Por Alejandro Ochoa
En el ejercicio del acto democrático en toda sociedad que ha decidido dirimir por el principio de la mayoría, las diferencias, parte de una premisa fundamental: El respeto y aceptación del árbitro. Esto supone que el momento para asegurarse que el árbitro es confiable y aceptable es un proceso previo a toda la elección.
Una vez aceptado el sistema electoral y al árbitro, no solamente en términos formales sino además en haber aceptado su desempeño en anteriores ocasiones, el proceso electoral tiene los elementos necesarios y suficientes para llevarse a cabo con la pretensión bien fundada del reconocimiento de los resultados, cualesquiera ellos fueren. Es un principio que sustenta todo el entramado de legitimidad de los participantes.
En Venezuela, la población venezolana ejerció su derecho al voto y en un porcentaje cercano al 80% constituye un nivel de participación y de reconocimiento del árbitro bastante elevado. Tómese en consideración que hay acá un presupuesto básico: El que va a votar reconoce la validez del árbitro. Si no la reconociera y ejerciera su voto entonces este debiera ser un voto nulo o “blanco” para protestar contra el sistema electoral o ante la ausencia de alternativas aceptables para emitir su opinión. Parece que no es este el caso en Venezuela: El voto nulo en todo el país alcanzó un 0,44%. Siendo así, la credibilidad del sistema parece estar más allá de toda duda razonable.
Sin embargo, hay algo que es contradictorio con el espíritu de la duda: la duda irracional. Pues bien, súbitamente y derivado de los resultados electorales que le dieron el triunfo al candidato Nicolás Maduro (candidato del gobierno) con un margen de algo más de 270000 votos, se desató el desconocimiento del árbitro que ha dejado hasta ahora varias personas heridas, algunas muertes dolorosas y varias edificaciones dañadas. Importante de destacar que son centros de atención médica construidos durante el período de gobierno de Chávez. Parece que no es una protesta por un fraude. Es quizás, y allí radica el meollo del asunto, una protesta porque perdieron, porque la democracia cuando uno pierde tiene un cierto olor a fraude, pero cuando se gana es la más civilizada forma de salvar las diferencias.
En Venezuela, en este momento no se está debatiendo sobre la versatilidad, seguridad y confiabilidad del mejor sistema electoral del mundo (dicho por el ex-presidente James Carter). Se trata de algo más simple y en su simpleza más terrible. Han decidido acabar con la paz de un país porque no aguantan más que el ejercicio del poder político esté en manos de la mayoría.
De esta simpleza es fácil deducir quienes serán los que deberán defender la democracia. Pero más aún, estos que deciden atacar al pueblo y sus bienes, dicen que lo hacen en nombre de la paz. Una paz que no es para todos, sino la paz de sectores minoritarios (cualquiera que ella sea), que decidió introducir la violencia como forma de dirimir las diferencias.
La espiral de violencia se detendrá cuando todos podamos ver que al enemigo feroz que atacamos, es el amigo de ayer, el compañero de trabajo de hace unos días.. e incluso, la novia que una vez se amó o el amor que nunca se pudo olvidar.