«A veces sigo a mi sombra,
a veces viene detrás»
Vidala para mi sombra
Julio Espinosa
Aviso a lectores y lectoras desprevenidos. Es posible que este textículo tenga sobredosis de adjetivos. O sea, incorrección literaria y esas paparruchadas tan en boga entre los intelectuales que supimos conseguir.
Hecha la advertencia, me largo a la piscina celestial. Si alguien debería sentir como una ofensa la designación de Bergoglio al frente de la secta más antigua y primitiva del planeta, ese alguien es mujer. En la Argentina, y no sólo, la impostura moral del jesuita entronizado tiene como víctima propiciatoria el cuerpo de las mujeres. Y esa concepción atávica y perversa corre riesgo cierto de propagarse urbi et orbi, como gustan latinizar en sus discursos. Allí están los ejemplos. Recientes. Para el mutado en Francisco I la Ley de Matrimonio Igualitario fue, es, «una movida del Diablo» y también la Ley de Identidad de Género. Su obcecada oposición a obedecer la sentencia de la Corte Suprema de Justicia respecto del aborto no punible, consagrado en el Código Penal Argentino ¡desde 1921!, lo hace cómplice de violadores, es decir, partícipe necesario de delitos a la integridad sexual de las víctimas.
¿Qué esperaban? Bergoglio, como los ciento catorce cardenales restantes, es hijo ideológico de Woytila y Ratzinger. Eduardo de la Serna, coordinador del Movimiento de Sacerdotes en Opción por los Pobres, dice que había peores candidatos. Chocolate, amargo, por la noticia. Mal consuelo, querido y admirado compañero. Durante los días de acefalía que siguieron a la renuncia de Ratzinger se especuló, como sucede siempre, acerca de la nacionalidad del nuevo monarca a designar. El capitalismo timbero mostró su faz más siniestra: apuestas, ríos de guita para adivinar. Ganó, era inevitable, el caballo del comisario. Pero, dice bien esta vez de la Serna, poco importaba si el nuevo Papa era australiano, ugandés, filipino o peruano. Importa, y mucho, que resultó entronizado un tipo profundamente reaccionario, aunque la prensa hegemónica lo trate de presentar como moderado. Moderado, las pelotas. A lo ya dicho respecto de las mujeres y sus cuerpos, cabe agregar su comportamiento sinuoso, cuando no colaboracionista, con la dictadura genocida (Leo, con cierta sorpresa, que Pérez Esquivel afirma que Bergoglio no colaboró con la dictadura. Presbicia ideológica, se llama eso). Las sospechas fundadas de haber entregado a las mazmorras de la clandestinidad asesina a Francisco Jalics y Orlando Yorio (dos sacerdotes jesuitas, como él, que fueron a pedirle refugio en tiempos de plena represión ilegal), el encubrimiento institucional de Christian von Wernich, capellán de la policía de Camps y condenado a perpetua por delitos de lesa humanidad (sigue siendo miembro de la Iglesia, como si nada hubiese ocurrido) y la hipocresía ética de lamentarse por las víctimas de pedofilia, mientras se protege, implícita o explícitamente, a los curas delincuentes, no hacen más que pintar un panorama gris, tirando a negro oscuro.
De las razones políticas de la llegada de Bergoglio a la silla de Pedro se ha dicho y se dirá mucho, lo que cada analista pueda y quiera. A mí me queda claro que han puesto a un hábil, viscoso e intrigante al frente de un Estado que tiene mil doscientos millones de súbditos y, creo, otros tantos problemas por intentar resolver.
Cuando Fidel le preguntó en Cuba al exjoven nazi «Dígame, ¿qué hace un Papa?», no se sabe cuál fue la respuesta, pero me juego que no le respondió «Negocios, si no cómo cree, compañero Fidel, que llegamos hasta el siglo XXI». Por lo de compañero y porque no es habitual que las cúpulas eclesiásticas digan la verdad. Es puro fruto de mi atea imaginación, lo confieso.
Dice Gabriela Michetti, la dirigente derechista del macrismo (noto que me estoy poniendo redundante), que cuando conoció la noticia lloró de alegría. Lo puso en Twitter. Me pregunto si habrá llorado de tristeza por cada niño y joven abusado, por cada bebé robado, por cada bendición a los torturadores y violadores, por cada hostia consagrada para Videla y sus secuaces, por el «corralito», también genocida, de Cavallo, por el helicóptero manchado de sangre de de la Rúa. Sospecho que no. Al menos no en las redes sociales. No figura.
Mucho se ha hablado de los tiempos de la Iglesia. Tardaron cuatrocientos años en pedirle disculpas a Galileo y a Giordano Bruno, pero bastante menos en desmantelar, uno a uno, todos los hitos progresistas del Concilio Vaticano II. Siempre proclives al cambio, al reaccionario, al elitista, al regresivo y discriminatorio. A ese cambio sí están prestos a darle manija. Lo dice, más claro que yo, el eminente filósofo Rubén Dri, exsacerdote salesiano y uno de los sobrevivientes de la Teología de la Liberación: «Una mala noticia». Digo, como el diputado nacional Carlos Raimundi, «Ojalá me equivoque».
Comenzaba nuestro programa en Nacional Mendoza cuando se anunció la nueva. Como un conjuro, María del Carmen Yurichich, nuestra insigne operadora (fue la primera mujer del país en hacer ese laburo, allá en su Río Turbio natal. Un orgullo tenerla en el equipo), puso en el aire la «Vidala para mi sombra». No sabemos (ella tampoco sabe) si fue la tan mentada intuición femenina, brujería ancestral o inspiración divina, pero ahí están esas sombras que, a veces preceden o otras siguen al jesuita, acompañándolo de por vida.
Esas sombras, me dije, tienen nombre y apellido. Son Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, asesinado de accidente automovilístico el 4 de agosto de 1976; Salvador Barbeito, seminarista palotino, muerto el 4 de julio de 1976; Emilio Barletti, idem que el anterior; Daniel Bombara, militante de la Juventud Universitaria Católica, asesinado en Bahía Blanca el 10 de diciembre de 1975; Carlos Dorniak, sacerdote salesiano, muerto en Bahía Blanca el 21 de marzo de 1975; Pedro Duffau, cura palotino, caído junto a Barbeito y Barletti; Héctor Jesús Ferreirós, del Partido Popular Cristiano, periodista de la Agencia TELAM, asesinado el 30 de marzo de 1977; Elizabeth Fress, militante como Bombara, desaparecida en setiembre de 1976; José Manuel González, agente pastoral, muerto en Bahía Blanca el 24 de abril de 1975; Alfredo Kelly y Alfredo Leaden, igual que sus compañeros palotinos, muertos el 4 de julio de 1976; Gabriel Longueville, sacerdotemuerto en Chamical, el 18 de julio de 1976; María del Carmen Maggi, Decana de la Facultad de Humanidades de Universidad Católica de Mar del Plata, muerta el 23 de marzo de 1976; y así hasta completar 30.000.
Pesada sombra, mochila de plomo (literalmente), que no le ha impedido al hoy Papa Francisco dormir su primera noche en los aposentos vaticanos, supongo.
En fin, que Bergoglio es un temible adversario de las políticas de inclusión y de igualdad de oportunidades que flamean por nuestro mestizo continente. Aunque la corrección diplomática y las realidades particulares de cada país obliguen a Cristina y a Nicolás a desearle buena faena e, íntimamente, que esa faena no nos haga puré.