La justicia española  investiga si Corinna zu Sayn Wittgeistein la “amiga” del rey Juan Carlos, realizó gestiones para los gobiernos socialista y popular. Más escándalo ibérico.

No encontramos poética, ni mucho menos emotiva, la expresión “amigo/amiga entrañable”. Las entrañas no son un lugar interesante para ubicarse o emplazar los sentimientos. Cada palabra se asocia sin solución de continuidad con una imagen y la que remite a las vísceras no es la mejor en el plano visual, o auditivo, o táctil u odorífico. Es un medio viscoso, blando, confuso, caótico, de líquidos y sólidos -una masa informe- en transformación.

La princesa Corinna zu Sayn Wittgeistein se define “amiga entrañable” de Juan Carlos l rey de España. Los pérfidos republicanos, una mayoría inexplicablemente silenciosa, prefieren llamarla “la amante” y, parece en este caso, más apropiado ya que están en juego, las entrañas.

Ahora, la princesa busca rédito publicitario a la menguada -por razones de salud-  amistad con el rey; una actitud más predecible en una mujerzuela de folletín y hace declaraciones rimbombantes. ¿A título de qué? De “entrañable”. Mariano Rajoy, que no caza ni una, salió a desmentir los dichos y le dio aire al fuego encendido por Corinna.

Rajoy, un pararrayos de desastres, no es el único salpicado por las entrañas de la princesa. El socialista (¿o ex socialista?) Zapatero también parece haber recurrido a los servicios de Corinna. Pero vayamos en orden cronológico.

Los trabajos de Sayn Wittgeistein en beneficio del Estado español, recientemente difundidos, han tenido que ver  -según dice la prensa- con “calmar” a jeques árabes con intereses en el Reino. No hay que pensar mal. Eso jeques son fuertes inversores en la tierra que alguna vez ocuparon durante 800 años y sienten suya. Están preocupados por sus dineros en empresas radicadas en ese territorio y, a sabiendas de eso, el gobierno le habría  encomendardo a Corinna la función de tranquilizarlos.

Según el diario El Mundo “El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, se entrevistó dos veces con la princesa Corinna zu Sayn-Wittgestein en noviembre y diciembre pasado en Madrid durante un almuerzo y una reunión más breve. El propósito era aprovechar las conexiones de Corinna con el jeque Abdulá binZayed al Nahyan, hermano del príncipe heredero, para “ayudar a calmar a los poderosos inversores árabes”. En entrevistas recientes, afirma Clarín de Buenos Aires, la princesa ha confirmado estas gestiones afirmando que realizó trabajos “delicados, confidenciales y clasificados” para el gobierno español en forma gratuita.

Aclaremos que todo esto salta a la opinión pública cuando la princesa “trata de defenderse de las revelaciones sobre vínculos con los negociados del Duque de Palma, Iñaki Urdangarín”, donde el rey también aparece complicado por una serie de correos electrónicos.

El vocero parlamentario de Izquierda Plural, José Luis Centella ha pedido al gobierno que comparezca ante la Cámara para que explique “el papel de la princesa en relación con las tareas que dice haber desarrollado en representación del Estado. Si son mentira, el Estado tiene obligación de ir contra ella, y si son verdad, de explicarlas”.

El corresponsal de Clarín en España cita al diario El Mundo para afirmar que, “según fuentes cercanas al ex canciller socialista Miguel Angel Moratinos, integrante del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, existió “un vínculo” con la princesa Corinna en torno al fallido Fondo de Inversión Hispano Saudí de Infraestructuras y Energías, “entre cuyos inversores figuran, entre otros, el Grupo Villar Mir, Caja Madrid (ahora Bankia), Unión Fenosa, Acciona, Mutua Madrileña y Endesa”. Estas compañías habrían realizado un aporte inicial de 21 millones de dólares que nunca recuperaron”.

Es lógico que los inversores árabes estén preocupados por sus fondos colocados en un país con una deficiente conducción económica e inmersa en una crisis global del capitalismo. Pero recurrir a los servicios de una mujer que gusta de jugar a espía siguiendo un modelo de principios del siglo 20, es degradante para un Estado en el siglo 21. Es posible que en el futuro próximo muchos países se vean en la disyuntiva de revisar la relación costo beneficio de mantener una institución caduca como la monarquía y ya no apelar a las entrañas.