En Agosto de 1973, tuve la oportunidad de asistir a una conferencia del pensador argentino Silo (1), que tiene y ha tenido gran significancia para mi vida personal y social. En esa conferencia, aparte de otras cuestiones ya más para especialistas, se planteó un tema que a mi juicio nunca ha dejado de tener vigencia, para quienes miramos el mundo intentando comprenderlo en su paisaje interno y externo. Lo que no imaginé en ese momento era la relevancia que esos comentarios, adquirirían 40 años después. Es decir hoy en día. El tema enfocaba el mecanismo de “fuga social”.
Cito: “Cuando en épocas de crisis como la actual, el sistema de valores que fundamenta una sociedad pierde sentido, cuando toda la estructura social se revoluciona desde el modo de producción a las relaciones de producción, cuando la dialéctica de clases se intensifica, cuando la dialéctica generacional se abre paso, cuando el quehacer cotidiano se enrarece y carece de racionalidad, cuando la sensación de asfixia general y particular se hace evidente, suele ocurrir el fenómeno de -fuga social-”.
Tratemos pues de corroborar primero que tales características sociales de “crisis”, se encuentran efectivamente en nuestra atmósfera general. Por lo pronto estamos hablando primero, de valores que han perdido su vigencia y sentido. En efecto, no tenemos que ser particularmente acuciosos para darnos cuenta que la vieja solidaridad fue reemplazada por la competencia, la fe religiosa por la intolerancia, el fanatismo y la contradicción o sencillamente por el incumplimiento de preceptos que antes parecían sólidos, incluso por los mismos “administradores” de ella. Lo que antes eran delitos de especulación y usura, hoy son respetables negocios a cuya cabeza se encuentra la banca nacional e internacional. La estructura del matrimonio y la familia siendo antes un aspecto de fortaleza social, hoy se encuentra absolutamente en retirada y surgen otras que no obedecen a las antiguas formas. La diversidad sexual que antes era motivo de secreto personal y familiar, hoy (por fortuna) se amplía hacia la aceptación definitiva.
En cuanto a los modos de producción, éstos han tenido un desarrollo formidable. El trabajo manual se encuentra cada vez más circunscrito a la artesanía y el manufacturero a la automatización. Las empresas de servicio ocupan hoy un lugar primario en comunicaciones, transportes y otra gran variedad de campos difícil de cuantificar. Sin embargo, la concentración económica no admite que sus frutos se extiendan a la gran mayoría de seres humanos que pasan por ilimitados problemas para sobrevivir.
Caso especial lo constituye Internet, que se ha presentado alterando no solo la actividad productiva, sino que también se ha extendido a la sociedad en general, generando una posibilidad de información nunca antes vista, pero que a la vez ha contribuido a desestructurar y reemplazar el modo de contacto entre las personas.
Tal vez ha existido un giro inesperado en lo que se refiere a la dialéctica de clases, puesto que el sistema económico capitalista, provisoriamente, ha logrado lo que no lograron las revoluciones contrarias: instalar en las cabezas de la gente la ilusión de libertad. Así hoy, todos somos aparentemente libres, lo que incluye aspirar a ser la clase que no somos y estar más arriba en el escalafón social. Somos “aspiracionales”. Las poleras con logos de grandes empresas o zapatillas de marca, se lucen con orgullo, entre los sectores más desamparados. De este modo la dialéctica de clases se ha reducido a la exhibición de status, ya sea en capacidad de crédito, el lugar donde se vive, lo que se consume y en el mejor de los casos a negociaciones de aumento de salario frente al capital. Si se habla hoy de clases sociales, es en el contexto estadístico y de agrupamiento para estudios de mercado.
La dialéctica generacional se mantiene viva y los hijos reniegan de las condiciones que encontraron al nacer, sin embargo las nuevas generaciones se debaten entre la extorsión del sistema que las permea, debilita o divide en sus fuerzas, amenazándolas con su seguridad futura, cuando no mediante aparatos represivos que acarrean el temor a sus corazones. Empujan en conjunto, hasta que alguno de sus voceros es tentado por las empresas o partidos políticos tradicionales, “para que cambien el sistema
desde adentro”. Maravillosamente la mecánica generacional no puede ser detenida y cuando unos abandonan, otros llegan a ocupar sus puestos de lucha. Sin embargo aún está por verse su capacidad para generar la transformación y/o la eliminación total de estructuras políticas y sociales que configuran y son tributarias actualmente de un monstruoso sistema, reemplazándolo por una sociedad plenamente humana.
El medioambiente se degrada a vista y paciencia de miles de millones de seres humanos desconectados entre sí pese a los problemas comunes. Las grandes empresas no dudan en seguir una política de tabla rasa con los recursos naturales. La economía denominada “global” se orienta por las decisiones de unos pocos accionistas, que hacen oídos sordos al desastre que aumenta en igual proporción que sus arcas privadas.
En lo particular, el quehacer cotidiano se encuentra brutalmente enrarecido, no existen referencias claras y la violencia interna o explícita se manifiesta a cada instante en cualquier lugar. El temor a la delincuencia crece y se desconfía de todo extraño, las casas se enrejan, se instalan cámaras de espionaje a la vida corriente, en calles, avenidas, al interior de los lugares de trabajo o en las mismas casas. La salud y la educación han llegado a un deterioro nunca antes visto, pese a los adelantos en la materia, porque estos han quedado al servicio de unos pocos que pueden pagar. La competencia y la discriminación para llegar a ser “más que el otro”, es considerada un valor y así, hasta se aplaude la consecución de distinción, sin mirar a quienes han sido pisoteados para conseguirla. Los niños hoy crecen en este triste, árido y violento paisaje, mirando sin comprender a sus progenitores y con escasas posibilidades de comprenderse a sí mismos en su desarrollo.
En síntesis, el quehacer cotidiano se ha enrarecido a nivel general. No hay racionalidad ninguna en la dirección de los acontecimientos. Los gobiernos en todas las latitudes se encuentran en un desconcierto abismante, sometidos por la banca y no tienen otra respuesta que la represión y la violencia. En los ciudadanos se manifiesta de manera creciente, día a día la sensación de asfixia general y pérdida de sentido. Todo esto nos pone en situación de una época histórica de plena crisis que anticipa cambios insospechados. Es de este modo que se han instalado las condiciones ideales para una cultura en que “la fuga social” se ha convertido en una anormal manera de vivir. ¿Cuáles son sus características más visibles?
“La fuga social”, se expresa en la ritualización de elementos periféricos y que no hacen a lo esencial de la actividad humana. Se ritualiza el deporte, el sexo, el juego, la moda, la música. Todos esos elementos cobran valor de fetiche, como si en ellos estuviera el poder de resolver conflictos internos. Toda la época se hace fuertemente mesiánica y las teorías salvacionistas o catastrofistas cunden. Se desentierran viejos mitos y se los adapta al momento. Se deposita fe ciega en hombres tan fugados
como el resto, pero que aparecen nimbados de una propiedad difícil de definir. Esta propiedad de difícil definición es, precisamente, la que identifica al fetiche como tal. Se experimenta en su presencia la difusa sensación de que él tiene el poder de resolver situaciones angustiosas. Se trate del juego, de un líder, de un maestro espiritual, de un sistema mágico, aún científico (en este plano es indiferente), se trate del objeto de status, o de un disco volador, todas esas entidades se aparecen como insinuadoras de la salvación que busca la conciencia “en fuga”.
Es claro que la mayoría de las actividades mencionadas se encuentran hoy en avanzado estado de ritualización y han sido fetichizadas. En el deporte, el fútbol encuentra un espacio de relevancia; se forma una “religión” en torno a Maradona. Los deportistas destacados en cualquier disciplina, o cantantes de éxito, son recibidos por los presidentes y visitan escuelas u hospitales como si tuvieran la virtud de solucionar problemas políticos, mejorar la educación o curar enfermedades. Los que tienen “la suerte” de reunirse con ellos, dirán luego a la prensa lo “humana” que era tal persona. La elección del Papá en el Vaticano es seguida por millones de fervientes católicos esperando que llegue un “santo” capaz de resolver los problemas personales y mundiales. Se reúnen multitudes en las elecciones políticas con llanto en los ojos por la elección de algún candidato, que “cambiará las cosas”. Esto se repite en los conciertos rock que succionan a inmensos conjuntos de jóvenes que se apretujan para estar cerca de los “ídolos” de moda y ser tocados por ellos. La TV, como una gran máquina de fuga, se ocupa de generar “realidades” que muestran la miseria moral de nuestra desmedrada cultura, al tiempo que en sus spots, nos muestran la compensación a tal desorden invitándonos a adquirir un refrigerador, un teléfono inteligente o un desodorante ambiental, elementos que pueden darnos la felicidad extrañamente perdida.
Se ha fetichizado el sexo a tal nivel que las revistas, periódicos o la TV, peraltan un erotismo desenfrenado y las prácticas sexuales de personajes son noticia y motivo de comentario en programas especializados. Al mismo tiempo, el ejercicio de la sexualidad llega a poblaciones cada vez más jóvenes. Las cirugías de embellecimiento, comienzan a ser llamadas: “cirugías de cuerpo y alma”.
La superchería cunde y hasta la alimentación se ve también asediada por la fuga. Se multiplican las dietas diversas y sofisticadas; los rábanos tienen propiedades extraordinarias, los hongos “tibetanos” o alguna yerba exótica, descubierta en algún lugar lejano, tienen virtudes medicinales y nos permitirán olvidarnos temporalmente del envejecimiento y la muerte. Lo mismo ocurre con pulseras, imanes, flores, piedras o lugares “con carga energética” o también cualquier disciplina antigua desvinculada de su verdadero origen, que “nos llevarán a la serenidad perdida”. Pero todo ello sin preguntarnos, en lo más mínimo, acerca de las verdaderas causas de la violencia en que se vive y menos aún en la manera de superarla. Son pocos los que se orientan a trabajos sencillos y responsables de estudio y auto observación, para que sea la voluntad y resolución de cambio personal y social lo que conduzca a la superación de nuestros problemas de sentido en nuestra propia vida.
Así entonces, cuando los problemas son externos, la solución de los males, es buscada y fetichizada externamente y si se trata de conflictos que se experimentan como propios y personales, se buscan fetiches internos. Para eso están a disposición, las drogas, el alcohol o el ejercicio a menudo superficial de disciplinas místicas u otras formas de auto-hipnosis. El sistema nos ofrece un amplio abanico de caminos cortos en esta dirección, vendiéndonos objetos de todo tipo o dudosos gurúes que ganan dinero con libros en que se relatan encuentros con ángeles u otras mitologías ad hoc. El alcohol y bebidas energizantes, son mostradas en los spots de TV asociados a relaciones personales y alegres. Se hace la “previa” a las fiestas para llegar entonados, contentos y dispuestos. En los “happy hour” (hora feliz) el alcohol es el principal protagonista.
“En todos los casos mencionados, lo característico es que la conciencia no está en condiciones de estudiar los problemas que se presentan, sino que tiende a superarlos sin resolverlos mediante la relación con el fetiche…es totalmente inútil tratar de explicar a alguien que se encuentre en esa situación, lo que está sucediendo en su conciencia. Cualquiera argumentación racional que se le trate de presentar será fácilmente descartada y, a la vez, reinterpretada de un modo singular, pero sin atender a ella en profundidad”. De hecho, alguien que leyó el borrador de este artículo me comentó: “eres muy negativo, en algo hay que creer…”
Finalmente está el Gran Fetiche: el Dios Dinero, con sus catedrales de mármol y vidrio, con confesionarios atendidos por ejecutivos de cuentas, a los que les contamos nuestras penurias y nos dan penitencias expresadas en tasas de interés. No hay que ser muy sagaz para darnos cuenta que la mayoría de los fetiches mencionados antes circulan en torno a este mayor. El dinero ha terminado cubriendo totalmente nuestra cotidianidad, porque aparte de su función para el intercambio de bienes que conduzcan al cumplimiento de nuestras necesidades, nadie hoy discute que tiene también la capacidad de sacarnos de todos nuestros problemas. Basta ver que cuando se acumulan los premios de lotería, son millones los que hacen colas para comprar boletos y ser bendecidos por ese ángel ciego, enviado por esta fabulosa deidad, que elegirá a un derrotado por el sistema, para llevarlo a su paraíso a gozar de las delicias materiales que solucionarán absolutamente todos sus problemas, sean éstos
intangibles como la falta de amor o concretos como el pago de alguna obligación. El premio mayor siempre representa los máximos valores del celestial Olimpo: sexo, prestigio y abundancia de bienes.
Finalmente, ¿cómo se pueden reconocer los fetiches que invaden nuestra vida personal? No es complejo: bastará efectuar una reflexión simple para determinar que si existe alguno de estos fetiches salvacionistas en cualquier terreno, todas o muchas de nuestras actividades tienden a girar en torno a él, constituyéndose en una suerte de centro de gravedad artificial y que el desgaste de esa fe, a la larga genera una gran desilusión. Pero no hay que preocuparse, siempre habrá otro que vendrá a sucederlo
restableciendo los ensueños. De no ser así debe consultar su horóscopo o tomar “Agua del Carmen”. Y por si se quisiera saber quién es el autor de este artículo para ver su confiabilidad, puedo decir que soy un Acuario en el horóscopo tradicional y un conejo de metal en el chino.
(1) Mayores referencias sobre Silo y su obra, se puede encontrar en www.silo.net