Por Luis García Montero
La discusión política tiene hoy rumor de plaza. Hace dos años una multitud, sobre todo joven, pero con el aplauso de muchas edades, salió a la calle y acampó en la Puerta del Sol. Quiso llevar la protesta y la solidaridad a un lugar público. Los sentimientos pasaron del salón de estar a la plaza. Y ese fue un paso importante para humanizar la política.
En la tradición española, la palabra familia tiende a identificarse con el pensamiento tradicionalista. El Ministerio de Justicia, en su empeño de cambiar el Estado social por un Estado penal, resulta hoy un buen ejemplo. La familia parece conducirnos a las viejas ideas clericales sobre el sexo, la maternidad, la educación y el papel doméstico de las mujeres. Pero la crisis ha marcado un sentido distinto para la familia. Ahora destaca la solidaridad necesaria en los tiempos difíciles. Se trata de jóvenes que viven con la pensión de los abuelos, de abuelos que llegan a fin de mes con la ayuda de los jóvenes, de gente capaz de sentir al otro con una vocación de fraternidad. Este proceso se puso en marcha en las salas de estar. Y de pronto un día se convirtió en acontecimiento, salió a la calle y ocupó las plazas.
Todo se quedó viejo y pálido, porque la política rejuveneció de golpe. Son posibles muchas interpretaciones del 15-M, cada partidario y cada crítico tiene la suya. Pero creo que conviene reconocer unos hechos objetivos que han calado en la opinión pública. Lo que antes vivía en pensamientos alternativos, hoy se ha generalizado en las discusiones configurando una nueva mayoría en el criterio, un sentido común diferente. Dos años después, quiero destacar 5 cosas que le debemos al 15-M.
1.- La exigencia de una democracia real. La libertad supone algo más que el rito de una jornada electoral cada 4 años. Si las instituciones se separan de los ciudadanos, si la España oficial se desentiende de la España real, la democracia enferma de frío. La exigencia de una democracia participativa, transparente, no secuestrada por las cúpulas de los partidos, se extendió por la polis y se hizo política.
2.- La denuncia de la rutina bipartidista, o el pido en la oposición lo que olvido en el Gobierno y tiro porque me toca. El bipartidismo se había acomodado no ya en una ley electoral falsificadora, sino en el poder judicial, en los medios de comunicación, en las discusiones de bar y en el supermercado de las corruptelas. Hablar de política no fue después del 15-M la escenificación de la pelea y el tú más entre el PSOE y el PP. Empezamos a hablar de otras cosas. Por ejemplo, de una ley hipotecaria despiadada y de una fiscalidad al servicio de las grandes fortuna y de los ingenieros del fraude.
3.- La reivindicación de la política. Quiero decir, la reivindicación de una política no privatizada por los Bancos y los poderes financieros. La denuncia de un sistema agresivo llamó la atención sobre los culpables. La inercia de arremeter contra Zapatero o Rajoy fue menos importante que el deseo de fotografiar a los banqueros y a los especuladores con las manos en la masa. Exigimos una política que detenga los desmanes de la economía.
4.- La pérdida del miedo. El Estado penal, heredero de la amenaza franquista, tiende a criminalizar a las víctimas. Convierte a los ciudadanos en sospechosos mientras les roba todos sus derechos. El 15-M se negó al miedo y al silencio, no aceptó la criminalización. Nos ha recordado que la lucha da frutos cuando se levanta en marea, cuando activa la conciencia pública. Desde los años finales del franquismo no se vivía en España una movilización tan importante contra las injusticias del poder.
5.- La puesta en duda del ciclo histórico de la Transición. El cuento de hadas que perpetuó la oligarquía financiera y empresarial del franquismo está quedando socialmente deslegitimado. La caricatura de los jóvenes como habitantes del botellón había sido un síntoma más de una forma muy interesada de leer la historia. El cuento era este: los jóvenes de España se habían dedicado a la política cuando el país sufría los problemas del subdesarrollo. Conseguida la democracia formal y la integración en el capitalismo europeo avanzado, se acabaron los problemas y los jóvenes se dedicaron a consumir y pasar… Otra mentira. No se habían acabado los problemas, la debilidad democrática de la Transición pasó factura, el cielo se llenó de nubes negras con poco pan y mucho chorizo.
La plaza dejó de ser el territorio del botellón, volvió la ilusión política, se perdió el miedo. Se denuncio un sistema económico injusto, la democracia degradada y la privatización de la política.
Aquellos que proclaman ahora la muerte del 15-M no hacen más que despeñarse en las encuestas. Hoy no sabemos si surgirá una nueva voz, una alternativa electoral, un horizonte distinto. Lo que sí se sabe es que nuestra mermada política tradicional ya no nos sirve. Necesita por dentro y por fuera una mano de pintura, a ser posible de luz enrojecida como el color del cielo de Madrid en los amaneceres y los atardeceres de la Puerta del Sol.