No alcanza con saber lo que no deseamos más. Hay que concebir y ponerse a construir, a protagonizar el nuevo mundo. Si rechazamos los viejos modos de relacionarnos y hacer las cosas, ¿cómo las haremos entonces? Si rechazamos el viejo mundo, y tenemos todo el derecho a hacerlo, a elegir cómo queremos vivir, pero si el viejo mundo ha de morir, ¿en que mundo viviremos?
Los sabiondos de aquellos momentos opinaron a coro que eran cosas de muchachos, que ya se les pasaría. Si hoy, 50 años después miramos en derredor, no solo vemos una América que emerge como nuevo modelo alternativo, sino simultáneamente una Europa y EEUU, que se desmoronan entre espasmos de muerte de un modelo social agotado por injusto, porque ya no posibilita el nuevo paso que anhela y presiente el alma renovada, la sensibilidad humana.
Hoy en día se habla mucho de la necesaria unidad de la fuerzas revolucionarias, para que los intereses personales no nos hagan vulnerables a aquello de divide y vencerás. Respetando las múltiples opiniones, a mi me da la impresión de que esa unidad no se puede “hacer” con la materia prima de que disponemos. Interpreto que esa nueva sensibilidad que irrumpe abriendo brechas de insatisfacción con el modelo imperante, es la nueva red que teje lo colectivo.
Por eso se trata de reconocerla, de sintonizarse y hacerse uno con ella, con los nuevos tiempos en lugar de tratar de ideologizar a las personalidades producto del modelo que muere. La conciencia ha de renovarse, ha de aprender a morir a lo que ya fue para renacer, ha de recrearse intentando y haciendo en una nueva dirección que le resulte creciente, plenamente satisfactoria. Ya Jesús nos enseñaba hace miles de años que fe sin obras es muerta. “Por sus frutos los reconoceréis”.
El nuevo mundo implica y es el correlato entonces de un conciencia renovada, una conciencia que se acelera y adapta crecientemente a la fuerza y velocidad también creciente de los hechos, a un mundo que se revoluciona. Parece evidente que adaptarse a un mundo que muere es involutivo, es decreciente, desintegrador de la conciencia. Hay también otros síntomas que permiten interpretar el final de un modelo agotado.
Creo que más o menos todos hemos oído de las profecías mayas o las que fueren, que auguraban para estos días el final de los tiempos. Ya sea que se lo interprete apocalípticamente o como un cambio de época, en ello no podemos sino ver las condiciones anímicas de la mente colectiva que así lo visualiza y proyecta. Es un fenómeno característico del desmoronamiento de una civilización, que hemos catalogado como nihilismo, estoicismo, epicureísmo, etc.
La pérdida de dirección y operatividad de los hábitos y creencias epocales, la incapacidad para dar respuestas crecientes, coherentes con la transición que nos toca experimentar, nos pone en esa condición de inseguridad, de hilaridad, de desmoralización. Pero las mismas condiciones de la muerte de un modelo son también las del nacimiento del nuevo. Solo que necesitamos sacudirnos la hipnótica seducción o inercia de los hábitos, los tropismos de nuestras miradas.
Esa liberación y distanciamiento de lo que muere, es justamente el despertar de la conciencia que se convierte en y reconoce la protagonista del acontecer, deja de sentirse fascinada por el mundo para girar su energía vital, su mirada sobre sí misma y reconocer su propio movimiento. ¿Quién podía imaginarse hace diez o veinte años, cuando predominaba y con razón un total escepticismo respecto a la política, que en Venezuela irrumpiría la revolución bolivariana expandiéndose como hace doscientos años por toda América y sacudiendo al mundo?
Esas son justamente las condiciones sensibles colectivas e históricas, que impulsan y posibilitan un cambio de modelo. Por eso decimos que no pueden “hacerse” con la materia prima de que disponemos. Son producto de la acumulación y aceleración histórica que produce la revolución interna y apertura del modelo cerrado imperante. Y cuando digo cerrado quiero decir que no es consciente de sí y por ello evoluciona lenta y mecánicamente, sujeto a múltiples accidentes no deseados como cualquier tropismo.
Si reducimos como es habitual para la joven mente humana, el expandido lente espacial o planetario y temporal o histórico con el que venimos observando, a la inmediatez y localidad del proceso que vivimos en Venezuela, nos encontraremos con el Caracazo y las revueltas militares en que surge como líder el amado y respetado hoy presidente Hugo Chávez Frías. Que un día salió de su casa y se despidió de su familia dispuesto a sacrificarse por un ideal, por una visión.
Es seguro que no soñaba ni remotamente, que los vientos del futuro soplaban hinchando las velas de su barca para lanzarlo a su destino. Porque cuando uno da el primer paso hacia el cumplimiento de sus intenciones entra en una ley distinta. La ley del destino, en la que está eligiendo la dirección de sus acciones a diferencia de la del accidente, donde las cosas simplemente le suceden. No es lo mismo imaginar y suponer algo que vivirlo, experimentarlo plenamente.
Cuando decides y vives algo entras en la plenitud de la vida, lo que te renueva y llena de energías. Cuando solo repites lo conocido, cuando la inercia de los hábitos es quien impulsa y decide, solo dispones de vitalidad difusa, porque dándote cuenta o no estás eludiendo el enfrentar los retos a que tus fuerzas vivas te impulsan. El asumir tu futuro implica fuerza, fe, confiar en la vida, en las propias fuerzas y ponerlas a prueba actuando en la dirección elegida.
En sus propias palabras el presidente resume su experiencia, diciendo que ha sido, es y se siente como una frágil pluma o paja en medio del huracán revolucionario. Eso no implica impotencia. ¿Cómo podría sentirse impotente quien visualizó y trajo a ser toda un nueva concepción del mundo multipolar con relaciones solidarias entre hombres y naciones, cuando todo el mundo lo creía un ingenuo soñador, desconocedor de las cosas del mundo, del poder, o simplemente lo ridiculizaba como un loco que se creía Simón Bolívar?
Alguien que sin saberlo ni desearlo, nacido en humilde rancho de paja y piso de tierra, se ha convertido en esperanza y modelo de conducta americano-mundial. Sí, porque aunque a los hombres nos gusta construirnos complejas auto concepciones y damos intrincadas explicaciones de las fuerzas, fenómenos y hechos, en realidad nuestra esencia humana queda casi totalmente definida mientras nos amamantamos del seno maternal y de los labios y gestos de nuestra madre aprendemos lengua y cultura.
Cuando luego imitando a nuestros padres, interiorizamos el mundo en que nos toca en suerte nacer y vivir. Transformar esos atavismos, trascender esas fuerzas iniciales heredadas y aprendidas, abrirnos o crearnos nuevos futuros, darnos nuevas formas de vida es la mayor aventura a que un ser humano pueda aspirar. Porque implica morir a lo que creímos ser para renacer, recrearnos, para darnos un nuevo comienzo, un verdadero sentido de vida. Para asumir nuestro destino.
Caminando es como la revolución ha comenzado a reconocerse, a tomar forma, a chocar contra las fuerzas que ha de superar para que ese sueño que alienta en su corazón, venga a ser transfigurando el mundo de todos los días. Cada día ha de actuar, de reconocer y superar resistencias, corregir direcciones erradas con humildad. Porque dándose cuenta o no una revolución aspira a ser plenamente humana, es decir mundial.
Y es porque la revolución se abre camino, porque la humanidad se levanta cual bandera de solidaridad y justicia, de hermandad entre los hombres y los pueblos, porque día a día se superan los múltiples inconvenientes y resistencias que un proyecto de tal magnitud ha de movilizar, que hoy en día una oración planetaria se eleva a lo alto, en nombre de la salud plena del amado presidente que ha trascendido las localidades.
¿Creen uds, que haya mayor fuerza que la de amar, orar, osar y hacer? Yo no. La victoria de las elecciones regionales fue un regalo del pueblo venezolano para su presidente. Fue un demostrarle su amor y su agradecimiento por todas sus obras, enseñanzas y ejemplos. Fue un demostrarle que obras son amores, que amor con amor se paga, que no puedes cosechar sino lo que siembras.
Yo no creo que nuestro presidente esté enfermo. Me gusta pensar que está viviendo, experimentando un proceso de transformación profunda, de muertes y renacimientos que exige la plena realización de lo humano, la humanización de la historia, del mundo. Viendo y viviendo ya la alegría y la fiesta de tu retorno, tu pueblo te espera gozoso querido presidente y ser humano. Viviremos y venceremos todas las adversidades porque ese es nuestro destino.