La vigencia de la actualidad hace perder de vista la profundidad que tienen ciertos temas y que pasan a empujones entre los artículos y entrevistas, a veces sin dejar rastro por la falta de profundidad, justamente.
Intentando enmendar ese silencio, retomamos con este testimonio del Dr Ernesto Argañaraz, la discusión sobre si es correcto la utilización de un excentro de tortura y exterminio como fue la ESMA, para otros fines que el simple símbolo del horror y de monumento de memoria histórica para que no se repitan estos hechos macabros.
Aquí reproducimos la respuesta a la columna de opinión de Norma Morandini publicada en La nación el 12 de enero del 2013.
Por Ernesto Argañaraz
En 1995, yo acababa de volver de Cuba, dispuesto a estrenar mi título de médico en Córdoba. Vos, Norma, estabas sentada frente a frente de mi abuela, la Otilia. Hablaban. Yo les cebaba mate. Me producían vértigo tus ojos claros y tu pronunciación tan prolija.
Varias veces fuiste a la casa de la calle Castro Barros, y se sentaban a tomar mate. Apoyábamos la pava, en una mesita de hierro y cerámica. A esa mesita, la habían hecho mis tíos, unos años antes que los tiren al mar en los vuelos de la muerte.
Andábamos deshabitados, buscando el avanzado embarazo de mi tía. Varias veces nos vimos la cara, en la casa de la calle Castro Barros. Tus ojos eran una alfombra mágica y tu voz, un atolladero de nubes, por donde uno fácilmente, podía deslizarse.
Soy lento, y este país que anda a las corridas, a veces se me escapa. Así que tengo que volver a buscarlo en los diarios viejos.
El país ya no es lo mismo, porque cada día, cambia. Porque anda a las corridas y yo soy lento. Hoy me volví a buscar, los retazos de Argentina que me había perdido estas semanas, sí, ya pasó, pero encontré nuevamente, la Carta que escribiste en La Nación, a raíz del asado en La EX Esma.
Si recordás la historia de la Otilia, recordarás la mía.
A los 8 años ya era huérfano por todos los orificios posibles. Mi viejo muerto. Mi vieja desaparecida. Ya tenia tíos presos, locos, hechos pedazos, hermanos o hermanas desaparecidas, primos o primas que aun no sabemos ni cómo se llaman, tiosabuelos, primosegundos asesinados. Ya mi familia, era una alfombra de sangre para secarse cualquier buena intención o alegría, con que uno pudiera arrimarse a las personas.
En aquella Argentina negra como demonio de niños, como capa de siniestro mago, anduvo mi infancia tomando la mano que quedara viva. Así fui creciendo. Así fuimos creciendo. Suplicando ternuras, luz, risas. Suplicando aire, Norma, guitarras, pájaros.
Por eso cuando me volví unas semanas atrás, a buscar este ansioso país que nos deja trabajar a carcajadas y cagarnos en la madre de alguien sin que nos cueste la vida, y volví a leer tu carta, tu lamentable Carta, hablando de honrar a los fantasmas, tu miserable Carta otorgándoles el honor de la semántica a los mismos que nos mataron y nos siguen matando con los símbolos, me diste una tristeza irremontable.
Norma, las parrillas, para nuestros viejos, era el lugar donde se comían asados, se discutía, se cantaban zambas y canciones revolucionarias. Las parrillas eran un canto a la alegría.
Si aquellos heraldos del infierno, le cambiaron el nombre, es nuestra obligación, como personas que honramos la victoria y que sufrimos hasta alfabéticamente cada pérdida, volver a darle el sentido del canto.
Ese asado en la EX Esma, Norma, fue un grito de victoria, no importa si eran choripanes, hamburguesas, panchitos o pepinos, estaban los nuestros ahí, los que no están, estaban los nuestros, los chicos, los hermanos, los hijos, los novios mirándose, la alegría del laburo, Norma, bendiciendo la vida y el futuro. Quisiera que tus ojos claros, nuevamente, miraran estos sueños, con orgullo, porque te estás transformando en una persona malvada, tejiendo pesadillas de insensatez, despreciando el sagrado canto, dejando a tu paso, una estrella apagada.