[media-credit name=»http://bit.ly/Uj4oz» align=»aligncenter» width=»150″][/media-credit]Por Michel Balivo
Venezuela es el vientre fértil en el que el niño del futuro pudo anidar. Yo me siento plenamente agradecido de que los vientos del destino me hayan traído desde muchacho a esta generosa madre que me posibilita vivir estas experiencias únicas. Decir futuro es decir lo por ser, o desde su contracara lo que aún no es, lo que nunca ha sido.
El mundo todo se conmociona en movimientos de preparto. Basta que enfoques tu mirada en la ventana mágica de la TV para que te asomes en tiempo real y sepas, percibas que en el planeta no va quedando ni un rinconcito en que no predomine el conflicto. Estas coyunturas históricas cuya dinámica y razones aún no hemos reconocido, se suceden a grandes ciclos, además de acelerarse, ampliarse y profundizarse a medida que se repiten y acumulan.
Tampoco hemos reconocido plenamente que no somos seres naturales, minerales, vegetales, animales. Somos seres, acumulaciones temporales, construcciones históricas, acumulaciones de experiencia y conocimiento que van pasando milenariamente de generación en generación. Antes mirando por el espejo retrovisor adorábamos a nuestros grandes antepasados, pero en algún momento y probablemente por la acumulación necesaria de memoria, esa tendecia se rompió e hizo su entrada en escena el futuro, el presentimiento de lo por ser. Concebimos la evolución y lo que ella nos traería.
Nacemos o venimos a ser entonces en una construcción histórica, nos desplazamos en un horizonte temporal, una especie de carretera o avenida que suponemos fluye linealmente de pasado a futuro, en que los eventos se asocian en encadenamientos de causas-consecuencias mecánicas y repetitivas a las que llamamos leyes.
Claro que hoy sabemos que la materia es energía y que sus componentes no responden a las leyes físico químicas conocidas. Pero eso no es novedoso, también sabemos que el sol no sale ni se pone ni hay una bóveda celeste allá arriba, sin embargo seguimos pensando y comportándonos como cuando creíamos que la Tierra era el centro del universo que giraba en torno a ella, pese a que la inquisición casi le cobra con su vida a Copérnico hacer públicos esos conocimientos.
Tal vez lo dicho parezca irrelevante en tiempos en que la velocidad y exigencias de los eventos revolucionarios en que estamos inmersos, nos imponen la inmediatez, la urgencia de sus necesidades. Sin embargo, tiene sus serias consecuencias prácticas. Porque así como afirmamos que no somos seres naturales pese a las serias presiones para naturalizarnos, también decimos que la historia no fluye en el paisaje externo, en el mundo, sino en la mente humana.
Dime tú dónde está, dónde percibes el tiempo. ¿Dónde aquello que anhelas o temes que suceda? ¿Dónde los cielos o infiernos por los que tantas veces hemos llegado a matarnos unos a otros? ¿Dónde la felicidad o el sentido de la vida hacia el cual crees caminar? ¿Dónde la experiencia y el conocimiento acumulado por milenios? ¿Dónde el amor en nombre del cual tantas cosas maravillosas y tantas barbaridades hemos realizado?
Y si vamos a hablar de consecuencias déjame contarte que hace unos veinte años sucedió el llamado Caracazo. La aplicación de medidas neoliberales y el aumento desmesurado de todo lo esencial a la vida de una población que ya comía perrarina, los impulsó a lanzarse desesperados a saquear negocios. Al ejército y la policía se le ordenó disparar, hubo miles de muertos y fosas comunes. ¿Será esa una consecuencia suficiente para despertar nuestra sensibilidad?
En Venezuela afortunadamente lo fue. Fue el despertador que lanzó desde las filas del mismo ejército el movimiento liberador que hoy preside el señor Hugo Chávez. Pero la pregunta esencial es por qué suceden esos fenómenos sociales, humanos, que tantas veces vemos repetirse sin comprender. ¿Por qué crees que la paz nunca podrá encontrar espacio para anidar en nuestros corazones, que las luchas generacionales nunca dejarán de ser mientras continúe la injusticia?
Justamente porque vivimos en un modelo mental organizador de la sociedad, un modelo que es una construcción histórica en la que predomina el futuro. Cuando nos cierran esa avenida temporal por la que nuestra imaginación y creencias caminan, nuestro movimiento mental se paraliza, nuestra energía vital colisiona contra esas represas. Cuando se nos cierra el futuro la vida toda se oscurece. Eso sucede cuando un modelo se agota y ya no posibilita el crecimiento.
Entonces se hace imprescindible la creación de modelos alternativos de desarrollo, que canalicen ese enorme sistema de elevadas tensiones que se gesta al estrellarse la energía social contra aquello que le corta el paso, que le impide fluir libremente. Esa función la cumplió el gobierno revolucionario bolivariano en Venezuela. Si no se hubieran redireccionado esas energías y desactivado esa bomba social de tiempo, caminábamos hacia una guerra civil.
Venezuela fue entonces el espacio mental y geográfico en el que el modelo alternativo encontró las condiciones apropiadas para comenzar a cobrar forna. Cuando los primeros síntomas o efectos demostrativos de que ese modelo alternativo era posible se comunicaron en tiempo real, la revolución de los viejos y agotados modelos se contagió como un virus por una América que ya presentía, que ya estaba en preparto. Antes o después resonará en todo el mundo.
Porque estamos en tiempos en que las comunicaciones, las tecnologías, los transportes interconectan, tejen redes mundiales. Por lo tanto la revolución o cambio de modelos será mundial o no será. Dándonos cuenta o no, apercibida o desapercibidamente caminamos hacia una civilización mundial, planetaria, universal. Que será esencial y final, verdaderamente humana.
Pero eso nos pone ante un horizonte inédito. Porque un modelo alternativo no se hereda, no es una cosa hecha, no es una máquina, un ensamblaje de piezas. En verdad no sabemos en que devendrá, en que se irá convirtiendo, qué forma irá tomando y cuantas veces habrá de transformarse camino de su florecimiento. Podemos llamarlo de un modo u otro para saber a qué nos referimos, pero no debemos olvidar que no sabemos realmente de qué se trata.
Es como la felicidad, desde el principio de los tiempos hablamos de ella, seguramente más la recordamos cuanto menos la sentimos, pero nadie sabe realmente de qué se trata. De hecho muchos han llegado a afirmar que esa búsqueda del arco iris, del unicornio o el vellocino de oro, ese motor que siempre nos ha movido no existía, era un sueño imposible. Pero no parece que muchos lo hayan escuchado. De hecho ellos mismos ya olvidaron su afirmación.
Este no es momento para perfeccionistas y eruditos que creen saberlo todo y se niegan a aceptar sus errores u horrores. Esas imágenes o construcciones personales ya no son útiles en tiempos de cambio. Ahora si no te equivocas es porque no te arriesgas, no intentas nada nuevo, y por lo tanto no puedes adaptarte crecientemente a la fuerza e intensidad acelerada de eventos, hechos. Eres como loro viejo que ya no aprende nada.
Si antes dedicábamos diez o veinte años a los estudios necesarios a poder desempeñarnos en un mundo complejo, y pese a todo la velocidad de desarrollo del conocimiento en un mundo revolucionándose nos convertía al poco tiempo en analfabetas funcionales, hoy debiéramos convertir al mundo en una escuela y a nosotros mismos en estudiantes a tiempo completo. Porque ya no se trata de ir a tomar un curso, sino de convertir la vida en un curso. Se trata de una actitud mental despierta, de atención y aprendizaje continuo.
Algo similar sucede en Venezuela, todo, absolutamente todo está en movimiento y no hay un instante de reposo. Todo se plantea y replantea, se admiten cada vez con menor vergüenza los errores porque se comienza a reconocer que no hay otro modo de aprender que intentando, errando y acertando alternativamente. Y lo más increíble y refrescante es que todo eso lo ha propuesto con su ejemplo el mismo presidente en TV pública, ante todo el país, durante estos años.
No es tiempo de andar escondiendo suciedades, que de todos modos es imposible no oler dada su fetidez. Es momento de abrir ventanas y dejar que el viento renueve los espacios cerrados, con olor a moho. Tiempos de reformatear nuestros heredados, obsoletos cerebros y sistemas nerviosos. Es tiempo de pensar, sentir y vivir con sencillez, con confianza, con alegría.
Ni tú ni yo nacimos con un sistema de creencias, esa es una piel adquirida y necesaria para poder desempeñarse en una época. ¿Acaso alguien nos cobra por darnos la vida? Bueno tal vez un médico de una clínica cobre elevados honorarios por darte a luz con o sin cesárea, pero él no fue el que te dió la vida. Tu vida es un regalo. ¿Acaso no es la vida y el cuerpo más que los alimentos y los vestidos? ¿Por qué entonces todo ha llegado a tener un precio y hasta el agua se privatiza?
Me pregunto ahora, ¿no será posible mirarnos con sinceridad a los ojos, sentirnos simplemente como seres humanos? ¿Necesitaremos siempre una construcción histórica que intermedie lo que somos, un sistema de creencias heredado para comunicarnos y entendernos? ¿No será que justamente esos sistemas de creencias heredados son los que nos incomunican o mal comunican, haciéndonos temer las sensaciones de desnudez de la intimidad o cercanía emocional?
Es tiempo de que las milenarias divergencias y dialécticas converjan aportando, sumándose, complementándose y multiplicándose. Tiempo de que los rechinantes engranajes de la historia se destraben y comiencen a moverse armónica y silenciosamente. Una vez más gracias Venezuela, por si no te lo había dicho hoy quiero expresarlo en alta voz. Tu lucha no ha sido ni será en vano, gradualmente todas las intenciones se reconocerán esencialmente humanas alineándose en la abierta y creciente dirección, renovando y alejando la vida del abismo del sinsentido.
michelbalivo@yahoo.com.ar