El tema de esta semana es el hecho de tomar partido. Esto de estar pro o contra. Esto de compenetrarse tanto en una idea, una ideología, y terminar como un caballo domado; sin poder mirar hacia los costados. Desde chico siempre me inculcaron que hay que tener una opinión formada sobre las cosas, Barthes me quiso convencer que la política es importante. Digo “política”, tal vez debería decir “poder”, tanto como sustantivo que como verbo. Les juro que lo intenté. Muchas veces. Yo también quise. Pero no me sale. No les creo. No confío en ellos. No entiendo qué es lo que quieren, por qué hacen lo que hacen. Y no estoy diciendo que tengo razón, porque ya siento como algunos se mueven con nerviosismo en sus asientos (o mientras caminan, si es que leen esto desde alguno de esos aparatos portátiles que, dicho sea de paso, van en contra de algunas ideologías). Les estoy confesando un problema que tengo. Y sé muy bien que hay miles de teorías, artículos, ejemplos de la vida real que querrán mostrarme lo equivocado que estoy. Gracias. Como les dije antes, lo intenté y no pude. Fracasé en el intento de creer en ellos. De quererlos u odiarlos (esto último me resulta un poquito más fácil). Porque en mi visión restringida, errónea y avestruzesca (acabo de inventar este concepto, no lo busquen en el diccionario), todo forma parte de una misma cosa. Empujados por intereses muy diferentes, pero como todos sabemos, los extremos se tocan. ¿Qué propongo a cambio? (Porque sé que me están preguntando eso). No sé. No me interesa proponer una alternativa, sólo expresar un problema que tengo. Ni siquiera es un pedido de ayuda. Pero sí, a veces vale la pena tomar distancia, considerar el resto de los puntos de vista, sí, también los contrarios, y luego ver si volvemos a nuestra primera opinión. Lo hice. Nunca volví, pero hay que seguir probando, ¿no?
Apolitizado
- París -
Por Xafier Leibs