Por Lester R. Brown

El mundo transita de una era de abundancia de alimentos a una de escasez. En la última década, las reservas mundiales de granos se redujeron un tercio. Los precios internacionales de los comestibles se multiplicaron más del doble, disparando una fiebre por la tierra y dando pie a una nueva geopolítica alimentaria.

Los alimentos son el nuevo petróleo. La tierra es el nuevo oro. Esta nueva era se
caracteriza por la carestía de los alimentos y la propagación del hambre.

Del lado de la demanda, el aumento demográfico, una creciente prosperidad y la
conversión de alimentos en combustible para automóviles se combinan para elevar
el consumo a un grado sin precedentes. Del lado de la oferta, la extrema erosión
del suelo, el aumento de la escasez hídrica y temperaturas cada vez más altas
hacen que sea más difícil expandir la producción. A menos que se pueda revertir
esas tendencias, los precios de los alimentos continuarán en ascenso, y el hambre
seguirá propagándose, derribando el actual sistema social.

¿Es posible revertir estas tendencias a tiempo? ¿O acaso los alimentos son el
eslabón débil de la civilización de comienzos del siglo XXI, en buena medida como
lo fue en tantas de las civilizaciones anteriores cuyos vestigios arqueológicos se
estudian ahora? Esta reducción de los suministros alimentarios del mundo contrasta
drásticamente con la segunda mitad del siglo XX, cuando los problemas dominantes
en la agricultura eran la sobreproducción, los enormes excedentes de granos y el
acceso a los mercados por parte de los exportadores de esos productos.

En ese tiempo, el mundo tenía dos reservas estratégicas: grandes remanentes de
granos (con una cantidad en la basura al iniciarse la nueva cosecha) y una amplia
superficie de tierras de cultivo sin utilizar, en el marco de programas agrícolas
estadounidenses para evitar la sobreproducción. Cuando las cosechas mundiales
eran buenas, Estados Unidos hacía que más tierras estuvieran ociosas. En cambio,
cuando eran inferiores a lo esperado, volvía a poner las tierras a producir.
La capacidad de producción excesiva se usó para mantener la estabilidad en los
mercados mundiales de granos. Las grandes reservas de granos amortiguaron la
escasez de cultivos en el planeta.

Cuando el monzón no llegó a India en 1965, por ejemplo, Estados Unidos envió la
quinta parte de su cosecha de trigo al país asiático para evitar una hambruna de
potencial catastrófico. Y gracias a las abundantes reservas, esto tuvo poco impacto
sobre el precio mundial de los granos. Al iniciarse este periodo de abundancia
alimentaria, el mundo tenía 2 500 millones de personas. Actualmente tiene 7 000
millones.
Entre 1950 y el 2000 hubo ocasionales alzas en el precio de los granos, a raíz de
eventos como una sequía severa en Rusia o una intensa ola de calor en el Medio
Oeste de Estados Unidos. Pero sus efectos sobre el precio tuvieron corta vida.
En el plazo de un año, las cosas volvieron a la normalidad. La combinación de
reservas abundantes y tierras de cultivo ociosas convirtió a ese periodo en uno de
los que se gozó de mayor seguridad alimentaria en la historia. Pero eso no duraría.
Para 1986, el constante aumento de la demanda mundial de granos y los costos
presupuestarios inaceptablemente altos hicieron que se eliminara el programa
estadounidense de reserva de tierras agrícolas.

Actualmente, Estados Unidos tiene algunas tierras ociosas en el marco de
su Programa de Reserva para la Conservación, pero se trata de suelos muy
susceptibles a la erosión. Se terminaron los días en que había predios con
potencial productivo listos para poner a cultivar rápidamente si se presentaba la
necesidad. Ahora el mundo vive apenas con la mira puesta en el año siguiente,
siempre esperando producir suficiente para cubrir el aumento de la demanda. Los
agricultores de todas partes realizan denodados esfuerzos para acompasar ese
acelerado crecimiento de la demanda, pero tienen dificultades para lograrlo.

La escasez de alimentos conspiró contra civilizaciones anteriores

Las de los sumerios y los mayas fueron apenas dos de las muchas cuyo
declive, aparentemente, se debió a la incursión en un sendero agrícola que era
ambientalmente insostenible. En el caso de los sumerios, el aumento de la salinidad
del suelo a consecuencia de un defecto en su sistema de irrigación, que a no ser por
eso estaba bien planificado, terminó devastando su sistema alimentario y, por ende,
su civilización. En cuanto a los mayas, la erosión del suelo fue una de las claves de
su desmoronamiento, como lo fue para tantas otras civilizaciones tempranas.

La nuestra también está en ese sendero. Pero, a diferencia de los sumerios, lo
que padece la agricultura moderna es el aumento de los niveles de dióxido de
carbono en la atmósfera. Y, como los mayas, también está manejando mal la tierra y
generando pérdidas sin precedentes de suelo a partir de la erosión.

En la actualidad, también enfrentamos tendencias más nuevas, como el agotamiento
de los acuíferos, el estancamiento de los rendimientos de los granos en los países
más avanzados desde el punto de vista agrícola y el aumento de la temperatura.
En este contexto, no resulta sorprendente que la Organización de las Naciones
Unidas reporte que ahora los precios de los alimentos se han duplicado en relación
al periodo 2002-2004. Para la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos, que
gastan en promedio nueve por ciento de sus ingresos en alimentos, esto no es
mayor problema. Pero para los consumidores que gastan entre 50 y 70 % de sus
ingresos en comida, que se dupliquen los precios es un asunto muy serio.

Estrechamente ligada a la reducción de las reservas de granos y al aumento del
precio de los alimentos está la propagación del hambre. En las últimas décadas del
siglo pasado, la cantidad de personas hambrientas en el mundo se redujo, cayendo
a 792 millones en 1997. Luego empezó a aumentar, trepando a 1 000 millones.
Lamentablemente, si se siguen haciendo las cosas como de costumbre, las filas de
los hambrientos continuarán creciendo. El resultado es que para los agricultores del
mundo se está volviendo cada vez más difícil acompasar la producción a la creciente
demanda de granos. Las existencias mundiales de granos decayeron hace una
década y no ha sido posible reconstruirlas. Si no se logra hacerlo, lo esperable es
que, con la próxima mala cosecha, se encarezcan los alimentos, se intensifique el
hambre y se propaguen los disturbios vinculados a la alimentación.

El mundo está ingresando a una era de escasez alimentaria crónica, que conduce a
una intensa competencia por el control de la tierra y los recursos hídricos. En otras
palabras, está comenzando una nueva geopolítica de los alimentos.

Fuente: http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article47499

http://www.dossiergeopolitico.com

Publicado por Barómetro Internacional – barometrointernacional@gmail.com