Por Miguel Guaglianone
Algunos historiadores han teorizado respecto al proceso general de la Historia y han aventurado la hipótesis que en algunos aspectos, este proceso parece ser cíclico. Esto no quiere decir que “la historia se repite” como algunas veces opina el imaginario popular, sino que algunos procesos históricos parecen atravesar períodos de características similares en tiempos diferentes. Es como si en alguna medida a veces la Historia recorriera una especie de espiral tridimensional, dónde cada vuelta es similar a la anterior pero a mayor altura y con mayor extensión, con lo cual se le asemeja pero no la repite.
Si aplicamos este modelo a nuestra América Latina, el proceso de integración, soberanía y liberación que nuestros pueblos vienen llevando a cabo en este principio del Siglo XXI, pareciera ser un nuevo ciclo similar al que vivieron a principios del Siglo XIX, cuando la gesta emancipadora liberó a casi todo el continente de las manos del Imperio Español, en un proceso que en ese entonces fuera orientado por el objetivo integrador de formar una Patria Grande, que lamentablemente no llegó a verse concretado.
De este o estos procesos (se ha llamado al que estamos atravesando Segunda Independencia, aunque otros opinan que estamos solamente completando la primera), han sido pilares fundamentales los hombres y mujeres que encabezaron y encabezan los profundos (y telúricos) movimientos sociales, que desde abajo hacia arriba han conmovido y conmueven a nuestro continente mestizo. Nos referimos a aquellos y aquellas que la historia ha ido bautizando como los héroes y heroínas de nuestra tierra.
Hace un tiempo escribíamos sobre ellos tiempo escribíamos sobre ellos y destacábamos que, a diferencia de los héroes de otras culturas y otros tiempos, todos los nuestros han sido “gente común”, sin superpoderes ni otras condiciones especiales más que el valor, la tenacidad y el sentido de la entrega.
Y la otra característica importante que allí mostrábamos, es su condición de héroes trágicos. Los líderes indígenas como Guaicaipuro, Cuapolican, Tupac Amarú, Tupac Katari, etc, o los caudillos negros alzados desde la esclavitud como Makandal,
Sebastían Lemba, Zumbí de Palmares, Andresote, José Leonardo, etc., fueron perseguidos, derrotados, torturados, traicionados, quemados o degollados por el poder imperial. Los líderes criollos -mestizos ya de las tres culturas- fueron como Miranda, entregado para morir en manos de sus enemigos, o como Bolívar, San Martín y Artigas yendo a acabar sus días en el exilio luego de haber sido traicionados y olvidados, o finalmente aquellos que continuaron llevando adelante la lucha por la liberación de nuestros pueblos, fueron cobardemente asesinados, como Zapata, Sandino o el Che, etc. Todos parecen haber sido personajes de una tragedia griega, sin final feliz, terminando sus días lejos de sus pueblos y del protagonismo que en algún momento sustentaron.
A esta condición trágica que parece ser una característica intrínseca en nuestros héroes, se refirió Nicolás Maduro en el funeral del presidente Hugo Chávez, y la calificó como una maldición, que hasta la fecha venía aplicándose sobre todos estos hombres y mujeres ilustres. Y dijo también como cosa importante, que Hugo Chávez había sido capaz de superar esta maldición. Que abandonaba este mundo siendo el líder reconocido de su pueblo, contando con el respeto, la admiración, la estima (y el amor) no solo de ese pueblo, sino además de millones de hombres y mujeres de otras latitudes.
De la misma manera que, conducido por el mismo Hugo Chávez, el proceso bolivariano supo ser el pionero, el abanderado de los procesos de cambio que hoy recorren de Sur a Norte y de Este a Oeste nuestro continente, pareciera entonces que esta “tierra de gracia” también es capaz otra vez de encabezar la construcción de ese final para la condición trágica de nuestros héroes. Estaríamos así recorriendo una nueva vuelta de la espiral, similar pero no igual a la anterior, una vuelta en la que nuestros héroes dejan de ser protagonistas trágicos para convertirse esencialmente en protagonistas épicos.
Nadie tiene la bola de cristal que permita determinar el futuro de nuestros pueblos, ni siquiera el más inmediato (los procesos sociales son sistemas complejos y caóticos, y por tanto imprevisibles), sin embargo cuando observamos a nuestro alrededor,
parece como bastante probable que, igual que el presidente Chávez, ninguno de los nuevos héroes que están surgiendo en nuestra región y que la historia bautizará como tales, deberá recorrer el camino de la traición y el olvido que marcó a sangre y
fuego el destino de nuestros ancestros.
Pongamos todo lo posible de nuestra parte para ayudar a terminar de enterrar la maldición y hacer que los hombres y mujeres que dedican su vida al futuro de sus pueblos tengan el reconocimiento, la compañía y el afecto que merecen al fin de sus vidas. Es para todos nosotros un deber más, en la compleja construcción de la Patria Grande en que estamos empeñados.
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Publicado por Barómetro Internacional – barometrointernacional@gmail.com