Por Pablo Brodsky
Una vez más, lamentablemente, los chilenos tuvimos que ver en las pantallas de televisión a la ministra del trabajo Evelyn Matthei vociferando y garabateando a los senadores, haciéndose parte y liderando lo más ruin de la política nacional. Algunos dicen que tiene un carácter “fuerte”, verdadero origen de su incontinencia verbal y afectiva, dominada como se le ve por sus fantasmas y ansiedades políticas.
Su historial clínico es bastante extenso, en él hay suficiente “material” para un siglo de sesiones terapeúticas. Sus performances se remontan a 1998, cuando su ídolo endiosado fue detenido en Londres. Allí la vimos en octubre de ese año marchar hacia las embajadas de Inglaterra y España, exponer con toda bronca su suciedad en las calles aledañas y blasfemar contra el mundo, especialmente contra los europeos causantes de su inmenso dolor: “Comunistas de mierda”, gritaba con el rostro desencajado, los ojos fuera de sus órbitas, las orejas temblando de ira y los labios hinchados de sangre por la emoción. Parecía el demonio de El exorcista, completamente excitada con la violencia de su conducta. Luego vinieron otros episodios, como la grabación presentada en la pantalla chica donde se le veía enrostrándole a la diputada por Iquique, Marta Isasi, su falta de inteligencia y suspicacia, su completa “ignorancia” ante el caso de evidente despido y pérdida de sus derechos laborales que enfrentarían los trabajadores de la Universidad del Mar. Golpeando la mesa con sus libros y carpetas, nuevamente desencajada, con las cejas levantadas e hirsutas, le respondió a gritos a la diputada: “¿Qué tiene que ver esa huevada…?”, refiriéndose a la votación de la comisión de educación de la Cámara respecto al lucro en la educación superior.
La iglesia (“Monseñor Goic tiene muchas cosas que explicarle al país porque no tiene idea de economía”, en agosto del 2007); la contraloría (“La Contraloría actuó con ignorancia o con mala leche”, en julio del 2008); los concejales (“Ándate huevón, fuera, conchetumadre”, a Sergio Fuentes, en mayo del 2009); los diputados (“¡Hasta cuándo, huevón de mierda, hasta cuándo!”, octubre del 2012); nadie se salva de la ira histérica de la ministra del trabajo del gobierno de los mejores. Pero una de sus actuaciones más notables fue cuando se destituyó al ex ministro de educación Harald Beyer. Para Matthei, bastaba “la falange del dedo meñique” de Michelle Bachelet para que el desastre no ocurriera. A todos nos recordó la frase de su padre intelectual: «En Chile no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”. Para la ministra del trabajo, Chile es un regimiento, donde todos sus habitantes (cuyo número aún desconocemos) somos milicos rasos que necesitamos recibir órdenes, a chuchada limpia porque ¡sí, señor, para eso somos machitos!
Pero no todo es delirio en este rostro de ángel. También tiene su lado dulce, por lo menos eso nos dijo alguna vez Pedro Engel, el tarotista y nigromántico que ve el futuro a través del aura y otras hierbas. Porque, cuando tiene unos minutos libres en su vertiginosa vida, nuestra ministra aprovecha para preguntarle al hechicero: “¿Aceptará Dios a mi papito, a pesar de haber sido parte de la institución de los 4 jinetes del apocalipsis de Chile?”. Y Engel, que ve en ella una persona dulce y muy “buena onda”, con un aura “luminoso”, le contesta que sí, que no se preocupe, que los que se van a ir a los infiernos son todos los comunistas, no su papá, el que se codeó con los asesinos y traidores, el que se muere de susto de que lo juzguen y persigan por su silencio ante los crímenes que avaló.