Por Pablo Brodsky
El reciente episodio de la destitución del ex ministro de educación Harald Beyer ha escenificado, de una manera rayana en lo circense, la experiencia de la pérdida del objeto amado para la derecha política chilena.
Beyer representa para la elite política, social y cultural del país, incluyendo a las eminencias de la Concertación, un sujeto que pareciera estar por encima del bien y del mal, cuyos conocimientos y saber, así como irreprochable conducta ética, lo transfiguran en una suerte de paradigma del académico nacional y prototipo del técnico que está por sobre toda “suciedad” y trama, sobre toda contingencia y contexto político.
Tal vez por eso presenciamos el espectáculo que nos ofreció la derecha el día de su destitución en el Senado porque, precisamente, para ella la representación que Beyer encarna es particularmente entrañable: un miembro de la elite que sólo busca hacer el bien, sin mirar a quien, como dice el refrán, ajeno a particularismos y bajos intereses partidistas o politiqueros. Es la versión que nos legó el pinochetismo sobre el quehacer político y que la derecha tiene plenamente interiorizada. Beyer representa para ella el colmo de esa figura paternal, que busca dirimir los problemas de una manera ecuánime y con “mirada nacional”.
El día de la votación en el Senado, y durante los coletazos posteriores, se proyectaron en las pantallas de televisión, una y otra vez, las manifestaciones de duelo por la pérdida del objeto amado. Pudimos observar varias de las etapas por las que atraviesa un sujeto en proceso de duelo, de acuerdo a algunos expertos: el shock inicial, la rabia que le sigue, la pena negra que inunda y la reconciliación.
Para esta representación, las mujeres se tomaron la pantalla, llevando la batuta en el hemiciclo del recinto circense: Cecilia Pérez no lo podía creer y lloraba a mares, sin poder contener su desconsuelo; Evelyn Matthei, buscando una explicación de lo ocurrido y llena de rabia, culpó de asesinato a la supuesta jefa del pabellón quirúrgico, Michelle Bachelet, apelando a su calidad de médico; Ena von Baer se mostró sensible y triste, incluso tierna por la pérdida de su amigo. Entre los varones, el primogénito, “muy dolido”, decidió despedir al Padre en su castillo, exequias que se realizaron invitando a toda la fauna palaciega, incluido el cuerpo del muerto, quien aprovechó su último hilo de voz para decir que lo habían asesinado unos malhechores malditos, que vivían en el lado opuesto del río, maleantes sin sentido ético ni moral alguna; Carlos Larraín, haciéndose eco de las palabras del morto che parla, blandió lanzas y espadas contra las huestes allende el río.
Es así como desde la distancia que nos permite el televisor, pudimos apreciar en la derecha casi todas las manifestaciones que vive una persona que pierde el objeto amado. La última etapa, la de la integrar la realidad de la pérdida, aún está pendiente. Sólo
esperemos que no se transforme en un duelo patológico.