Los días 4 y 5 de marzo, el gobierno de Noruega será anfitrión de una conferencia internacional sobre las consecuencias humanitarias del uso de armas nucleares. Los países asistentes, entre ellos México, parecerían confirmar así que finalmente están listos para dejar atrás los pretextos y abrir los ojos a la realidad de la catástrofe que afectaría al planeta y a todos los seres vivientes, si tuviera lugar un ataque nuclear, aun limitado a los alcances de un conflicto considerado regional.
Si, intencionalmente o por accidente, fuese detonada solamente una de las 19 mil armas nucleares que existen en el mundo, no solamente mataría a millares de personas de manera instantánea, sino que, conforme a un estudio del Comité Internacional de la Cruz Roja, las organizaciones asistenciales se verían imposibilitadas para ofrecer una respuesta pronta, adecuada y eficaz ante la situación de emergencia grave que sobrevendría.
Consecuentemente, la explosión nuclear se convertiría en una catástrofe de gran envergadura. Resulta evidente que la existencia y el emplazamiento de armas nucleares con fines bélicos, llámense ofensivos o defensivos, es una de las más graves amenazas humanitarias de nuestra época.
Con el propósito de demostrar que es a la vez urgente y posible encontrar una solución definitiva, la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés), de la cual forma parte el Círculo Latinoamericano de Estudios Internacionales (CLAEI), ha invitado a cientos de personas de todos los ámbitos del globo para que participen en el Foro de la Sociedad Civil que se llevará a cabo en Oslo, el 2 y el 3 de marzo.
La sociedad civil debe tener una participación cada vez mayor en la discusión y la solución de este problema. Procesos de desarme previos, como los que se negociaron para la prohibición de las minas terrestres en la década de 1990 y de las bombas de racimo en la década de 2000, han demostrado el poder de los argumentos humanitarios. Durante casi siete décadas, el mundo ha estado en espera de que las naciones poseedoras de armas nucleares cumplan sus obligaciones y se deshagan de ellas. No lo han hecho.
Es tiempo de quitarles el poder de decisión y de iniciar un proceso humanitario para la aprobación de un tratado que prohíba las armas nucleares y logre su abolición definitiva. Se trata de los instrumentos de asesinato masivo más destructivos, inhumanos e indiscriminados que hayan existido jamás. El concepto de consecuencias humanitarias catastróficas, utilizado habitualmente en la actualidad por los gobiernos, define las consecuencias particulares y horríficas de las armas nucleares sobre los seres humanos, incluso aquellos que no participan en los conflictos.
Los médicos y los científicos en general han estudiado y documentado, durante años, las consecuencias médicas de una guerra nuclear. Su conclusión es terminante: la seguridad y la supervivencia de los seres humanos depende de la desaparición de esas armas injustificables por todos los conceptos. Utilizadas solamente en dos ocasiones, contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en 1945, mataron a más de 200 mil civiles inocentes y muchos más sufrieron lesiones severas e incurables.
Incluso si jamás volviera a detonarse una bomba nuclear sobre una ciudad, los efectos de la producción, las pruebas y el emplazamiento de los arsenales nucleares son preocupantes, porque ocasionan daños severos a las personas y a las comunidades en todo el mundo. Esto debe tomarse en cuenta y difundirse, para motivar e incrementar los esfuerzos tendientes a su abolición definitiva.
Nueve países poseen en la actualidad unas 19 mil armas nucleares; alrededor de dos mil, se encuentran en estado de alerta máxima, para ser utilizadas en cuestión de minutos. La mayoría tiene una potencia decenas de veces superior a las utilizadas en Hiroshima y Nagasaki. Esta es, a fin de cuentas y sin retórica, la mayor amenaza para el planeta y el género humano, pues puede provocar el verdadero fin del mundo.