Nunca supe si lo que les voy a contar, y alguna vez alguien me contó, se refiere a un hecho real o es otra de las anécdotas que él tenía en sus maravillosas alforjas y derramaba al público. Eran tiempos de la llamada «primavera democrática». Presidía el país Raúl Alfonsín, (existe una versión que tiene como protagonista a otro presidente, innombrable por varias razones) con su halo de hombre progresista, cofundador de la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos). La carrera artística del otro personaje de esta historia comenzó en Tandil, Provincia de Buenos Aires. Alfonsín había nacido en Chascomús. Entre una y otra localidad hay 265 kilómetros de distancia.
Deseo fecundo
- Mendoza -
Facundo Cabral (Fecundo, le llama mi amigo Adrián Abonizio) daba un concierto en el pago chico del líder radical y, como un gesto de época, don Raúl asistió. Estaba en su casa, entre su gente y, además, podemos imaginar que también disfrutaba de la poesía y la música del trovador que, ya a esa altura de su trayectoria,había dejado atrás al «Indio Gasparino». Ya era, simple y rotundamente, Facundo Cabral.
Pero esa noche había otro personaje. La madre del cantautor. Una vez finalizada la actuación, el presidente se acercó a saludar y felicitar al autor de «Vuele bajo». Charlaron un rato, intercambiaron elogios y Facundo le presentó a su mamá, por quien sentía un cariño superlativo. Alfonsín, rápido de reflejos, sacó una tarjeta personal, se la ofreció a la señora y le dijo, dicen: «Señora, tome. Cualquier cosa que necesite, no dude en llamarme». La mujer, anciana curtida por una vida de sacrificios y esfuerzos, tomó la tarjeta y, digna madre de su hijo, le respondió, dicen: «Gracias, pero con que no me joda es suficiente». Le dio un beso en cada mejilla, como acostumbran nuestras campesinas, y se sentó. Eso dicen. No sé si es cierto, insisto, pero merece serlo.
Recordé esa anécdota deliciosa en estos días. Ahora que tenemos un Papa simpático, desacartonado, canchero, un porteño en el Vaticano, un argentino en el corazón del catolicismo, que ha despertado un fervor parecido, demasiado parecido al chauvinismo; ahora que su vocero, Lombardi, acusa a la «izquierda anticlerical» de falsear cierta vinculación de Bergoglio con los crímenes de la dictadura terrorista burguesa, me acordé del pedido de la madre de Cabral.
Como, efectivamente, soy un izquierdista anticlerical (jamás anticatólico ni anticristiano) y no quiero herir los sentimientos de la buena gente que, ilusionada, mira a ese señor que paga el hotel vestido de monarca y que le pide a sus sacerdotes connacionales que den a la caridad el dinero que iban a utilizar para viajar a su entronización (el primero en adherirse públicamente es el «Momo» Venegas, sindicalista explotador de obreros rurales. Un cristiano muy sui generis) y que tiene conductas y gestos de verdaderas actuaciones ante las cámaras globales; como le espera la ardua tarea de ordenar las cuentas vaticanas, limpiar la mugre moral de sus curas pedófilos y tratar de desarmar los grupos mafiosos al interior de la Iglesia. Por todo eso y porque él mismo ha pedido misericordia y va a estar tan ocupado en cambiar opulencia y boato por pobreza, según ha prometido, soy yo quien, humildemente, le pido, parafraseando a la vieja de nuestro fecundo artista y mártir: «Francisco, con que no nos joda, es suficiente».