«La era está pariendo un corazón,
no puede más, se muere de dolor...»
Silvio Rodríguez
Ayer no pude. Y hoy no sé, pero lo voy a intentar. Tengo que intentarlo, los compañeros me esperan.
Anita nació en Buenos Aires y convirtió a Pablo y Jimena en padres, a Armando y Mecha en abuelos, a Lucía, Martín y Camila en tíos y a Celia en tía abuela. Anita llegó a un país mejor que el que era. Llegó a una Patria Grande, creciente, acechada por buitres y demás carroñeros, pero lúcida por primera vez en mucho tiempo.
Anita llegó cuando él se iba. Es inútil hacer la crónica. Propios y ajenos se han ocupado de eso. Tinta y archivo. El diario Los Andes, letrina comunicacional centenaria, tituló hoy: «Conmoción en Venezuela: habrá elecciones en 30 días». Allá ellos. No digo más.
Nunca imaginé que las locomotoras también morían. Por personalidad, por potencia energética, propia y territorial, por ser el primero en emerger de entre las tinieblas genocidas del neoliberalismo (Cuba y Fidel ya eran estandarte y estaban en terapia intensiva), porque impuso un lenguaje insolente en las relaciones internacionales y, por eso mismo, no fue indolente. Porque olió azufre donde había estado Mr. Danger, el impávido señor de la muerte, por su solidaridad irrestricta con el pueblo palestino. Porque mandó al carajo la trampa. Porque nunca le mintió a su gente. Simplemente, por amor, Hugo es una locomotora que imaginó y puso en marcha un trazado bonito, como se llama su revolución.
Ya van dos. Néstor murió, dicen, por bala ajena. Hugo, dicen, por cáncer ajeno. Es que el cuerpo es un traidor, como dice Feinmann (¿cómo que cuál Feinmann? Al otro no lo citaré jamás).
El País, me refiero al diario serio español, podrá ilustrar, ahora sí, con la foto que quiera.
El pueblo venezolano, los líderes latinoamericanos y nosotros nos quedamos con Anita, con las Anitas del mundo, confiando en que Hugo «seguro que al rato estará volando, inventando otra esperanza para volver a vivir».