«Que el sionismo es un nacionalismo de carácter «völkisch», es decir, centroeuropeo, etnicista y sustancialmente conservador, es algo razonablemente aceptado«
José Saramago, en Prólogo a «Las falacias del sionismo progresista«, de Yitzhak Laor.
Los acusados iraníes son inocentes. Esto no es una conclusión personal ni siquiera una expresión de deseos. El ordenamiento jurídico argentino lo tiene expresamente dicho. La Constitución nacional lo consagra. Toda persona es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Es más, si se presentan ante el fiscal Nisman y el juez Canicoba Corral, en Teherán, y se niegan a declarar seguirán tan inocentes como hasta hoy. Es que la declaración indagatoria es, precisamente, una herramienta procesal de la defensa y no, como pretenden hacernos creer los dirigentes sionistas y sus corifeos opositores, un método para culpabilizarlos. Y es también la única llave para destrabar un caso que, desde hace diecinueve años, viene sufriendo investigaciones sesgadas, pruebas manipuladas, negocios, pistas falsas y conexiones con otras maniobras encubridoras (casi nadie ha mencionado por estos días a Rubén Beraja, titular de la DAIA y del Banco Mayo al momento del atentado, cabeza visible de una estafa por asociación ilícita, por mucho kipá que luzca).
De allí y sólo de allí puede venir la luz. Saber si la pista iraní, la pista siria o la conexión local (esta última parece inevitable en cualquier caso) tuvieron participación activa, y en qué medida, aquel 18 de julio de 1994, cuando estalló la mutual judía y el país entraba por segunda vez al Primer Mundo, de la mano del terror y el fantoche riojano.
La discusión parlamentaria por el Memorandum de Entendimiento con Irán estuvo impregnada de chicanas, burlas y hasta insultos al canciller Timerman (y, por elevación, a Cristina). Se destacó la falta de propuestas alternativas y la infección macrista que contagió a casi todo el arco opositor, incluidos una vez más, los sectores que cacarean progresismo y ponen los huevos en el gallinero, a la derecha de su pantalla, señora. Todos ellos mirando las elecciones legislativas de octubre próximo y con ánimo de seducir a los votantes de la colectividad. Como me dijo por radio Sergio Burstein, el lúcido y valiente familiar de una de las víctimas: «No les interesa saber la verdad, les interesa jorobar al gobierno nacional».
Un cronista avezado y, a la vez, con ínfulas de escritor de ficción, podría haber «visto» al rabino Sergio Bergman abrazar al comisario Palacios, al tiempo que le decía: «¡Ya está, Fino, lo tuyo ya pasó, hay que mirar para adelante!». Claro, si no fuera por el detalle, minúsculo, de que el comisario elegido por Maurizio para dirigir su Policía está procesado, precisamente en la causa AMIA, por encubridor.
Probablemente la dirigencia sionista argentina, además de padecer la mencionada infección macrista, hubiese preferido que el Memorandum se hubiese firmado con Israel o Estados Unidos, pero resulta que los acusados son iraníes y nuestro país dejó, desde 2003, de resignar soberanía a cambio de créditos que fueron, casi siempre, salvavidas de plomo (las multinacionales financieras ahogándonos en su timba e Israel colaborando con la dictadura burguesa, terrorista y genocida). Si hasta me llegó, vía correo electrónico, una declaración de un expresidente de la mutual que se jactaba de ser un adalid de la campaña para que Argentina rompa relaciones diplomáticas con Irán. Evidentemente, una prueba más de que el fanatismo estupidiza y enceguece. Si no es con Irán, ¿con quién debatir?, ¿con Netanyahu, con el jefe de la CIA, o con el primer ministro de Maldivas?
Imaginen esa burrada trasladada al conflicto por Malvinas. Rompemos relaciones con los piratas y nos quedamos colgados del pincel. Es lo mismo.
El Memorandum ya es ley, afortunadamente. Pero nadie puede garantizar que la película tendrá un The End feliz, con beso apasionado y música romántica de fondo. Ningún médico responsable puede garantizarle a su paciente que se va a curar de una simple gripe. Y este asunto no es un catarro diplomático, precisamente. Pero resulta paradójico que, quienes dicen representar a una colectividad y familiares de víctimas del atentado, hayan pugnado con tanto énfasis porque la causa quede como está desde hace casi dos décadas, sin plantear más alternativas que profecías irresponsables y mezquindades comiteriles.
Dicho con dureza, actuaron como nuevos Judenrrat (aquellos judíos colaboracionistas dentro de los campos de concentración). En unos casos a conciencia y en otros como piezas útiles de un entramado siniestro.
Dos conclusiones, por lo menos. En primer lugar, la capacidad de iniciativa política y de gestión de Cristina y su equipo, para romper la parálisis de un asunto tan sensible para nuestra sociedad y, en segundo término y como contracara, la incapacidad de casi toda la oposición para instalar agenda (ni siquiera como furgón de cola de la maquinaria mediática dominante). En los próximos días los veremos, probablemente, muy preocupados por determinar si Marcelo Tinelli seguirá mostrando culos y tetas de mujeres en el canal del multimedios o en uno afín al gobierno.
Así les va.