En una extraordinaria película de Stanley Kubrick, “Doctor Insólito, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba” (1964), filmada en plena Guerra Fría, se hablaba de la Máquina del Fin del Mundo, supuestamente construida por los soviéticos dentro del esquema de la destrucción mutua asegurada, base del equilibrio del terror nuclear. Dicha máquina tenía la capacidad de provocar la destrucción total y definitiva de la Tierra, en el caso de un ataque sorpresivo de Estados Unidos.
Los protagonistas occidentales –estadunidenses, británicos y un científico nazi acogido por Washington—parecían no darse cuenta de la gravedad de las consecuencias irreversibles de un ataque estadunidense contra la Unión Soviética o, en una posibilidad todavía peor, no les importaba lo que pudiese ocurrir. El nazi rescatado por Estados Unidos, especulaba incluso acerca de las posibilidades de supervivencia de un género humano “purificado”.
Algo así ocurre en la actualidad: Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, así como su protegido Israel, insisten en mantener vigente el recurso de la guerra nuclear, aun cuando la comunidad científica, virtualmente sin excepción, coincide en que un ataque exitoso desde el punto de vista militar, implicaría una secuela de hambruna incluso para los presuntos vencedores; sería una victoria más que pírrica, suicida.
Hay que subrayar que me refiero a una guerra de alcance meramente regional; porque una de proporciones globales, sería, sin duda, la guerra del fin del mundo. Y, en cualquier caso, dudo mucho de que desde la estricta óptica militar, tal situación pudiese considerarse como un ejercicio de disuasión, porque equivaldría a volver las armas contra el propio pueblo del país que se dice defender.
Aaron Tovish, director de la Campaña Visión 2020 de Alcaldes por la Paz, ha señalado que la capacidad destructiva de las armas nucleares llega mucho más allá de lo que alguna vez imaginaron quienes las fabrican y las poseen con capacidad de acción inmediata. Una premisa debería ser clara, contundente y definitiva: nadie tiene derecho a amenazar con la extinción del género humano, por más rico y poderoso que sea o se considere.
A principios de marzo, los días 2 y 3, se llevará a cabo en Oslo, Noruega, el Foro de la Sociedad Civil sobre las Consecuencias Humanitarias del Uso de Armas Nucleares, convocado por la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés), previo a la conferencia gubernamental de las Naciones Unidas sobre el mismo tema, auspiciada por el gobierno noruego, que tendrá lugar los días 4 y 5.
El enfoque humanitario es importante para construir un amplio respaldo de la opinión pública internacional, comenta Alyn Ware, coordinador global de Parlamentarios por la No Proliferación y el Desarme Nuclear. “Sin embargo, no aborda la disuasión nuclear, factor clave para la continua posesión y proliferación de las armas nucleares.
“A diferencia de las minas terrestres y las municiones de racimo, las armas nucleares no son utilizadas actualmente en operaciones militares… Por tanto, el enfoque humanitario que fue fundamental en esas campañas, no resulta suficiente para superar el apego a la disuasión, ni conducirá a los estados con arsenales nucleares y a sus aliados, a iniciar negociaciones en pos de un mundo libre de armas nucleares”.
Quienes participaremos, tanto en el Foro de la Sociedad Civil como en la conferencia gubernamental, invitados por las Naciones Unidas, promoveremos la adopción de un marco imperativo legal para liberar al mundo de la amenaza criminal de las armas nucleares, por medio de una convención internacional cuyas bases jurídicas y operativas han sido propuestas ya por diversas organizaciones no gubernamentales, como la red Abolición 2000, en la que participa desde México el Circulo Latinoamericano de Estudios Internacionales (CLAEI).
La catástrofe humanitaria que implicaría una guerra nuclear, aun regional, debe ser el motor de convencimiento para la sociedad civil y los gobiernos. El tiempo se agota.