El mundo católico ya tiene a su nuevo líder. Es el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, 75, quien llegó a Roma con antecedentes favorables, como haber sido el adversario número uno del favorito Joseph Ratzinger en 2005. En aquella ocasión el arzobispo de Buenos Aires habría quedado segundo. No hay certeza sobre ese dato; pero es seguro que el argentino entró al cónclave actual con votos bajo el brazo.
A la hora de sumar y restar se tenía en cuenta que los 115 electores se componían de este modo: 60 europeos, 19 Latinoamericanos, 14 de América del Norte, 11 de África, 10 de Asia y 1 de Oceanía. Pero de los 60 europeos Italia tiene 28 electores y una conflictiva interna que algunos denominan eufemísticamente como “juegos de poder y dinero”. Se presuponía que los votos latinoamericanos no irían a Odilio, a quien ven mejor en un cargo de secretario, y quien mejor podía acordar con los italianos era Bergoglio. (Es un tópico que los italianos, cuando les conviene, consideran a los argentinos como “propios”).
Es difícil pensar que a partir de la divulgación de lo papeles que se han dado en llamar VatiLeaks, la elección no haya sido conversada en el último año, en los diferentes encuentros de los jefes de la iglesia. La crisis de la Curia Romana, sumado al escándalo de la pedofilia en el clero -estigma del pontificado de Benedicto XVI- y las posibles irregularidades en el Vaticano -reducidas por un sacerdote como la triada de poder, dinero y placer- son un legado difícil que sólo se puede confiar a alguien elegido con calma y que haya pensado en cómo enfrentarlo. Esto explica que en estos días, Paolo Rodari, vaticanista de “La Repubblica”, recordara que “al final de una congregación, algunos purpurados comentaron entre ellos: “Bastaría con cuatro años de Bergoglio para cambiar la situación”.
Para quienes ven bajo el agua la renuncia de Benedicto XVI no fue una sorpresa: fue una renuncia acordada y, cuando se produjo, ya había un candidato que venía desde el 2005 con quien sólo había que ajustar “cuestiones de gobierno”. De ahí que se haya resuelto en solo dos días ungir a quien se autodenomina Francisco I.
Bergoglio -coincidimos- tiene el perfil adecuado para conducir una Iglesia donde no haya cambios importantes: es conservador y ejercerá de tal. Pero hay consenso en pensar que será firme en la depuración de la Iglesia y puede imponer su estilo austero, renovando la relación interna de la Iglesia y la relación de la Iglesia con el medio social. Sin cambios de fondo, insistimos.
El vaticanista Paolo Mastrolilli (La Stampa) apunta que “la continuidad ideológica de la Iglesia está garantizada”.
La elección de Francisco como nombre es importante y concuerda con características de Bergoglio: es un pastor, austero, abierto, inteligente, buen comunicador, que sabrá gobernar esa curia romana tan conflictiva. Tiene el aplomo suficiente para un liderazgo mundial.
La nota de color en esta elección tiene que ver con el juego de “la primera vez”, que es plural en el caso del nuevo Papa, nuevo Obispo de Roma y nuevo Jefe de Estado del Vaticano: también es el “primer jesuita”, el “primer Latinoamericano” y el “primer argentino”. Esta última circunstancia fue motivo hoy de múltiples sonrisas: en el país donde el fútbol es la pasión unánime, un entrevistado de CNN dijo: “un papa argentino es como ganar un mundial”. Diego Maradona tampoco se privó de declarar “el dios del fútbol es argentino” (lo dice por él, claro) y ahora también el Papa”. Por nuestra parte acotamos que Jorge Mario Beroglio es hincha de San Lorenzo de Almagro.
Poniéndonos serios nuevamente, señalamos para terminar su perfil, que en su pasado hay una zona gris, que seguramente será tema en el futuro próximo: no está clara su relación con la dictadura cívico militar que asoló la Argentina entre 1976 y 1983. Y esto no permite bromas.
Pero si hay lugar para la esperanza. Bergoglio ha sido un interlocutor de otras religiones, privilegia el diálogo y es un hombre que se juega por la paz. Si el Papa del Fin del Mundo -como él se llamó- se juega por estos valores políticos, su aporte a la humanidad puede trascender el aporte a su comunidad.