Estamos en 2025 y un “cubierta triple” estadounidense de vigilancia avanzada y aviones no tripulados armados llenan el cielo desde la endosfera hasta la exosfera. Una maravilla de la era moderna, que puede descargar sus armas en cualquier lugar del planeta a una velocidad asombrosa, derribar a un sistema de satélites de comunicaciones enemigo, o seguir a los individuos biométricamente a gran distancia. Junto con la capacidad de guerra cibernética avanzada del país, es también el sistema militarizado de información más sofisticado jamás creado, y una póliza de seguro para el dominio global de EE.UU bien entrado ya el siglo XXI. Así es como el Pentágono imagina el futuro, está en fase de desarrollo, y los estadounidenses no saben nada al respecto.
Todavía están operando en otra época. “Nuestra Armada es menor ahora que en cualquier otro momento desde 1917″, se quejó el candidato republicano Mitt Romney durante el último debate presidencial. Con palabras de burla mordaz, el presidente Obama replicó: “Bueno, Gobernador, también tenemos menos caballos y bayonetas, porque la naturaleza de nuestro ejército ha cambiado … ya no estamos ante una guerra de flotas, donde debemos contar los buques. Lo esencial son nuestras capacidades “.
Obama ofreció después una pista de lo que esas funciones podrían ser: “Lo que hice fue reflexionar conjuntamente con nuestros jefes de estado mayor preguntándonos, ¿qué vamos a necesitar en el futuro para asegurar nuestra seguridad…? Tenemos que pensar en la seguridad cibernética. Tenemos que hablar del espacio “.
En medio de todo el debate posterior generado en los medios de comunicación, sin embargo, ni un solo comentarista parecía tener ni idea de cuan profundos son los cambios estratégicos que se esconden tras palabras dispersas del Presidente. Sin embargo, durante los últimos cuatro años, trabajando en silencio y el secreto, la administración Obama ha desarrollado una revolución tecnológica en la planificación de la defensa, llevando a la nación mucho más allá de las bayonetas y buques de guerra hacia la guerra cibernética y la militarización a gran escala del espacio. Ante su menguante influencia económica, este avance nuevo y audaz en lo que se llama “guerra de la información” podría ser un factor clave si EE.UU. logra mantener su dominio global entrado ya el siglo XXI.
Si bien los cambios tecnológicos que implica no son nada revolucionarios, tienen profundas raíces históricas en un estilo particular de poder global estadounidense. Ha sido evidente desde el momento en que esta nación entró por primera vez en el escenario mundial con la conquista de las Filipinas en 1898. A lo largo de un siglo, metido en tres infiernos de contrainsurgencia – en las Filipinas, Vietnam y Afganistán – el ejército de EE.UU. ha sido repetidamente empujado hacia un punto de ruptura. Ha respondido repetidamente fusionando las tecnologías más avanzadas del país en nuevas infraestructuras de información de un poder sin precedentes.
Este ejercito creó por primera vez un régimen de información manual para la pacificación de Filipinas, luego un aparato computarizado para combatir a las guerrillas comunistas en Vietnam. Por último, durante su otra década en Afganistán (y sus años en Irak), el Pentágono ha comenzado a fusionar la biometría, la guerra cibernética, y un potencial futuro escudo aeroespacial “triple canopy”, creando un régimen de información robótico que podría producir una plataforma de poder sin precedentes para el ejercicio de la dominación global – o para el desastre militar en el futuro.
LA PRIMERA REVOLUCIÓN DE LA INFORMACIÓN DE AMÉRICA
Este distintivo sistema de los EE.UU. de recopilación de información imperial (y las prácticas de vigilancia y de hacer la guerra que van asociados a ella) tiene sus orígenes en algunas innovaciones americanas brillantes en el manejo de datos textuales, estadísticos y visuales. Su combinación creó una nueva infraestructura de información, con una capacidad sin precedentes para la vigilancia de las masas.
Durante dos décadas extraordinarias, los inventos americanos como el telégrafo cuádruple de Thomas Alva Edison (1874), la máquina de escribir comercial de Philo Remington (1874), el sistema de biblioteca decimal de Melvil Dewey (1876), y la tarjeta perforada patentada por Herman Hollerith (1889), creó sinergias que dieron lugar a la militarización de las aplicaciones de la primera revolución de la información de Estados Unidos. Para pacificar una resistencia guerrillera determinada que persistió en las Filipinas durante una década a partir de 1898, el régimen colonial de los EEUU – a diferencia de los imperios europeos con sus estudios culturales de “civilizaciones orientales” – utilizaba estas tecnologías de información avanzadas para acumular datos empíricos detallados sobre la sociedad filipina. De este modo, se forjó un aparato de seguridad de vigilancia precisa que jugó un papel importante en el aplastamiento del movimiento nacionalista filipino. La política colonial resultante y el sistema de vigilancia también dejarían una huella institucional duradera en el emergente Estado norteamericano.
Cuando los EE.UU. entraron en la Primera Guerra Mundial en 1917, el “padre de la inteligencia militar de EE.UU.”, el coronel Ralph Van Deman, se basó en métodos de seguridad que había desarrollado años antes en las Filipinas para fundar la División de Inteligencia Militar del ejército. Reclutó a un personal que rápidamente creció de una sola persona (él mismo) a 1.700 efectivos, desplegó a unos 300.000 ciudadanos-agentes que recopilaban más de un millón de páginas de informes de vigilancia de ciudadanos estadounidenses, y sentó las bases para un aparato de vigilancia interna permanente.
Una versión de este sistema alcanzó un éxito sin precedentes durante la Segunda Guerra Mundial cuando Washington estableció la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) que resultó la primera agencia de espionaje en todo el mundo que tuvo la Nación. Entre sus nueve ramas, Investigación y Análisis contrató a un personal de cerca de 2.000 académicos que acumuló 300.000 fotografías, un millón de mapas, y tres millones de fichas, que se desplegaron en un sistema de información a través de la “indexación, la indexación cruzada, y la contra-indexación” para responder a un sinnúmero de cuestiones tácticas.
Sin embargo, a principios de 1944, el OSS se encontró, en palabras del historiador Robin Winks, “ahogando bajo el flujo de la información.” Muchos de los materiales que se habían recogido con tanto cuidado se dejaron pudrir en el almacén, sin leer y sin procesar. A pesar de su alcance global ambicioso, este primer régimen de información de EEUU, sin cambio tecnológico, bien podría haber colapsado bajo su propia dimensión, disminuyendo el flujo de inteligencia extranjera que resultaría tan crucial para el ejercicio de dominio mundial de los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
LA INFORMATIZACIÓN DE VIETNAM
Bajo la presión de una guerra sin fin en Vietnam, los que dirigen la infraestructura de información de EE.UU. organizaron la gestión de datos informatizada, el lanzamiento de un segundo régimen de información estadounidense. Desarrollado por los grandes ordenadores más avanzados de IBM, los militares de EE.UU. compilaban tabulaciones mensuales de seguridad sobre cada una de las 12.000 aldeas de Vietnam del Sur y almacenaban los tres millones de documentos sobre los enemigos que sus soldados capturaban anualmente en bobinas gigantes de película. Al mismo tiempo, la CIA almacenaba datos computarizados diversos sobre la infraestructura civil comunista como parte de su infame Programa Phoenix. Esto, a su vez, se convirtió en la base para su sistemática tortura y sus 41,000 “ejecuciones extrajudiciales” (que, sobre la base de la desinformación de pequeñas rencillas locales y contrainteligencia comunista, mató a muchos, pero no pudo capturar más que a un puñado de los mejores cuadros comunistas).
Con mayor ambición, la Fuerza Aérea de EE.UU. gastó 800 millones de dólares al año para atar el sur de Laos con una red de 20.000 sensores acústicos, sísmicos, térmicos y sensibles al amoníaco bajo la fronda selvática para localizar los convoyes de camiones de Hanoi que provenían de la Ruta Ho Chi Minh. La información proporcionada se reunía entonces en los sistemas informáticos para la focalización de los incesantes bombardeos. Después de que 100.000 soldados de Vietnam del Norte pasaran a través de la red electrónica con camiones, tanques y artillería pesada sin ser detectados para lanzar la ofensiva Nguyen Hue en 1972, la Fuerza Aérea de los EEUU en el Pacífico juzgó este audaz intento de construir un “campo de batalla electrónico” como un rotundo fracaso.
En esta olla a presión de lo que pasó a la historia como la más grande guerra aérea, la Fuerza Aérea también aceleró la transformación de un nuevo sistema de información que tomaría protagonismo tres décadas después: el blanco teledirigido Firebee. Al final de la guerra, se había transformado en una aeronave no tripulada cada vez más ágil que haría 3.500 misiones de vigilancia altamente secretas a través de China, Vietnam del Norte y Laos. En 1972, el aparato no tripulado SC / TV, con una cámara en su parte anterior, era capaz de volar 2.400 millas mientras tomaba imágenes de televisión de baja resolución.
En definitiva, todos estos datos computarizados ayudaron a fomentar la ilusión de que los programas americanos de “pacificación” en el campo estaban venciendo a los habitantes de las aldeas de Vietnam, y la ilusión de que la guerra aérea estaba destruyendo con éxito los suministros del Vietnam del Norte. A pesar de una sucesión triste de fracasos a corto plazo que ayudaron a minar la confianza del poder americano, toda esta automatizada recolección de datos resultó ser un experimento trascendental, aunque sus avances no se harían evidentes hasta al cabo de 30 años cuando los EE.UU. comenzaron a crear un tercer Régimen robótico de información.
LA GUERRA GLOBAL CONTRA EL TERROR
Viéndose al borde de la derrota en el intento de pacificación de dos sociedades complejas, Afganistán e Irak, Washington respondió, en parte, mediante la adaptación de las nuevas tecnologías de vigilancia electrónica, la identificación biométrica, y la guerra de los aviones no tripulados – todo ello fusionándose en lo que puede convertirse en un régimen de información mucho más poderoso y destructivo que cualquier cosa que haya existido antes.
Después de seis años fracasando es sus esfuerzos de contrainsurgencia en Irak, el Pentágono descubrió el poder de la identificación biométrica y la vigilancia electrónica para pacificar las extensas ciudades del país. Luego construyó una base de datos biométrica con más de un millón de huellas de escaneo de iris de iraquíes a los que las patrullas estadounidenses en las calles de Bagdad podían acceder instantáneamente por enlace por satélite con un centro de computación en West Virginia.
Cuando el presidente Obama asumió el cargo y lanzó su “oleada”, aumentando el esfuerzo de guerra de EE.UU. en Afganistán, ese país se convirtió en una nueva frontera para probar y perfeccionar dichas bases de datos biométricos, así como para la guerra de aviones no tripulados a gran escala, tanto en ese país como en las fronteras tribales de Pakistán, el última agujero en una guerra tecnológica ya lanzada por la administración Bush. Esto significó la aceleración de los avances tecnológicos en la guerra de aviones no tripulados que había sido en gran parte suspendida durante dos décadas después de la guerra de Vietnam.
Lanzada como una aeronave experimental en 1994, la vigilancia sin armas del avión no tripulado Predator fue desplegado por primera vez en 2000 para la vigilancia de combate bajo la “Operación Ojos aAfganos” de la CIA. Ya en 2011, el avión no tripulado avanzado MQ-9 Reaper, con “persistentes capacidades de cazador asesino”, estaba fuertemente armado con misiles y bombas, así como sensores que podían reconocer tierra removida a 5.000 pies y seguir las huellas del enemigo hasta sus instalaciones. Para mostrar el intenso ritmo de desarrollo de aviones no tripulados, basta señalar que entre 2004 y 2010, el tiempo total de vuelo de todos los vehículos no tripulados aumentó de tan sólo 71 horas a 250.000 horas.
En 2009, la Fuerza Aérea y la CIA ya estaban desplegando una flota de aviones no tripulados de al menos 195 Predators y 28 Reapers en Afganistán, Irak y Pakistán – y ese número no ha hecho más que crecer desde entonces. Estos aparatos recogen y transmiten 16.000 horas de vídeo cada día, y desde 2006 hasta 2012 queman cientos de misiles Hellfire que ya han matado a unos 2.600 supuestos insurgentes dentro de las áreas tribales de Pakistán. Aunque los aviones no tripulados Reaper de segunda generación puedan parecer increíblemente sofisticados, un analista de defensa los ha descrito como “bastante parecidos a Fords modelo T.” Más allá del campo de batalla, en la actualidad hay unos 7.000 aviones de la armada de EE.UU. no tripulados, incluidos los 800 más grandes con capacidad para descargar misiles. Al financiar su propia flota de 35 aviones y tomando prestados de la Fuerza Aérea otros tantos, la CIA ha ido más allá de la recolección pasiva de inteligencia para construir una capacidad robótica permanente paramilitar.
Durante esos mismos años, otra forma de guerra de información apareció, literalmente, a través de la red. A través de las dos últimas administraciones, ha habido continuidad en el desarrollo de una capacidad de guerra cibernética en el país y en el extranjero. A partir de 2002, el presidente George W. Bush autorizó ilegalmente a la Agencia de Seguridad Nacional para analizar incontables millones de mensajes electrónicos con su altamente secreta base de datos “Pinwalw”. Del mismo modo, el FBI inició la “Investigative Data Warehouse” que en 2009 ya poseía mil millones de registros individuales.
Bajo los presidentes Bush y Obama, la vigilancia digital defensiva se ha convertido en una capacidad ofensiva de “guerra cibernética”, que ya ha sido desplegada en contra de Irán en la que es considerada la primera gran guerra cibernética de la historia. En 2009, el Pentágono formó en EE.UU. al Comando Cibernético (CYBERCOM), con sede en el Ft. Meade, en Maryland, y un centro de guerra cibernética en la Base Aérea Lackland en Texas, que cuenta con 7.000 empleados de la Fuerza Aérea. Dos años más tarde, declaró el ciberespacio un “dominio operacional” igual que el aire, la tierra o el mar, y empezó a concentrar sus energías en el desarrollo de un grupo de ciber-guerreros capaces de lanzar operaciones ofensivas, con una serie de ataques contra las centrifugadoras informatizadas en las instalaciones nucleares de Irán y contra bancos en Medio Oriente que manejan dinero iraní.
UN RÉGIMEN ROBÓTICO DE LA INFORMACIÓN
Igual que con la insurrección filipina y la Guerra de Vietnam, las ocupaciones de Iraq y Afganistán han servido de catalizador para un nuevo régimen de información, fusionando lo aeroespacial, lo ciberespacio, la biometría y la robótica en un aparato de poder potencial sin precedentes. En 2012, tras años de guerra terrestre en ambos países y la expansión continua del presupuesto del Pentágono, el gobierno de Obama anunció una futura estrategia de defensa más austera. Incluía un recorte del 14% de la fuerza de infantería que iba a ser compensada con un mayor énfasis en las inversiones en los dominios del espacio exterior y el ciberespacio, en particular en lo que el gobierno llama “capacidades críticas en el espacio”.
En 2020, esta nueva arquitectura de defensa debería teóricamente ser capaz de integrar el espacio, el ciberespacio, y el combate terrestre a través de la robótica para, aseguran, la entrega de información sin fronteras que permita la acción letal. Cabe destacar que el espacio y el ciberespacio son nuevos dominios de conflicto militar sin regular, en gran parte fuera del derecho internacional. Y Washington espera usar ambos, sin limitación alguna, como palancas de Arquímedes para ejercer nuevas formas de dominación global muy entrado ya el siglo XXI, al igual que el Imperio Británico una vez gobernó los mares y el imperio estadounidense de la Guerra Fría ejerció su poder global a través del su fuerza aérea .
Mientras Washington trata de vigilar al mundo desde el espacio, el mundo podría preguntarse: ¿Qué altura tiene la soberanía nacional? En ausencia de un acuerdo internacional sobre la extensión vertical del espacio aéreo soberano (desde que fracasó una conferencia sobre derecho aéreo internacional, celebrada en París en 1910), algún travieso abogado del Pentágono podría contestar: tan alta como usted la pueda ejercer. Y Washington ha llenado este vacío legal con una matriz ejecutiva secreta – operada por la CIA y el Comando de Operaciones Especiales clandestino – que asigna nombres arbitrariamente, sin ningún tipo de supervisión judicial, para una “Lista de la Muerte” clasificada que implica la muerte en silencio, de repente y desde el cielo, para los sospechosos de terrorismo en todo el mundo musulmán.
Aunque los planes de Estados Unidos para la guerra espacial siguen siendo altamente clasificados, es posible unir esas piezas de este rompecabezas aeroespacial rastreando las webs del Pentágono, y encontrando muchos de los componentes clave descritos técnicamente en la Defense Advanced Research Projects Agency (DARPA). Ya en 2020, el Pentágono espera patrullar todo el globo sin cesar, sin descanso, a través de un escudo “tryple canopy” que va desde la exosfera hasta la estratosfera, impulsado por aviones no tripulados armados con misiles ágiles, vinculados por un sistema por satélite modular flexible, controlados a través de un panóptico telescópico, y operado por controles robóticos.
En el nivel más bajo de este emergente escudo aeroespacial de EEUU, a corta distancia de la Tierra en la estratosfera inferior, el Pentágono está construyendo una flota de 99 aviones no tripulados Global Hawk equipados con cámaras de alta resolución que pueden vigilar todo el terreno dentro de un radio de 100 millas, con sensores electrónicos para interceptar comunicaciones, con eficientes motores para 24 horas de vuelo continuas y eventualmente con misiles Triple Terminator para destruir a continuación los objetivos. A finales de 2011, la Fuerza Aérea y la CIA habían rodeado ya la masa de tierra de Eurasia, con una red de 60 bases de drones armados con misiles Hellfire y bombas GBU-30, permitiendo ataques aéreos contra objetivos en cualquier lugar de Europa, África o Asia.
La sofisticación de la tecnología en este nivel fue expuesta en diciembre de 2011 cuando uno de los RQ-170 Sentinel de la CIA cayó en Irán. Fue revelado un avión no tripulado equipado con alas de murciélago con capacidad de evadir el control radar, con un radar activo de barrido electrónico y óptica avanzada “que permite a los operadores identificar positivamente a sospechosos de terrorismo a partir de decenas de miles de metros en el aire.”
Si las cosas salen según lo planeado, en este mismo nivel inferior a alturas de hasta 12 millas aviones no tripulados, como el “Vulture”, con paneles solares que cubren su enorme envergadura de 400 pies, estarán patrullando el mundo sin cesar por periodos de hasta cinco años todos a la vez con sensores para una “imperturbable” vigilancia, y posiblemente misiles para ataques letales. El establecimiento de la viabilidad de esta nueva tecnología, con energía solar del avión Pathfinder de la NASA, con una envergadura de 100 pies, alcanzó una altitud de 71.500 pies de altitud, en 1997, y su cuarta generación que la sucedió, el “Helios”, voló a 97.000 pies con una envergadura de 247 pies en 2001, dos millas más alto que cualquier otro avión anterior.
Para el siguiente nivel por encima de la Tierra, en la estratosfera superior, DARPA y la Fuerza Aérea están colaborando en el desarrollo del Vehículo Crucero Falcon Hypersonic. Volando a una altitud de 20 kilómetros, espera “soltar 12.000 libras de carga útil a una distancia de 9.000 millas náuticas desde el territorio continental de Estados Unidos en menos de dos horas.” Aunque la primera prueba se inició en abril de 2010 y en agosto de 2011 se estrelló pleno vuelo , lograron alcanzar la increíble velocidad de 13.000 millas por hora, 22 veces la velocidad del sonido, y mandando de vuelta “datos únicos” que permitirán resolver problemas aerodinámicos pendientes.
En el nivel superior de esa cubierta aeroespacial de tres niveles, la era de la guerra espacial amaneció en abril de 2010 cuando el Pentágono lanzó en silencio el drone espacial X-37B, una nave no tripulada de sólo 29 metros de largo, a una órbita de 250 millas sobre la Tierra. Mientras su segundo prototipo aterrizó en la Base Aérea Vandenberg en junio de 2012 después de un vuelo de 15 meses, esta misión clasificada representó una exitosa prueba de la “nave espacial robótica controlada reutilizable” y estableció la viabilidad de drones espaciales tripulados en la exosfera.
En el vértice de la triple cubierta, a 200 kilómetros sobre la Tierra, donde los drones espaciales pronto vagarán, los satélites orbitales son los principales objetivos, una vulnerabilidad que se hizo evidente en 2007, cuando China usó un misil tierra-aire para derribar a uno de sus propios satélites. En respuesta, el Pentágono está desarrollando el sistema F-6 satelital que “desplegará desde una gran nave espacial monolítica un grupo de elementos ligados de forma inalámbrica, o nodos que aumenta la resistencia a … la disfunción de una de sus partes o al ataque de un adversario”. Y tenga en cuenta que el X-37B tiene una bodega de carga de gran capacidad para transportar misiles o armas láser futuro para destruir satélites enemigos – en otras palabras, la capacidad potencial de paralizar las comunicaciones de un futuro rival militar, como China, que tendrá su propio sistema de satélite operacional mundial en 2020.
En última instancia, el impacto de este tercer régimen de información estará determinado por la capacidad de los militares de EE.UU. para integrar su arsenal de armamento aeroespacial global en una estructura de mando robótico que sea capaz de coordinar las operaciones de combate en todos los dominios: el espacio, el ciberespacio, cielo, mar y tierra. Para gestionar el torrente creciente de información dentro de este delicado equilibrio de la triple cubierta, el sistema, al final, tiene que convertirse en autosuficiente a través de “tecnologías robóticas de manipulación”, tales como el sistema de FREND del Pentágono que algún día podría entregar combustible, proporcionar reparaciones o cambiar la posición de los satélites.
Para una nueva óptica global, DARPA está construyendo el telescopio espacial de gran angular de Vigilancia (SST), que podría estar situado en bases rodeando el planeta para dar un salto cuántico en la “vigilancia del espacio.” El sistema permitiría a los futuros guerreros espaciales ver la totalidad del cielo que envuelve todo el planeta mientras se está sentado delante de una pantalla, lo que permite un seguimiento de cada objeto en la órbita de la Tierra.
El funcionamiento de este complejo aparato en todo el mundo requerirá, tal y como explicó un oficial del DARPA en 2007, “una colección integrada de los sistemas de vigilancia del espacio – una arquitectura – a prueba de fugas”. Así, en 2010, la National Geospatial-Intelligence Agency tenía 16.000 empleados, un presupuesto de 5 mil millones de dólares, y una enorme sede de 2 mil millones de dólares en Fort Belvoir, Virginia, con 8.500 empleados envueltos en seguridad electrónica – todo ello encaminado a coordinar el flujo de datos de vigilancia llegando de los Predators, Reapers, aviones U2 de espionaje, Global Hawks, drones del espacio X-37B , Google Earth, los telescopios espaciales de vigilancia y satélites en órbita. Para el año 2020 o después – este sistema tecnológico es poco probable que cumpla con el calendario previsto – esta tripke cubierta debería ser capaz de atomizar un solo “terrorista” con un ataque con misiles de seguimiento después de localizar su retina, su imagen facial, su firma de calor a cientos de millas a través de cielo y tierra, o incomunicar a todo un ejército al noquear todas sus comunicaciones terrestres, aviónicas, y su navegación naval.
¿DOMINIO O DESASTRE TECNOLÓGICO?
Mirando hacia el futuro, un equilibrio de fuerzas aún inciertas ofrece dos escenarios de competencia para la continuación del poder global de EE.UU.. Si la totalidad o gran parte va según lo previsto, en algún momento de la tercera década de este siglo, el Pentágono completará un sistema integral de vigilancia global de la tierra, el cielo y el espacio utilizando la robótica para coordinar un verdadero aluvión de datos desde el control biométricos a nivel de calle, datos cibernéticos, una red mundial de telescopios espaciales de vigilancia y patrullas Triple Canopy aeronáuticos. A través de la gestión ágil de datos de una potencia excepcional, este sistema podría permitir a los Estados Unidos un veto de letalidad global, un elemento que equilibraría cualquier pérdida suplementaria de fuerza económica.
Sin embargo, como en Vietnam, la historia ofrece algunas comparaciones más pesimistas cuando se trata de que EE.UU. mantenga su hegemonía mundial únicamente a través de la tecnología militarizada. Incluso si este régimen de información robótico de alguna manera podría contrarrestar el creciente poderío militar de China, los EE.UU. todavía podrían tener las mismas oportunidades de controlar las fuerzas geopolíticas más poderosas con su tecnología aeroespacial como el Tercer Reich tenía de ganar la Segunda Guerra Mundial con sus “super armas” – cohetes V2 que llovieron sobre Londres o los aviones Messerschmitt Me-262 que hacían estallar bombas aliadas en los cielos europeos. Para complicar aún más el futuro, la ilusión de omnisciencia de la información podría inclinar a Washington hacia más desventuras militares como Vietnam o Iraq, aumentando las posibilidades de crear conflictos aún más caros desde Irán hasta el Mar del Sur de China.
Si el futuro del poder mundial de Estados Unidos se está configurando a partir de los acontecimientos reales en lugar de hacerlo por las tendencias económicas, entonces su destino podría estar determinado por lo que llegue primero en este ciclo secular: la debacle militar causada por la ilusión del dominio de la tecnología, o un nuevo régimen tecnológico lo suficientemente potente como para perpetuar la dominación global de EE.UU.
Alfred W. McCoy*
*Profesor de historia en la Universidad de Wisconsin-Madison
Traducción de Ernest Urtasun Domènech