Por Miguel Guaglianone
El historiador británico Arnold Toynbee dedicó su trabajo de toda la vida al estudio de esas inmensas agrupaciones sociales humanas que llamamos civilizaciones. A través de una inmensa obra en doce tomos que llamó el Estudio de la Historia, en cuya redacción empleó veintiocho años, con la colaboración de un equipo de medio centenar de historiadores, realizó un detallado análisis comparado de las veintitrés civilizaciones conocidas que nuestra especie humana ha desarrollado en la historia. Allí descubrió, expuso y fundamentó como estos conglomerados sociales siguen unos ciclos vitales similares a los de los seres vivos. Las civilizaciones nacen, crecen, declinan, entran en crisis y finalmente se desintegran. Tuvimos la suerte y el placer de escucharlo en persona en 1962 en una conferencia dictada en Montevideo. Allí, respecto a nuestra Civilización Occidental y Cristiana el historiador dijo que si bien parece estar mostrando todos los síntomas de crisis y desintegración, él no se atrevía entonces a hacer un juicio definitivo al respecto, ya que existía la dificultad de que quien analizaba el proceso era parte del mismo, y eso dificultaba la visión histórica necesaria.
Muerte
Cuando analiza la crisis y desintegración de las civilizaciones, Toynbee determina siete parámetros que establecen los síntomas que muestra una civilización en ese proceso. Cincuenta años después de haberlo escuchado, cada vez que aplicamos esos siete parámetros a nuestra sociedad, nos convencemos que efectivamente, nuestra civilización está viviendo sus momentos finales. No podemos realizar aquí un estudio de estos complejos procesos a los cuales queremos hacer referencia, pero un tema fundamental en ellos es que en la crisis y posterior desintegración, las minorías creativas -que habían sido capaces de presentar una “propuesta espiritual” a través de la cual la civilización se amalgamó- pierden su credibilidad y se convierten en minorías dominantes, que intentan mantener su poder por la fuerza. Una síntoma referencial de esa pérdida de credibilidad y del proceso de caída, se ve en la decadencia de instituciones sociales que habían sido pilares de la cultura en cuestión.
Como ejemplo de crisis de las instituciones, podemos ver a dos que han constituido pilares de nuestra Civilización Occidental: la Iglesia Católica y el Capitalismo.
La primera es la institución social más antigua de nuestra civilización y a partir de la cual ésta se desarrolló. Más de dos mil años han transcurrido desde que las creencias de una secta minoritaria en el Imperio Romano, se fueran transformando en la poderosa institución social que marcó durante más de un milenio los rumbos de la Cultura Occidental. Hoy está en franca decadencia. Desde el Renacimiento, cuando el proceso de secularización se produjo porque cada vez mayor número de seres humanos fueron sustituyendo las propuestas espirituales cristianas por otras más “terrenales” (la razón, la ciencia, el dinero, el poder, etc.); el proceso de descreimiento en la Iglesia y el progresivo abandono de sus fieles han mantenido un ritmo creciente.
Hoy, no sólo la Iglesia Católica pierde adeptos a ritmo acelerado (que emigran a otras creencias o simplemente se abandonan a los placeres de la vida material y mundana) sino que vive una grave crisis de “vocación”. El número de los voluntarios(as) para dedicar su vida a la Iglesia se reduce dramáticamente. Los jóvenes no están interesados en pertenecer a una institución en cuyas propuestas no creen. Además, la corrupción en todos los aspectos ha carcomido toda la estructura de la Iglesia, desde los escándalos financieros repetidos -dónde altas autoridades eclesiásticas se comportan como fraudulentos filibusteros de las finanzas- hasta los escándalos sexuales, marcados por la protección y el silencio cómplice de la institución hacia sus magistrados acusados de pedofilia. Completa el cuadro su oposición férrea y fuera de la realidad frente a temas muy importantes de la sociedad contemporánea, como el control de la natalidad, el aborto, el matrimonio homosexual, el reconocimiento de la igualdad de la mujer, la democracia interna, el celibato y otros.
En el caso del Capitalismo -una institución que nació tempranamente en el Renacimiento y fue convirtiéndose (sustituyendo en alguna medida a la Iglesia) en el pilar de la sociedad contemporánea- si bien algunos entendidos dicen que es una institución que sufre una constante crisis y que va atravesando ciclos que le permiten adaptarse a las nuevas circunstancias históricas y sociales, hoy finalmente parece estar tocando fondo. Las sucesivas crisis del siglo XX desembocaron en la actual, cuya tendencia hacia la catástrofe día a día parece mostrarse como inevitable. Los países centrales viven cotidianamente la caída, y las cada vez más importantes protestas internas fuera de las instituciones políticas tradicionales, se convierten en nuevos factores de poder en el contexto. Y si bien es cierto que también en este caso el descreimiento va en aumento, quienes tienen todavía los mecanismos de poder insisten en producir más de lo mismo, mientras la acumulación de capital en las grandes corporaciones transnacionales ya ha perdido, por brutal y cotidiana, toda capacidad de escandalizar. Políticas suicidas, que solo contribuyen en acelerar la situación de crisis, son la única respuesta de los poderes establecidos.
Neohabla
En su antiutopía “1984”, el retrato de una sociedad autoritaria sin salida, George Orwell describió como uno de los mecanismos de asegurar el poder lo que llamó “neohabla”. Se refería -en una sociedad como lo que planteó, dónde los medios de comunicación eran una de las principales herramientas de la dominación- al uso de un lenguaje “del revés”. A llamar a lo negro, “blanco”, y a lo blanco, “negro” en forma sistemática, para convencer a los receptores de una realidad contraria a la existente.
Cuando escribió la novela en 1948 no estaba inventando nada nuevo, ya los nazis lo habían aplicado en forma efectiva, culpando a sus enemigos de las barbaridades que ellos mismos realizaban, colocando como monstruos a las minorías que perseguían y exterminaban, y engañando a su nación y a las conquistadas a través de este mecanismo. El uso de este sistema parece ser producto de la absoluta falta de credibilidad de quien lo emplea, un último y desesperado recurso para mantener el control ideológico de las mayorías. Puede ser un síntoma más de la decadencia final de la estructura de poder que lo utiliza.
Curiosamente, es el lenguaje que a través del sistema globalizado de medios corporativos, emplean sistemáticamente las dos instituciones que analizamos. En el caso del Capitalismo central, podemos ver como ejemplo, al acceso a la Casa Blanca por primera vez en la historia de un afroamericano que fue promocionado como un hombre de cambios, y que ha terminado siendo un “liberal” que justifica públicamente los asesinatos que el mismo decide y la tortura como un método válido de “inteligencia”, aplicando en forma más efectiva aún que la del “halcón” que lo precediera las políticas internas y externas para el puro beneficio de las grandes corporaciones. O podemos mencionar al casi caricaturesco Mariano Rajoy, explicando diariamente como las políticas económicas que están empleando (protectoras del gran capital y aplastadoras de la gente), a pesar de que “aparentemente” empeoran la situación que viven todos los españoles, están destinadas a mejorar (no se sabe cuándo) las cosas. Los medios corporativos se encargan de difundir los mensajes de estos personajes, haciéndolos “legítimos” a los inermes receptores con su repetición sistemática.
En el caso de la Iglesia Católica la situación es similar. Desde un Papa (Juan Pablo II) actor y comunicador social efectivo, que dedicó todos los esfuerzos de su largo papado a promocionarse como “hombre bueno”, mientras no sólo encabezaba una persecución sistemática de todo síntoma progresista en la Iglesia, sino que apoyaba en forma reiterada todos los movimientos conservadores y reaccionarios a nivel mundial, mientras manejaba un discurso de apoyo a los humildes. Fue sustituido por un intelectual de derechas, que había sido miembro de las juventudes hitlerianas, y que insólitamente renunció declarando su incapacidad para enfrentar los graves problemas que la Iglesia y el mundo están viviendo (denunciando al pasar, parte de la corrupción interna). Finalmente, acaba de designar un nuevo Pontífice, que los medios corporativos nos están vendiendo como un hombre capaz de afrontar los cambios que la Iglesia necesita, sobre todo por su condición de ser el primer Papa latinoamericano. Este hombre trae consigo sin embargo antecedentes que hablan de todo lo contrario a lo que están pregonando. Documentos, fotografías y testimonios están saliendo a la luz (y los medios corporativos están tratando de ocultarlos) que muestran su complicidad y participación con la dictadura de Videla, un capítulo terrible y oscuro de la historia argentina, que dejó muertos, heridos, torturados y 30.000 “desaparecidos”. Una vez más -y cada vez con mayor descaro- están intentando vendernos el mundo al revés, presentando como una esperanza “latinoamericana” a quien parece ser un ejemplo de los intereses más oscuros y reaccionarios.
Paternidad y Filiación
Estudiando la crisis y desintegración de las civilizaciones, Toynbee analizó un proceso que llamó “Paternidad y Filiación”. Descubrió que, -exceptuando las siete primeras civilizaciones que parecen surgir espontáneamente- todas las demás han nacido de la muerte de una civilización anterior. Tan importante es este proceso, que el autor dedicó una extensa parte del estudio a definirlo y analizarlo. Logró a través de múltiples ejemplos comparados mostrarnos como, mientras una civilización se está desintegrando, está surgiendo a la vez en su seno el germen de lo que será una nueva. Si lo que sospechamos entonces es cierto, en la desintegración de nuestra Civilización Occidental y Cristiana se está produciendo la eclosión de una (o unas) nueva propuesta, que podrá constituirse en el núcleo de esa civilización futura que está naciendo.
Resurrección
Como con el Ave Fénix mitológica, de las cenizas renace nuevamente la vida. Y los síntomas parecen estar ahí para quien pueda verlos. Paralelamente a la ruina de Occidente, surgen como hongos después de la lluvia nuevos actores en el escenario global.
Antiguas civilizaciones que fueran avasalladas por la nuestra imponen protagonismo, se hacen presentes. Aquí está la antigua cultura china no sólo con una población que es casi un quinto de la total del planeta, sino con una capacidad productiva e innovadora que le ha permitido en muy poco tiempo alterar radicalmente las condiciones anteriores del “mercado mundial”. No sólo es una presencia económica, es sobre todo una presencia cultural, marcada por la forma de hacer las cosas, de manejar la política, la diplomacia, de mantener una línea histórica.
La otra es el Islam. A pesar de haber sido y ser hoy el objetivo principal de exterminio de Occidente, el Islam está cada vez más vivo. No sólo se refleja en la resistencia que sus pueblos realizan contra los ataques y la guerra de las potencias centrales, sino en la forma en cómo sus gentes “viven” en lo cotidiano sus propuestas culturales y espirituales, lo cual parece darles una fortaleza y una capacidad de combate que Occidente, con la ligereza que lo ha caracterizado para juzgar otras culturas, ha bautizado como fanatismo o fundamentalismo.
Pero lo que consideramos como más importante en este proceso de resurrección y protagonismo, está aquí, con nosotros, en Latinoamérica. Los complejos y vigorosos procesos de cambio de los cuales la Revolución Bolivariana comandada por el presidente Hugo Chávez fuera pionera, no sólo no se detienen sino que muestran cada día una mayor vitalidad, una mayor capacidad de generar nuevas respuestas al panorama mundial. El rápido desarrollo de los procesos de integración va constituyendo rápidamente un bloque que dentro de su diversidad, a partir de nuevas relaciones entre sus protagonistas, se va perfilando como un nuevo e importante actor en el panorama mundial. Y no sólo es político, sino que es fundamentalmente (que es lo esencial) un fenómeno cultural. Este continente mestizo está produciendo acciones e ideas nuevas, propias, con una visión del mundo absolutamente suya y original (plena de todo lo Real Maravilloso que nos define) y que creemos constituye una esperanza para el futuro del mundo.
Desde aquí, de la trinchera colectiva de la Patria Grande, desde lo profundo de nuestras Patrias Chicas, de la mano con nuestros hermanos Nuestroamericanos, nuestros pueblos parecen encaminarse hacia un futuro de paz y justicia que marque el rumbo de una nueva cultura.
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Publicado en Barómetro Internacional – barometrointernacional@gmail.com