.
Monsanto concentra actualmente más de un 80% de las ventas de semillas transgénicas en el mundo. Las restantes principales empresas en este negocio son la alemana Bayer, la suiza Syngenta y la también norteamericana Dupont/Pioneer, en ocasiones competidoras, en otras aliadas de Monsanto.
Sin embargo, es difícil responder cabalmente a la pregunta ¿quién es Monsanto? La mayoría de sus acciones se encuentra en manos de fondos mutuales y de inversión, ranqueando entre los principales el grupo Fidelity Investments (controlado por la familia de Edward C. Johnson II, con algo más de un 8%), The Vanguard Group (casi un 10%), State Street Corporation (un 4.35%) y la neoyorquina BlackRock Institutional Trust Company (con una participación cercana al 3%).
O sea, nos encontramos ante un conglomerado mundial, propiedad de empresas de servicios financieros, a su vez compuestas de infinidad de anonimidades. Este hecho amerita ya una reflexión acerca de la perversidad del sistema económico actual, dominado esencialmente por este tipo de corporaciones donde la anonimia propietaria es la regla. Perverso, afirmamos, ya que esta anonimia permite solamente responsabilizar en términos pecuniarios a las actividades que despliegan estas compañías, afectando en el peor de los casos a sus gerentes de astronómicos sueldos que tienen que poner la cara por ello, pero manteniendo ocultas las identidades de los capitalistas. Por otra parte, el pequeño inversor desconoce la jungla cruzada de apuestas de la institución financiera a la cual confía sus ahorros, con lo que tampoco puede ejercer un buen examen de conciencia, acerca de la dirección moral en la que se usa su dinero.
Por tanto, ya que no podemos conocer a sus dueños, estudiaremos a Monsanto por sus actos.
Una amarga historia, apenas edulcorada artificialmente
Monsanto fue fundada en 1901 en St. Louis, Missouri por John Francis Queeny , un experto de la industria farmacéutica. Monsanto es el apellido de su esposa y de su suegro, Emmanuel Mendes de Monsanto, un rico financista de la industria azucarera.
Precisamente en reemplazo del azúcar, el primer contrato de Monsanto fue proveer de sacarina a la Coca Cola. En la actualidad, el aspartamo (droga base en la marca NutraSweet), ha reemplazado a la sacarina y al ciclamato de sodio como edulcorante contenido en las principales bebidas carbonatadas dietéticas. Hasta el año 2000, este sustituto sintético del azúcar fue propiedad de Monsanto.
Pero lejos de dedicarse sólo a endulzar paladares, la incipiente empresa acometió ya en la primera década del siglo XX el negocio de las semillas híbridas, comenzando en tiempos de la Primera Guerra a fabricar químicos diversos. Por la misma época, aprovechando la expiración en 1917 de la patente de la firma Bayer, se convierte en uno de los principales productores mundiales de aspirina. En los años 20’, se agregan otros químicos industriales como el ácido sulfúrico y se afirma en el mercado con la producción de los fatídicos PCB (bifenilos policlorados), actualmente prohibidos en casi todo el mundo. Uno de ellos, el policloruro de bifenilo está considerado según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) como uno de los doce contaminantes más nocivos fabricados por el ser humano. Subsiguientemente se incorporaron a la paleta jabones y detergentes y comenzó la fabricación de plásticos, especialmente resinas fenólicas.
A partir de aquí comenzaría lo peor: Monsanto participó activamente en el desarrollo de la bomba atómica, a través del Proyecto Dayton (subsidiario del Proyecto Manhattan), que fue conducido por el ejecutivo Charles Allen Thomas (luego presidente de la compañía, entre 1951 y 1960).
Al igual que los demás gigantes industriales norteamericanos, aportaría a las huestes guerreras con materiales de goma sintética, obteniendo fortunas de ello. Inmediatamente después de la Segunda guerra, comenzaría la producción del DDT, un veneno insecticida con alto poder tóxico, que sería prohibido en EEUU en 1972. Al mismo tiempo, se convierte en uno de los principales productores de herbicidas, entre ellos el 2,4,5-T. Este herbicida, combinado con el 2,4-D constituyeron el tristemente célebre Agente Naranja, el defoliante con una altísima concentración de dioxina que fue utilizado por el ejército en la guerra contra Vietnam, rociando miles de hectáreas y produciendo muerte y gravísimas secuelas de salud en millones de vietnamitas y también entre la propia soldadesca. En esta horripilante historia Monsanto fue, junto a Dow Chemical, uno de los principales abastecedores.
A partir de los años 60’ la conciencia ecologista comenzó a crecer, justamente a partir de libro de Rachel Carson “Primavera silenciosa”, quien denunciaba la contaminación producida por el uso de DDT. Pero lejos de resignarse, Monsanto buscó nuevamente la ofensiva. En los 70’ Monsanto desarrolla el glifosato, el cual constituye hoy el herbicida más usado mundialmente (bajo la marca Roundup).
En 1982, será modificada genéticamente la primera planta, conduciendo los primeros test de campo en 1987. Al mismo tiempo la creciente conciencia ecológica y la multiplicación de juicios por daños a la salud y medioambientales, generan problemas a la corporación.
Mientras resiste el embate de las consecuencias de su accionar, Monsanto intenta la fuga hacia adelante. En 1994 lanza al mercado una hormona bovina modificada biotecnológicamente, rBGH o rBST (bajo la marca Posilac somatropina). Finalmente, en 1996 introduce su primer semilla transgénica de soja, que tolera la fumigación con el propio herbicida a base de glifosato y la primera variedad transgénica de algodón resistente a plagas de insectos.
A partir de allí, el rumbo es claro: intentar desprenderse de la imagen de un pasado declaradamente tóxico (y de las correspondientes responsabilidades reclamadas por los perjudicados) y convertirse casi por completo en una empresa dedicada en exclusividad a la biotecnología y la producción de herbicidas y pesticidas, autoproclamándose pionera altruista en la lucha contra el hambre.
Pese a la ya evidente ridiculez, pongamos luz sobre el asunto.
¿Cómo opera Monsanto?
Para dilucidar, al menos parcialmente el accionar de esta multinacional, es necesario observar su estrategia en varios campos.
En el campo comercial, Monsanto vende sus herbicidas en conjunto con semillas genéticamente modificadas resistentes a ellos. Las semillas “acondicionadas” son patentadas y el comprador se obliga a no recultivarlas o guardarlas para futuras cosechas, sino que debe comprar para cada siembra nuevas semillas y pesticidas a la corporación.
Por otra parte, Monsanto conduce una agresiva campaña de compra de empresas dedicadas al cultivo de semillas, sobre las cuales adquiere derechos primarios para luego poder reconducirlos al patentamiento transgénico.
En el campo tecnológico, al igual que cualquier compañía de tecnología, pese a justificar sus exacciones con sus necesidades de inversión en estudio y desarrollo, lo cierto es que asienta gran parte de sus innovaciones en los subsidios y/o exenciones que da el gobierno norteamericano para la investigación científica en sus universidades e institutos.
En el campo legal, la táctica utilizada para lograr la aprobación de los entes reguladores sanitarios es la habitual práctica de lobby (o cabildeo) utilizada en los Estados Unidos por la mayoría de las multinacionales para lograr leyes provechosas a sus fines. Además del habitual financiamiento a las campañas políticas, se entremezclan en el comité de administración a personalidades de mucho peso político o directamente vinculadas a las instituciones que tienen que dar la aprobación. Un par de ejemplos: entre 1977 y 1985, Donald Rumsfeld (quien había sido secretario de Defensa de Ford 1975-77 y luego ocupará el mismo puesto en el gobierno de George W. Bush a partir de 2001), fue Presidente del laboratorio Searle, que desarrolló el edulcorante aspartamo. Este laboratorio fue adquirido por Monsanto en 1985. La aprobación sanitaria del aspartamo se logra, luego de fuertes resistencias en los paneles científicos dispuestos por la Federal Drug Administration, justamente en el período dirigencial de Rumsfeld. Otros ejemplos similares: En los Estados Unidos, la FDA, la agencia encargada de garantizar la seguridad alimentaria de la población, es dirigida por Michael Taylor, ex vicepresidente de política pública de Monsanto. También en la USDA, Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, está hoy actuando como jefe Roger Beachy, un ex director de Monsanto.
Por otra parte, la compañía persigue legalmente a todo aquel sospechoso de violar sus derechos de patente, conservando o reproduciendo semillas transgénicas para nuevas cosechas. La saña con la que se procede llega a incluir a todo aquel agricultor, cuyo campo queda eventualmente polinizado por fuerzas naturales y que no tiene modo de alegar que no ha inducido intencionalmente el cultivo transgénico entre sus plantas.
Otras maniobras legales incluyen juicios contra compañías de helados que se publicitan con etiquetas del tipo “elaboradas con leche libre de hormona bovina”. El tema de las etiquetas, es de tremenda relevancia para el asunto y merece un comentario aparte.
La Monsanto Protection Act o los transgénicos como razón de Estado
La resistencia de Monsanto a leyes de etiquetamiento de alimentos que señalen contenidos transgénicos en los mismos, es una de sus principales batallas. Tal etiquetamiento, al par de brindar al consumidor claridad sobre la composición alimentaria con la posibilidad de elegir, opera claramente como un factor negativo para las ventas, dada la elevada presunción actual de riesgo sanitario. Tal es así, que el tema se ha convertido en razón de estado en USA. La administración Obama y la justicia norteamericana defienden la producción transgénica y los derechos de patente adquiridos y se oponen a todo etiquetamiento de productos alimenticios que pongan de manifiesto contenidos transformados genéticamente. El motivo es simple: en pocos años, el cultivo de semillas modificadas se ha extendido de manera arrolladora en territorio estadounidense. Según cifras del informe ISAAA, Clive James de Enero 2007, 54.6 millones de hectáreas eran cultivadas en los EEUU en el año 2006 con transgénicos. La envergadura de esa proporción queda manifiesta cuando se observa que sus inmediatos seguidores en ello son Argentina con 18 y Brasil con 11.5 millones de hectáreas respectivamente. En ese mismo año, comparativamente países como España, Portugal o Alemania, tenían superficies de cultivos modificados de apenas cien mil hectáreas.
El consumidor europeo tiende a rechazar el consumo de sustancias que contienen ingeniería biotecnológica, no es buena propaganda. Está claro entonces que, si los alimentos traen etiquetas, una buena parte de ese mercado de consumo los evitará.
Al mismo tiempo, al existir distintos niveles de control en la Unión Europea, las influencias que controlan las aprobaciones en los Estados Unidos, no tendrían el mismo efecto.
Por tanto, gran parte de las exportaciones alimenticias desde los EEUU perderían sus mercados y esto es lo que se quiere evitar con la “desregulación etiquetaria” que promueve Monsanto.
Por último, intentemos un punto de vista humanista sobre la cuestión.
Un punto de vista humanista
Un humanista no rechaza el avance tecnológico y científico. Lejos de asentar sus convicciones en paradigmas de conservación, explica precisamente a la modificación del entorno como una de las características esenciales de la actividad humana. La intencionalidad del Ser Humano, su especialísima virtud constitutiva, es la que permite abordar transformaciones cualitativas de todo lo dado. Un humanista lucha precisamente por la superación de todo factor fuente de dolor y sufrimiento y no dudará en cambiar lo natural si es que con ello contribuye a la evolución de su especie. Por ello, auspicia toda tendencia al desarrollo del conocimiento por encima de las limitaciones impuestas al pensamiento por prejuicios aceptados como verdades absolutas o inmutables.
Pero también…
Un humanista no desconoce que los fenómenos se inscriben en contextos mayores que los subsumen y condicionan, modificando su signo. Un humanista reconoce las intenciones humanas, sean éstas moralmente procedentes o reprobables, como motor de los acontecimientos sociales. Un humanista estudia en la dinámica de proceso de un fenómeno de donde viene y hacia donde va. Un humanista repudia la concentración de poder en pocas manos, viendo en ello una clara restricción de la libertad de opción y afirma que el conocimiento y el progreso son de todos y para todos. Sobre todo, un humanista enfrenta toda forma de violencia, sea ésta manifiesta o larvada.
Por lo antedicho, como humanista, me opongo enérgicamente al accionar de corporaciones como Monsanto,
– por apropiarse de un saber colectivo para fines propios
– por apuntar a la monopolización de semillas de cultivo patentadas.
– por impedir que la gente elija libremente qué alimentos consumir, informando convenientemente sobre el contenido de los mismos.
– por impulsar una cultura de maximización del beneficio
– por no contar la tecnología desarrollada con estudios de mediano y largo plazo que avalen efectos alimentarios benéficos
– por inducir mediante propaganda a la creencia de que sus propósitos son altruistas, cuando la historia y el accionar presente demuestran lo contrario
– por ejercer violencia jurídica y económica sobre agricultores
– por intentar imponer un modelo agrícola favorable a un nuevo tecnoimperialismo en ciernes.
– por verter sustancias cuyo impacto ambiental y para la salud humana es crecientemente puesto en entredicho por recientes estudios científicos.
– por resistirse a reparar gravísimos errores cometidos en su trayectoria empresarial.
Por todo ello, me parece que será muy adecuado continuar la investigación biotecnológica y genética, restando toda posibilidad de apropiación particular sobre la misma. El mundo recién estará en condiciones de poder aprovechar cabalmente algún beneficio derivado de ella, en el momento en que transforme su propio genoma social e interno en dirección a un mundo compartido, socialmente solidario, existencialmente libertario y cuyo valor central no sea el dinero, sino el Ser Humano con objetivos trascendentales, habiendo superado ya la prehistórica apropiación y opresión del Otro como expresión de una grosera y pequeña cultura del deseo, fuente de toda violencia.