Por Guillermo Sullings
En el año 2000, Latinoamérica estaba devastada por las políticas neoliberales. La previa caída del socialismo real había llevado a proclamar “el fin de la historia” y el triunfo definitivo del capitalismo, que con su mayor crudeza globalizaba el mundo bajo su signo. En sólo una década de euforia neoliberal, el continente había retrocedido notablemente en los indicadores de bienestar y equidad social. Entonces las poblaciones comenzaron a rebelarse contra esas políticas, y gracias a un progresivo afianzamiento de sus democracias, pudieron procesar mediante el sufragio su descontento.
Fue así como a partir del año 2000, paulatinamente las poblaciones de varios países de América Latina delegaron el poder a gobernantes que no apoyaban las políticas neoliberales y que se propusieron recuperar el rol del Estado en la economía, buscando una mejor distribución del ingreso. Las características de cada país hicieron que estos cambios en política económica tuvieran sus propios matices; en algunos casos se habló de reformas, en otros de revolución, en otros de progresismo. También se podría hablar de populismos, o de social democracia, o de políticas neokeynesianas; y tal vez haya habido de todo un poco, pero lo seguro es que se recuperó el rol del Estado en la economía, y eso ha sido de suma importancia. No obstante, debemos decir, que aún en aquellos casos de reformas más profundas, no se ha logrado modificar sustancialmente la estructura distributiva del capitalismo. En algunos casos solamente se ha intentado compensar las injusticias del mercado, mediante el aumento de gasto público en función social, y en otros además se ha tratado de potenciar la industria nacional. Todo este proceso, si bien ha significado un gran avance con respecto a la situación anterior, ahora está llegando a un límite, a una meseta desde la cual será difícil seguir avanzando, si no se encaran transformaciones estructurales más profundas.
Mientras eso ocurría en Latinoamérica en los últimos años, Japón continuaba con su largo estancamiento (luego del estallido de su burbuja inmobiliaria), mientras que China crecía a tasas inéditas hasta ubicarse en el 2008 como la segunda potencia económica. Un crecimiento basado fundamentalmente en la producción y exportación de manufacturas, que llevaron a este país a convertirse en el primer exportador a nivel mundial y en el segundo importador (fundamentalmente de materias primas, lo que benefició a Latinoamérica). Los excedentes de la balanza comercial china tuvieron su contrapartida en el endeudamiento de buena parte del primer mundo, especialmente USA, quien a su vez, en una economía globalizada, optó por trasladar sus factorías a una China con mano de obra barata, con lo cual, buena parte de las exportaciones chinas, fueron en realidad exportaciones de las propias multinacionales que radicaron allí sus factorías.
En todo este proceso, la riqueza se continuaba concentrando. De acuerdo al último estudio de la ONU-WIDER, el 2 % de las personas más ricas del mundo posee más de la mitad de la riqueza global. Mientras que el 10 % posee el 85 %. Estos datos no hacen más que ilustrar la ya conocida mecánica de acumulación del capitalismo. Sin embargo, el hecho de que se hayan enriquecido aún más los poderosos de los países centrales, no ha significado que sus poblaciones mejoraran sus ingresos proporcionalmente, ya que el desplazamiento de numerosas multinacionales hacia países con mano de obra barata, provocó la caída de los ingresos de los asalariados. Pero como el capitalismo para seguir funcionando, necesita mantener y acrecentar los niveles de consumo, tuvo que compensar la pérdida del poder adquisitivo de los salarios con el crédito para el consumo, y entonces los niveles de endeudamiento se potenciaron y alimentaron burbujas que luego estallaron en USA y Europa, arrastrando al mundo a una de sus peores crisis económicas.
Esta crisis también puso en evidencia otra de las contradicciones del sistema, referida a las democracias formales, en las que los funcionarios electos por la gente, favorecen al poder económico, en perjuicio de sus pueblos. Esto ha derivado en una grave crisis política en numerosos países, emergiendo movimientos sociales que cuestionan al poder y a la hipocresía de la democracia formal. Aunque por el momento, y a pesar de los estallidos sociales, el problema sigue sin resolverse, y siguen en el poder gobiernos que, ante la crisis económica, priorizan los intereses de la banca por sobre el bienestar de su gente.
Las raíces profundas de la crisis mundial
Es común escuchar o leer acerca de las causas de esta crisis mundial, iniciada a fines del 2007 con epicentro en USA, quien aún no se recupera de la misma, y que hoy tiene en vilo a toda Europa. Se habla mucho de las burbujas especulativas, de la irresponsabilidad de los banqueros y de muchos gobernantes, y uno de los principales debates es sobre si la salida de la crisis será a través de la ortodoxia de los ajustes, o si será a través de políticas que promuevan el crecimiento. Pero rara vez se escucha poner en tela de juicio al propio sistema capitalista. En el mejor de los casos se dice que la especulación financiera que generó la burbuja y produjo la crisis, es una desviación o malformación del
sistema capitalista, siendo que, en nuestra opinión, tal especulación financiera no es más que un subproducto propio del mismo sistema capitalista. Porque es precisamente la matriz distributiva del capitalismo la que lleva a la acumulación de riqueza en pocas manos, a la consecuente generación de excedentes financieros que buscan una rentabilidad mayor a la del sistema productivo, alimentando así la especulación financiera, y derivando eso en la acumulación de poder en la Banca. Un poder que en las últimas décadas ha venido disciplinando al poder político, logrando que los gobiernos tomen decisiones tendientes precisamente a acelerar el proceso de concentración de la riqueza, en un círculo vicioso que precipitó el colapso. Poder que en los últimos tiempos ya ni siquiera se disimula, y se hace ostensible, tanto si miramos los recursos que destinaron los gobiernos al salvataje de los bancos, o cuando vemos quienes son los que realmente toman las decisiones ante la crisis europea.
Ese capitalismo, que luego de la segunda guerra mundial, parecía recapacitar con respecto a la matriz distributiva, alentando las políticas keynesianas y el estado de bienestar, a partir de los 80 aprovechó las debilidades de los modelos estatistas para hacer resurgir su verdadera naturaleza depredadora a través del Neo-liberalismo. Como antes dijimos, mediante el proceso de globalización, las multinacionales fueron desplazando las diversas etapas productivas hacia países con bajo costo laboral y gran flexibilización en el mercado del trabajo. La distribución del ingreso a favor de las ganancias empresariales y en detrimento de los salarios fue aumentando la brecha, y el modo que se encontró para mantener los niveles de consumo de las poblaciones, fue el crédito; esto produjo el creciente endeudamiento de las personas, de las empresas y de los gobiernos, y el consecuente enriquecimiento de la Banca.
Esta agudización en la inequidad en la distribución del ingreso, y al apalancamiento del consumismo irracional mediante el crédito usurero, no hizo otra cosa que alimentar las sucesivas burbujas, que al ir estallando desnudaban la inviabilidad del sistema, que solamente se volvía a disimular provisoriamente con otra burbuja mayor, hasta que estalló la última. Y esto seguirá así hasta tanto no se resuelva la última raíz del problema, que es la regresiva matriz distributiva, intrínseca al sistema capitalista. Desde luego que no se resolverán las crisis con ajustes que empobrecen aún más a las poblaciones; pero tampoco alcanzará ya con las recetas keynesianas aplicadas por los estados más progresistas, porque resultarán totalmente insuficientes para revertir el plano inclinado de la dinámica capitalista, que concentra los recursos cada vez más.
El caso europeo
La causa de la crisis europea no escapa a esa lógica del capitalismo globalizado que describimos, pero las particularidades de una comunidad de varios países organizados en base a los tratados de Maastricht y atados a una moneda común, acentuaron algunas de las causas y algunos de los efectos.
El euro significó para los capitales financieros, un seguro de cambio como nunca antes habían tenido, resguardando las inversiones financieras de las devaluaciones a las que se podrían arriesgar en otros lugares del mundo, o en la misma Europa antes de la moneda común. Eso hizo que en poco tiempo se multiplicara la denominada Integración Financiera, y los capitales fluían desde los países que generaban ahorro hacia aquellos que demandaban crédito. Buena parte de los capitales prestados salieron de los bancos alemanes y franceses, endeudando a griegos, portugueses, españoles e italianos. Las empresas de los países con mayor productividad, como Alemania y Francia, aumentaban las exportaciones con los países de la eurozona, mientras sus bancos financiaban a sus compradores. Un falso “círculo virtuoso” de crecimiento y expansión económica, que generó una ilusión de prosperidad en la que se cimentó la burbuja inmobiliaria, hasta que la imposibilidad de afrontar los pagos de las deudas hizo estallar la burbuja. Un mecanismo que si bien es propio del capitalismo globalizado, se potenció en Europa por las asimetrías entre socios que no tenían posibilidades de devaluar su moneda para regular el comercio exterior.
Las mismas razones que potenciaron la crisis, son las que dificultan la salida, conduciendo a un estancamiento que amenaza con extenderse en el tiempo. Los países más endeudados y con mayores dificultades, no tienen la posibilidad de manejar su propia política monetaria; no pueden devaluar para ganar competitividad en su balanza comercial ni pueden expandir su gasto para dinamizar la economía. Por el contrario, están llevando adelante una política de ajustes brutales y recesivos, por lo que la relación entre su deuda y el PBI aumenta en lugar de disminuir, cayendo en la denominada Paradoja de la Austeridad, en la que el ahorro para cancelar una deuda produce una recesión que hace disminuir el ingreso fiscal y con ello la capacidad de ahorro. El poder financiero, no solamente ha sido el principal responsable de esta crisis, sino que sigue detentando el poder real en el manejo de la economía europea, y eso se traduce en las políticas con las que la Troika (BCE-FMI-CE) pretende responder a la crisis. Se le ha dado prioridad al salvataje de los bancos, destinando cientos de miles de millones de euros para que no se derrumbe el sistema financiero, ya sea prestando a los propios bancos, ya sea prestando a los estados para que asistan a los bancos, o ya sea prestando a los estados para que no caigan en default haciendo quebrar los bancos.
Desde luego que quienes tienen el manejo de las finanzas europeas, saben que con estos ajustes recesivos, lo más probable es que de todas maneras varios países caigan en default; pero mientras tanto ganan tiempo para que sus bancos se recompongan y fortalezcan. Lo mismo hicieron con la crisis de la deuda externa de Latinoamérica en la década de los años 80; refinanciaron deudas que eran impagables, imponiendo ajustes que condenaron a las poblaciones al desempleo y a la miseria, privilegiando la estabilidad de sus bancos, mientras las deudas seguían creciendo.
Cuando hablamos de las transformaciones de fondo que se deben efectuar en el sistema económico para ponerlo al servicio de la gente, hablamos también de la presión que esa gente debe ejercer sobre sus gobernantes para que realicen tales cambios. Pero en el caso de Europa, habría que hablar de dos instancias diferentes; ya que hay cambios que tienen que ver con la política económica comunitaria, fundamentalmente de parte del BCE, y otros que hacen a las propias políticas de cada país. De modo que las poblaciones debieran presionar simultáneamente por el cambio de las políticas comunitarias y por el cambio de las políticas nacionales, las que a su vez deberán variar según sea que se logre o no cambiar la política comunitaria. De ninguna manera se puede continuar con las políticas de ajustes que soporta la población. Los despidos, los recortes y congelamientos salariales y de jubilaciones, y otras medidas de austeridad, se suman a la ya gravísima recesión provocada por la crisis en el sector privado, y al desamparo de miles de personas que están perdiendo sus viviendas en manos de los bancos acreedores.
La crisis la deben pagar los bancos; no se debe pagar la deuda con el hambre de los pueblos. O el BCE da un giro en su política, hacia una expansión monetaria que dinamice la economía, y se hace cargo de la reestructuración de las deudas de los países, o los países afectados debieran repudiar su deuda, dejar el euro y dinamizar su economía con políticas monetarias autónomas. En cualquiera de los dos casos, la dinamización de la economía debiera darse bajo otros paradigmas de crecimiento, para que no se repitan las crisis.
Los límites del productivismo y el consumismo
Una de las contradicciones en que se suele caer al intentar modelos alternativos al neoliberalismo, es la de permanecer atrapados en la lógica materialista del propio capitalismo, creyendo que una mejor distribución del ingreso se conseguirá sólo subsidiando el consumo de los que menos tienen, lo que a su vez multiplicará los puestos de trabajo. Si bien esto funciona en el corto plazo, al no transformar la tendencia de acumulación intrínseca del mercado capitalista, lo que termina ocurriendo es que los recursos económicos volcados en la población son canalizados en el consumo de bienes y servicios monopolizados por la misma estructura productiva que en las últimas décadas ha ido concentrando el ingreso, ha empobrecido a los asalariados y ha marginado a millones del mercado laboral.
Para ilustrar con un ejemplo. Si quisiéramos regar un terreno sembrado, con el objetivo de que cada metro cuadrado tenga el mismo nivel de humedad, no nos bastará sólo con esparcir agua por toda la superficie, porque si el terreno es un plano inclinado, el agua se terminará acumulando en las zonas más bajas. Del mismo modo, cuando un Estado utiliza sus recursos para aumentar el consumo de los más desfavorecidos, pero no revierte el plano inclinado de la matriz distributiva del mercado capitalista, los recursos vuelven cada vez más rápido a los que concentran la riqueza, y el Estado necesita cada vez más recursos para seguir “regando”, hasta que la presión impositiva se torna imposible de sostener, o el proceso inflacionario esteriliza los esfuerzos redistributivos.
Se podría pensar que este mecanismo, de todas maneras produce el crecimiento general, y todos salen favorecidos, es decir que los más ricos se enriquecen más, pero los más pobres también mejoran su situación. Y eso puede ser así en el corto plazo, pero al ir llegando a los límites del crecimiento, los mayores recursos en manos de quienes más acumularon, van presionando los precios al alza, y rápidamente retrocede la capacidad de compra de los asalariados. Y esto ocurre porque la lógica capitalista de productivismo y consumismo sumada a una matriz distributiva regresiva, choca con los propios límites del sistema.
Muchas veces hemos escuchado la palabra “desarrollo sustentable”; ese término puede tener variadas interpretaciones. Desde aquella publicación del Club de Roma, “Los límites del Crecimiento”, en 1972, muchas cosas se han dicho y han pasado, algunas desmintiendo y otras confirmando los futuribles enunciados en aquellos tiempos. Hay quienes hablan de la posibilidad de crecer indefinidamente, otros dicen que hay que frenar el crecimiento, hay quienes dicen que hay que decrecer, y también hay quienes piensan que al mundo le sobra gente.
Pero la sustentabilidad, no pasa solamente por el equilibrio ambiental y el cuidado de los recursos naturales; la sustentabilidad también debe ser social, económica y política. Y está claro que con la actual matriz de producción, de consumo y de distribución del ingreso, será imposible revertir la marginalidad de miles de millones de personas en el mundo.
Hoy India y China se están constituyendo en los motores de la economía mundial. No se trata de dos países cualquiera, ya que entre ambos superan los 2.500 millones de habitantes, es decir más de un tercio de la población mundial. Ahora bien, para que estos países alcancen en su desarrollo el PBI per cápita que hoy tienen Europa y USA, tendrían que multiplicar en promedio 8 veces su PBI actual. Es decir, que si el horizonte fuera la sociedad de consumo del denominado primer mundo, seguramente habría problemas para crecer lo necesario para que todos los países accedan a él.
Pero además, está probado que cuanto más se crece, si bien algunos índices relacionados con la pobreza absoluta mejoran, la brecha en la distribución del ingreso aumenta. Esto significa que si pretendiéramos crecer con la actual matriz distributiva del capitalismo, hasta que toda la población mundial alcance los mínimos estándares para una vida digna, la proyección sería aún mayor. Por ejemplo, el PBI per cápita promedio en el mundo es de unos 10.600 dólares anuales (similar al promedio de Brasil), unos 30 dólares por día. Pero sabemos que casi un tercio de la población mundial vive con 2 dólares diarios o menos. Con la matriz distributiva actual habría que crecer 15 veces para que los más pobres lleguen al ingreso promedio actual, y habría que crecer 60 veces para que los mismos lleguen al promedio de los países del primer mundo.
Evidentemente tendremos problemas de abastecimiento, salvo que conquistemos el universo en el corto plazo.
Seguramente que algunos de los que piensan (aunque no lo digan) que al mundo le sobra gente, apostarán a que una autorregulación maltusiana diezme la población y entonces se equilibren los mercados. Pero nadie dice esas cosas porque quedan mal; lo que todos dicen es que hay crecer sustentablemente, sin perjudicar el medio ambiente, y satisfaciendo las necesidades de toda la población. De acuerdo, pero ¿cómo?
¿Acaso quienes proponen el cese del crecimiento o incluso el decrecimiento, suponen que China, India y Latinoamérica debieran congelarse en la situación actual, con más de mil millones de seres humanos sumergidos en la pobreza? Desde luego que no, ¿pero entonces, como haríamos? ¿Detenemos el mundo en este momento, distribuimos el PBI mundial por partes iguales y cada cual subsiste con los 30 dólares diarios que le correspondan? Muchos estarían de acuerdo… y muchos preferirían alguna otra propuesta en la que no les toque perder.
Desde ya que tal hipotética redistribución igualitaria y súbita es materialmente impracticable, por no hablar de las dificultades políticas. Pero lo que sí debiera ser posible e imprescindible, es ir corrigiendo desde ahora la matriz distributiva, para que el crecimiento futuro vaya mejorando la equidad, y para que no sean necesarias tasas inalcanzables de crecimiento en pos de mejorar unos pocos decimales el ingreso de los marginados.
Simultáneamente con eso habría que generar una reconversión en muchos renglones del PBI actual mundial, sobre todo utilizando los enormes recursos que se invierten hoy en armamentos y utilizarlos en la producción de bienes para satisfacer necesidades humanas. Y al mismo tiempo habría que ir paulatinamente derivando recursos que hoy van hacia el consumo suntuario o la especulación financiera, para invertirlos en la producción de bienes y servicios que hagan a la mejora en la calidad de vida de las poblaciones.
Lo que estamos diciendo es que no se trata de frenar el crecimiento, sino de direccionarlo hacia las necesidades de los más pobres. Y junto con ello habrá que modificar la composición de ese crecimiento, para que sea racionalmente sustentable. Por ejemplo, si se multiplicara por 10 la producción mundial de servicios de salud y educación, la población mejoraría notoriamente su calidad de vida, sin que exista ningún impacto ambiental adicional, y sin que se agoten recursos naturales. Ahora… si el mercado dice que lo que hay que multiplicar por 10 es la producción de automóviles…seguramente que empezarán a colapsar algunas cosas. Si explotamos racionalmente las tierras fértiles, los recursos marítimos, y vamos mejorando las tecnologías, seguramente que podremos alimentar a toda la población mundial, contradiciendo las profecías maltusianas del Club de Roma. Pero si el mercado dice que hay que usar las tierras fértiles para producir biocombustible, para que puedan abarrotarse de más autos las carreteras, seguramente que habrá menos alimentos y mucho más costosos.
Lo que se sugiere es una sociedad libertaria, en la que nadie se vea presionado para adaptarse al modelo consumista-productivista como requisito para no quedar marginado. Pero donde también exista la libertad para que aquel que prefiera producir y consumir más, pueda hacerlo en tanto no perjudique a otros ni al medio ambiente. Desde luego que para lograr eso, antes habrá que desarticular paso a paso a este sistema, poniendo en marcha una verdadera reingeniería del aparato productivo. Todo esto implica una estrategia de pasos progresivos, tan alejada del estéril deambular del reformismo, como de la inconducente declamación inmediatista.
Pasos reformistas o pasos revolucionarios
Ya pasó más de un siglo desde la publicación de “Reforma o Revolución”, donde Rosa Luxemburgo cuestionaba la claudicación de algunos socialdemócratas como Eduard Bernstein. Seguramente que toda la experiencia acumulada desde aquella época ha llevado a muchos a reformular su visión sobre el capitalismo y el socialismo, la concepción de la lucha de clases, y la factibilidad de realizar transformaciones profundas en democracia. Pero debemos decir que hoy más que nunca se plantea el desafío de descubrir cómo poder avanzar hacia las transformaciones estructurales del sistema económico. Posiblemente aquella frase de Rosa Luxemburgo: “…la lucha por las reformas sociales es el medio, mientras que la lucha por la revolución social es el fin…”, siga teniendo plena vigencia, independientemente de a qué cosa llamemos reformas sociales, y a qué cosa llamemos revolución en el siglo XXI.
La caída del socialismo real, no solamente despejó el camino para la globalización capitalista, sino que además entrampó a las sociedades en el laberinto sin salida de los pragmatismos, los relativismos y la resignación, declarándose obsoletas las utopías y fuera de moda sus ideales. En los últimos años, las nuevas generaciones volvieron a soñar con utopías, con algo tan simple como un mundo en paz, más justo y con seres humanos felices; pero lo que no está tan fácil es coincidir en un camino para llegar a esos objetivos. La experiencia demuestra que no es posible imponer recetas supuestamente científicas, ni se puede forzar a que la realidad de la gente se adecúe a las teorías. Pero también demuestra la experiencia, que es muy fácil perderse en el laberinto del posibilismo, cuando se elige el camino del reformismo, en el que los ilusorios avances provisorios nos regresan al punto de partida.
A la hora de construir un camino de verdadera transformación, somos muchos los que coincidimos en el punto de partida: No queremos un mundo en el que ese para-estado que es el poder financiero internacional, decida el rumbo de la economía. No queremos un sistema económico que enriquece a unos pocos y margina a millones, motorizado por la avaricia y el consumismo que están depredando el planeta. No queremos dictaduras autoritarias ni tampoco democracias hipócritas conducidas por políticos cómplices de ese sistema.
Somos muchos también los que coincidimos con el mundo al que aspiramos. Un mundo en paz, sin guerras ni ningún tipo de violencia, un mundo en el que la economía esté al servicio del ser humano y no a la inversa. Un sistema económico que se desarrolle en equilibrio con el ecosistema, en el que la riqueza se distribuya equitativamente, y donde cada ser humano tenga reales posibilidades de tener una vida digna, sin ser ni marginado, ni explotado, y sin alienarse en la carrera materialista.
Somos muchos los que coincidimos en lo que no queremos y en lo que aspiramos; pero no es tan sencillo aclararse sobre cuáles son los pasos a seguir para ir desde un sitio al otro. Está claro que necesariamente se deberá ir paso a paso, no solamente por las resistencias que encontraremos, sino además porque, aunque todos los habitantes del planeta coincidiéramos en lo que se debe hacer, la tarea de desmontar un sistema y reemplazarlo por otro implica necesariamente un proceso metódico.
Pero para saber que los pasos de ese proceso, no son pasos en falso que nos introducen en el laberinto del reformismo, hay que plantearse objetivos que al concretarse funcionen como los anclajes de un escalador, a partir de los cuales sea muy difícil retroceder o caer, y que sirvan de apoyo para el siguiente paso. No es la idea aquí enumerar una lista (mucho menos acabada) de ese tipo de pasos, que necesariamente se deben ir construyendo a través de la experiencia conjunta. Pero sí parece de interés dar algunos ejemplos que pueden servir para diferenciar lo que podríamos llamar pasos revolucionarios, de lo que podrían ser pasos reformistas.
Por ejemplo, en materia de distribución de los ingresos en las empresas, en el sistema capitalista la puja por el incremento salarial suele ser el objetivo más frecuente de la lucha de los trabajadores. Sin embargo, sabemos que cualquier incremento nominal momentáneo, no solamente siempre resulta insignificante comparado con los incrementos de las ganancias empresariales, sino que además pueden diluirse rápidamente por los aumentos en los precios. En cambio, si se luchara por la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, cada escalón porcentual que se avance sobre ese objetivo, significaría una mejora irreversible en los ingresos de los trabajadores.
Otro ejemplo, en materia de generación de fuentes de trabajo; esto hoy depende de algo tan vago como “la decisión de los mercados”. En algunos casos los gobiernos buscan paliar la desocupación cobrando impuestos para financiar empleos públicos o subsidios; pero esto, no solamente favorece la creación de burocracias estatales dependientes del clientelismo político, sino que también encuentra su límite en el agotamiento de los recursos fiscales o en los procesos inflacionarios. En cambio, si la herramienta fiscal fuese utilizada para presionar a las empresas para que destinen una parte creciente de sus ganancias a la reinversión productiva generadora de puestos de trabajo, cada escalón porcentual del ahorro empresarial que se destine a generación de empleo; significaría también un avance irreversible en la dinámica de inclusión laboral, y un proporcional retroceso de la canalización especulativa de los excedentes.
Y ya que hablamos de la especulación financiera, seguramente una de las mayores responsables de la crisis actual, habría que empezar a legislar para que haya regulaciones que avancen paulatinamente en la orientación del ahorro de empresas y personas hacia una Banca Estatal sin Interés, que promueva el desarrollo inclusivo. Cada escalón porcentual que se logre avanzar en la canalización de fondos hacia la producción, significará un avance irreversible en el debilitamiento de la especulación financiera y en el fortalecimiento de la economía productiva.
Y si bien nuestro tema es la economía, no podemos soslayar la importancia que tiene la transformación del sistema político, si se quiere tener el poder para avanzar a fondo con las transformaciones económicas. Y en ese sentido, el avance hacia una Democracia Real, en la que los ciudadanos tengan cada vez más injerencia en la toma de decisiones, también requerirá de que se avance escalonadamente en conquistas que vayan desarmando las mafias de la política actual. En ese sentido, cada logro vinculado a la implementación de consultas populares, elecciones directas, iniciativas populares, revocatoria de mandatos, y todo tipo de participación en la toma de las decisiones, debiera ser un bastión desde el cual trabajar para la siguiente conquista, hasta que realmente el poder esté en la población.
Muchos otros ejemplos podrían darse al respecto, pero con estos tal vez sea suficiente para ilustrar sobre lo que podría ser un camino de lucha por conquistas concretas, que no sean meros paliativos efímeros, sino verdaderos avances que irreversiblemente nos permitan escalar hacia el mundo al que aspiramos.
Si queremos construir el edificio del mundo de nuestras utopías, habrá que hacerlo poniendo en pie columnas y vigas, mientras paso a paso agregamos más pisos. Por lo tanto, no bastará que cada sector luche por su propia reivindicación aisladamente, obteniendo beneficios efímeros; habrá que pensar en que cada conquista sea un puntal de una estructura sobre la que se montarán las siguientes.