A Marcos Silber, poeta imprescindible
Temas hay. Siempre hay. La actualidad, esa vieja dama eternamente rejuvenecida, nos brinda su cara, sus pechos y piernas, nos da su mano blindada y nos muestra sus vísceras impúdicas a cada instante. Algunos ejemplos: un dirigente sindical y empresarial devenido en torpe aprendiz de político pretende transformar a los supermercados en empresas de transporte; irascibles miembros de la colectividad judía argentina profetizan atentados y diagnostican puntos finales con total irresponsabilidad semántica e ideológica; el pus de la infección moral vaticana sigue salpicando los oropeles artísticos y las riquezas materiales del Estado teocrático bimilenario; el tratamiento mediático miserable al que es sometido mi amigo y colega Eduardo Aliverti por el accidente automovilístico en el que su hijo atropelló y mató a un ciclista y que me lleva a proponer una actualización del paradigma comunicacional de McLuhan: «El mediocre es el mensaje»; la enorme muestra de dignidad de su conducta pública; la asombrosa capacidad de síntesis y profundidad del reelecto presidente de Ecuador, Rafael Correa; y la no menos asombrosa dinámica que Cristina Fernández le imprime a su gestión, pese a las agresiones y mentiras de la que suele ser víctima; en fin, la esperada resurrección futbolística de River Plate, que me acaricia el espíritu y, al contrario, el presente gris de Boca Juniors, que también me arranca sonrisas. Efímeras, casi frívolas, pero sonrisas al fin.
Sin embargo, mi decisión de escribir hoy pasa por algo más chiquito, si se quiere. Es la historia de tres hermanos, dos mujeres y un varón, cordobeses y militantes y cuyos jardines vitales sufrieron una bifurcación más terrible y dramática que la borgeana. Es que el menor, «Titón», «Lana» o «Lanita», llegó a cumplir apenas 22 años. Había nacido en agosto de 1955, en las vísperas de la llamada Revolución Fusiladora de Rojas y Aramburu, y lo «chupó» la dictadura burguesa terrorista de marzo del 76 (utilizo la acertada tipología de Alejandro Horowicz) en setiembre de 1977.
Una de sus hermanas, «Pipi», era de Dean Funes y a poco de nacer, en febrero de 1954, tuvo sinovitis, patología que le marcó su carácter, pero también le ayudó a comprender los dolores del otro, del prójimo. Desapareció junto a su hermano y son algo más que un número entre las víctimas que, se supone, pasaron su martirio por la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), ese territorio tomado hoy por el arte, la memoria y la justicia.
Hasta aquí podría tratarse de un relato típico de los años de plomo y muerte, de privatizaciones a mansalva y asesinatos idem. Pero resulta que aparece en escena la tercera en discordia, literalmente hablando. La hermana mayor de estos dos militantes de la JUP (Juventud Universitaria Peronista), periodista, sobreviviente, miembro del staff de la revista «Humor», célebre publicación de resistencia cultural, autora de varios libros (entre ellos «El harén: árabes, poder y política en Argentina», Sudamericana, 1988), primero diputada nacional y actualmente senadora por Córdoba, fue también candidata a vicepresidenta acompañando al insípido Hermes Binner y su Frente «Angosto» Progresista en las elecciones de octubre de 2011. Salieron segundos, a varios kilómetros de distancia de Cristina. Norma Morandini, de ella se trata, la periodista que en el texto mencionado describe las andanzas orgiásticas de nuestro Berlusconi riojano y sus secuaces, hoy vota con ellos y se opone a todo lo que tenga el sello o la iniciativa de Cristina. Está en su derecho, pero recuerdo particularmente, con gusto amargo en mi paladar, dos intervenciones suyas en el Congreso Nacional. Cuando se debatía el proyecto para que el 24 de marzo sea declarado Día Nacional de la Memoria y, por lo tanto, feriado en todo el país, Norma, la hermana mayor de Pipi y Titón, se opuso con el rotundo y profundo argumento de que, de aprobarse, serviría soló para fomentar el turismo y no para recuerdo y homenaje de las víctimas del genocidio más atroz de nuestra patria. No tengo derecho a dudar de sus sentimientos para con sus hermanos desaparecidos, pero me cuesta creer que su condición de gorila (el nombre deriva de una palabra griega que designa a una tribu de mujeres peludas, aunque usted no lo crea) la obnubile a tal punto.
Al momento de discutir el proyecto de Ley de Medios Audiovisuales, la Norma se opuso otra vez, obvio. Uno de los argumentos que le escuché decir en esas jornadas me cambió aquel sabor en el paladar. Cambió a agrio. Es que la colega y parlamentaria quería, supongo que todavía quiere, oír en su radio la voz melodiosa y sensual de Elvis Presley y, según ella, la cuota de música nacional que estipula la 26.522 le impediría rememorar sus épocas de bailes juveniles. En fin, una obra maestra del ridículo y la ignorancia.
Toda esta perorata no tendría mucho sentido si la Señora Historia, como la llama mi querido, nuestro querido, Eduardo Galeano, no hubiese introducido su costado caprichoso, picaresco. Resulta que los hermanos desaparecidos de la opositora cerril Norma Morandini, se llaman Néstor y Cristina. Y dice el investigador Roberto Baschetti que la mamá de estos tres hermanos llamó a Néstor Kirchner para agradecerle la iniciativa política de impulsar los juicios a los sátrapas y asesinos de sus hijos y los otros 30.000.
La Señora Historia otea el horizonte y, a su vez, mira hacia atrás. En el horizonte están Néstor y Cristina persiguiendo utopías. En el pasado, entre plomo, sangre y dolor, también.
Mientras, cada 24 de marzo Norma sigue escuchando a Elvis.