A comienzos de los 80, cuando era un estudiante sin ingresos en Nueva Zelanda, no podía pagarme los viajes entre una ciudad y otra de modo que pasaba mucho tiempo viajando gracias a un aventón entre mi lugar de residencia en Tauranga y la ciudad en la que estaba mi universidad, Hamilton. Una vez me llevó un tipo bastante musculoso que rápidamente llevó la conversación hacia temas de fitness y el cuerpo masculino. Al comienzo pensé que se trataba simplemente de un fanático de los deportes. Pero me empecé a poner nervioso cuando alabó mis piernas (yo corría carreras como atleta) y mi cuerpo usando un lenguaje cada vez más sexual.

Luego manejó fuera de la autopista y condujo el auto por un camino lateral, solitario, por el que no circulaban otros autos. Me dijo que había un lugar muy bonito que me quería mostrar, más allá por este mismo camino. Me preguntó si alguna vez había tenido sexo con un hombre y dijo que era fantástico. Entonces yo me puse realmente nervioso. Era un flaco de 16 años y él un hombre musculoso de 25-28 años mucho más poderoso que yo. Comencé a sudar. Me sentí impotente y violado – pese a que todavía ni siquiera me había tocado.

Mi mente se aceleró. ¿Habría producido este interés porque me subí al auto en shorts y fui muy amistoso con él al comienzo, porque le hablé con entusiasmo sobre deportes y fitness, antes de darme cuenta que la conversación era mucho más que eso?

La idea de que me podía violar me produjo escalofríos en la espalda. Aún cuando estaba urdiendo tener sexo conmigo en una zona aislada, me imaginaba que el mundo completo lo vería y lo sabría, que se burlaría de mí por mi debilidad o mi complicidad con esto. Tal vez podría pegarle una patada en las bolas para apaciguar su deseo. Pero eso podría convertirlo en una bestia. Me podría llegar a pegar de vuelta o incluso matarme y dejarme allí expuesto, violado en una muerte indigna. ¿Era esa la manera en que quería que se me recordase – como un tipo joven demasiado estúpido o débil como para prevenir una humillación final?

Respiré profundo y traté de esconder mi nerviosismo como para hablar con la voz lo más tranquila posible. Le inventé una mentira. Le dije que si, que había probado a tener sexo con un tipo y que quizá está bien para algunos, pero no para mí… que me hizo vomitar – vomitar encima del pobre tipo. Que ahora mismo estaba comenzando a sentirme mal, que era mejor que detuviera el auto y me dejara bajarme. Que no quería llegar a vomitar encima de él o en su precioso auto.

Tuve suerte. Tal vez con mi mentira se le quitaron las ganas. Tal vez nunca me habría violado. Tal vez esperaba que tuviéramos una relación sexual y pensaba que yo sentía atracción por él – pero apenas quedó claro que yo no tenía ningún interés, para él fue suficiente y no quiso seguir adelante. En cualquier modo, pidió disculpas en voz baja, dijo que me llevaría hasta la autopista para que me bajara allí – cosa que hizo – y luego siguió su camino.

Mientras caminaba por la ruta retomando mi compostura, reflexioné sobre el episodio. Al comienzo pensé – ‘Así es que así es cómo se sienten las mujeres cuando son víctimas de abusos sexuales’. Pero pensándolo mejor, me di cuenta que mi experiencia no era la misma. Claramente me había sentido impotente. También me sentí violado – incluso antes de ser tocado. También me culpaba a mí mismo por ‘haberlo provocado’. Sin duda me había sentido humillado. Pero no me había violado. Había logrado disuadirlo. Más aún, sentía que había sido una experiencia de la que había logrado salir. No esperaba que cada vez que algún hombre me llevara en auto, o que estuviera solo con otro hombre, tuviera que tener temor a que lo mismo pudiera darse. A menos que pensara en frecuentar algunos bares gay, los hombres no tenían por qué acercárseme de modo sexualmente provocativo y no deseado. (De hecho, he estado en bares gay después con algunos de mis amigos gay e incluso allí nunca me he sentido acosado por los gays aunque algunos pueden haber coqueteado un poco).

Para muchas mujeres, sin embargo, se producen todo el tiempo avances sexuales indeseados por parte de los hombres. Para muchas mujeres la violación sexual no es solamente un miedo sino una realidad. El aire opresivo que experimenté momentáneamente en el auto con ese tipo, se disipó rápidamente. Para las mujeres puede ser una nube constante que las sigue la mayoría del tiempo. Y el impacto psicológico de la violencia sexual – especialmente de la violación – deja cicatrices mucho mayores que el acoso.

Cuando mi hija era muy niña (entre 4-6 años) fue violada sexualmente varias veces por unos muchachos mayores. Eso la impactó profundamente – pero no pudo reconocer esta violación o comenzar a lidiar con ella hasta muchos años después. Yo no lo sabía. Su madre no lo sabía. Durante 25 años se culpó a sí misma. Durante 25 años inhibió gran parte de sí misma por la vergüenza que sentía respecto de su pasado. Después de años luchando contra los efectos del abuso sexual, logró emerger desde atrás de la cortina de la violencia sexual. Se ha curado y ha logrado rehacer su vida. Pero la impactó enormemente durante años, y tal vez todavía la afecta.

Sentí vergüenza por no saberlo. Me sentí mal por no haber sido capaz de protegerla del acto mismo y por no haber podido ayudarla a recuperarse. Sé que su experiencia – que la experiencia de semejante acto de violación sexual – impacta muchísimo más que mi escaramuza al conseguir un aventón.

La mayoría de las violaciones sexuales son contra las mujeres y niños. Y son mucho más desenfrenadas que lo que nosotros los hombres logramos darnos cuenta o percibir. En Nueva Zelanda, las investigaciones recientes indican que casi el 40% de las mujeres experimentan violencia sexual en algún momento de su vida. Según la Organización Mundial de la Salud, el índice global de violencia sexual contra las mujeres es aún más alto – con hasta el 70% de las mujeres de algunos países en vías de desarrollo que han sufrido de violencia sexual – la mayoría por parte de hombres que conocen, incluyendo relaciones familiares y parejas actuales o anteriores. Globalmente, el 20% de las mujeres y el 10% de los hombres sostienen haber sido abusados sexualmente cuando niños. Los matrimonios forzados son también muy numerosos en países en vías de desarrollo. Y cada año más de 5.000 mujeres son muertas porque tuvieron relaciones sexuales fuera del matrimonio. Incluso si tuvieron sexo a su pesar, la mujer es culpabilizada y castigada.

Para las mujeres y los niños la violencia no es solo sexual. Se trata de un asunto de poder. Puede tratarse del poder de un hombre que es el jefe de una mujer que es su empleada – forzándola o manipulándola para que teniendo sexo proteja su trabajo o se asegure un ascenso. O el poder económico del marido sobre su mujer que hace que sea difícil e incluso imposible para algunas mujeres dejar un matrimonio en el que se las abusa. O es el poder opresivo de las normas sociales que a menudo excusan los acosos de los hombres sobre las mujeres cuando cruzan la línea natural y legítima del coqueteo hacia la zona de la presión indeseada, la manipulación y el abuso.

La omnipresente nube y las incesantes ocurrencias de acoso y violación sexual que experimentan las mujeres, difícilmente logran imaginárselas los hombres. Así como es difícil para la gente blanca como yo, imaginar el racismo que experimentan casi diariamente quienes no son blancos en sus interacciones cotidianas. La película de 1995 “White Man’s Burden” con John Travolta y Harry Belafonte, fue un excelente aporte que ayudó a los blancos a comprender ésto al revertir los estándares sociales y el poder de los blancos y los negros. Tal vez necesitemos una película similar, revirtiendo los roles masculinos y femeninos para que los hombres podamos comprender mejor el impacto del desequilibrio de poder entre hombres y mujeres.

Es importante comprender que la violencia sexual no es algo natural en el ser humano. ‘Los hombres de verdad’ no necesitan ni desean forzar a las mujeres. ‘Los hombres de verdad’ saben que las relaciones son gratificantes en proporción directa al grado de interés mutuo, respeto, apoyo y – me atrevería a decir – amor. Así, la prevención de la violencia contra las mujeres no es solo un asunto de derechos de las mujeres. No se trata de un tema del feminismo. Es una cuestión de ser humano y de celebrar y mejorar la grandeza de la humanidad, incluyendo nuestra tendencia natural a la compasión, el respeto, la justicia y la igualdad. Al rechazar la violencia sexual, celebramos en cambio la belleza y el poder positivo de las relaciones sexuales que se establecen con respeto y amor. Esas relaciones tienen el poder de transformarnos – y de transformar al mundo.

 

Alyn escribió este artículo personal con el conocimiento y consentimiento pleno de su hija, quien aportó la imagen que lo ilustra.