Por Gonzalo Larenas
Estamos en el tiempo de las comunicaciones y curiosamente es lo que peor está, tenemos más herramientas para comunicarnos que en toda la historia de la humanidad y resulta que nunca habíamos estado tan solos. Reina el individualismo, el egoismo y su
mirada única, se acabaron los colores, solo queda el blanco y el negro, o te unes a uno o serás completamente ignorado.
Estamos en una época en que supuestamente gobiernan las democracias, donde cada día se supone tenemos más opinión y somos más escuchados, pero la realidad es justamente lo contrario, gritamos porque no nos queremos escuchar, hoy vivimos la
dictadura de los pensamientos.
Cada día hay más extremistas de ideas, cada vez son más agresivas las posturas en todos los temas, incluso los más simples, parece que tanta “libertad” nos dejó mareados y de forma inconsciente queremos volver al oscuro pasado, donde decir algo era un riesgo, un acto de valentía que merecía respeto. El valor de todo eso se perdió.
Sociedades polarizadas sin lugar de encuentro, dejamos de comunicarnos, dejamos de escuchar, sin embargo exijimos respeto sin respetar. Todo lo queremos acá y ahora, entre la inmediatez e individualidad nos olvidamos de lo escencial, de construir lo humano en sociedad.
Nos dividen los países, los colores políticos, la economía, el color de piel, los equipos de
fútbol, los barrios y los grupos musicales, nos divide incluso el arte… ¿qué hemos hecho
para llegar a tan terrible situación? Debemos frenar y respirar, volver la vista al lado y
comenzar a reparar el daño que dejamos en este avasallador camino.
Tenemos muchos libros de liderazgo y pocos de poesía, no tenemos líderes y los poetas parecen haberse retirado a las montañas para evitar ser parte de esta inundación donde se ahogan los valores, la libertad y el futuro. Todos somos culpables de este escenario y como tal responsables de cambiarlo, no creo que sentarnos a llorar sirva de mucho, al contrario es cuando más debemos actuar y para hacerlo debemos volver a educar para escuchar.
Debemos luchar por una nueva libertad, por la verdadera, por la libertad de pensamiento, libertad de ver las cosas de forma diferente simplemente porque somos diferentes. Nos llenan la cabeza con la lucha por la democracia pero no puedes pensar distinto, entonces ¿de qué democracia hablan?
No luchemos entre nosotros, luchemos por nosotros, por lo que viene, suficiente daño hemos hecho al planeta y no nos cansamos, ahora vamos por la completa autodestrucción si no frenamos este impulso violento que nos corroe.
El ejemplo de un gran cambio lo están dando los jóvenes, pero también están ellos en riesgo de contaminarse y volver a ser un individualista más. Es necesario volver a conversar, en vivo no entre aparatos electrónicos, conversaciones reales donde todos aprenden algo del otro, donde se comparten ideas y se llegan a nuevos y superiores pensamientos que se ven enriquecidos por lo distinto, por los otros puntos de vista. Debemos sentarnos en torno a una mesa, conversar como se hacía antes donde la gente
se miraba a los ojos y no a los celulares, donde las opiniones eran mirando a la cara y no oculto detrás de un computador, donde no solo las palabras valían, sino también y más importante era el cómo estas palabras eran expresadas. La magia de la comunicación no verbal, característica cada día más olvidada, lo que puede llegar a provocar una ausencia de empatía y pérdida de humanidad.
Todos quieren tener la razón porque caminamos sin escuchar, mirando al suelo como si fuésemos caballos de carrera sin meta, no sabemos si avanzamos o retrocedemos, parece que solo damos vueltas en círculo gritando y tratando de imponer nuestra opinión. Debemos recuperar el arte de conversar, la libertad de opinar y la virtud de escuchar.