Análisis de Pierre Klochendler
«El que cree, no teme», tararea el reelecto primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, una tonada popular muy repetida por sus seguidores. De hecho, fe es precisamente lo que necesita dada la merma de apoyo popular registrada en las últimas elecciones.
«Tendremos problemas en la coalición» de gobierno, confió un legislador del gobernante partido Likud.
Netanyahu logró apenas mantenerse en el cargo debido a la caída en los votos recogidos por el Likud en los comicios parlamentarios, frente a un fuerte avance de los partidarios centristas que se volcaron a Yair Lapid, hace tan solo un año una celebridad de la televisión devenida en figura política, y ahora una persona influyente que posiblemente cambie el juego político.
Ahora Netanyahu se dedica a construir una coalición de centroderecha que incluya a Lapid. Resta por ver si excluye a sus aliados naturales, el ultranacionalista partido La Casa Judía o a los ultraortodoxos.
«Quienes nos votaron eligieron normalidad, confianza mutua, educación y vivienda, atención para los débiles», declaró Lapid cuando quedó claro que su partido, Yesh Atid (Hay un futuro), fue el segundo más votado en los comicios del 22 de este mes.
«El estado de Israel afronta los más complejos desafíos», alertó Lapid. «La crisis económica amenaza a nuestra clase media y el país está aislado debido al impasse diplomático», añadió.
«El pueblo reclama justicia social» se convirtió hace dos años en el llamado de la clase media para encontrar un estilo de vida que llenara sus expectativas, normalidad. La protesta cedió, pero los problemas sociales permanecieron.
Atento a los reclamos de la gente, el Lapid abogó en su campaña electoral por una reducción del costo de vida, incluida vivienda económica para las parejas jóvenes, la distribución más equitativa del peso de la defensa, con la idea de reclutar a los ultraortodoxos, ahora exentos del servicio militar, y la reanudación de las conversaciones de paz con el presidente palestino Mahmoud Abbas.
Netanyahu eligió ignorar esos reclamos y, en cambio, recicló viejas ideas. Su inflexible e implacable eslogan fue «un primer ministro fuerte para un Israel fuerte». Pero un déficit presupuestal de 10.500 millones de dólares (4,2 por ciento del producto interno bruto) denuncia la vulnerabilidad de Israel.
Al igual que las anteriores veces que asumió el cargo de primer ministro (en 1996 y 2009) frente al Muro de los Lamentos, el sitio más sagrado del judaísmo, Netanyahu se paró allí después de votar como si él mismo fuera el último muro contra la división de Jerusalén.
Pensó que defendería su importancia política con solo mantener el statu quo de la ocupación en Cisjordania y reforzar las estacadas y los muros de Israel contra Siria, Egipto y la franja de Gaza.
Se negó a proseguir con el proceso de paz de Annapolis (2007-2008), iniciado en esa ciudad estadounidense por su antecesor Ehud Omert, y, en cambio, prefirió discutir otra vez el comienzo de las conversaciones de paz.
Al comienzo de su anterior mandato, en mayo de 2009, en su significativo discurso sobre su política en la Universidad Bar Ilan, se comprometió con el principio de un «estado desmilitarizado» en Palestina. Luego accedió, aunque con renuencia, a imponer una moratoria de 10 meses en la construcción de asentamientos.
Pero en vez de seguir el consejo de Estados Unidos de prolongar la moratoria otros tres meses más, Netanyahu disparó la expansión de asentamientos en la ocupada Jerusalén oriental y en partes de Cisjordania.
En su campaña electoral, además del autodeclarado récord en materia de seguridad, la única acción de la que presumió fueron las medidas promovidas por su gobierno para crear un ambiente competitivo en el mercado de la telefonía celular, el que permitió una disminución tangible de las tarifas de las telecomunicaciones.
Reelegido, aunque con muy escaso margen, Netanyahu reformuló, con retraso, sus principios conductores. Aunque «impedir que Irán se dote de la bomba atómica» sigue siendo la «primera prioridad», «la búsqueda de la paz es ahora la tercera», aseguró. También prometió corregir las desigualdades sociales.
Asimismo, la amenaza de un ataque unilateral contra instalaciones nucleares de la República Islámica se reduce a las habituales diatribas vacías, a juzgar por las declaraciones del legislador del Likud, Tsahi Ha-Negbi.
«Netanyahu tiene muy claro que, a menos que el mundo evite que Irán se dote de la bomba atómica, nosotros tendremos que tomar la iniciativa», dijo Ha-Negbi.
El editor de noticias de la televisión pública Uri Levy opinó: «No hay diferencia entre derecha, centro e izquierda, todo el mundo sabe que Irán es una amenaza. Netanyahu goza así de consenso para cualquiera cosa que haga al respecto. Obviamente depende de lo que haga Irán».
Ahora, respecto de si Netanyahu mantendrá el conflicto con los palestinos o tratará de resolverlo, Ha-Negbi mostró cautela.
«Una abrumadora mayoría de los israelíes esperan un gran compromiso, siempre y cuando exista la misma comprensión y compromiso histórico de los palestinos».
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, puede permitirse una sonrisa. Es que Netanyahu querrá mejorar su relación y formará una coalición moderada.
Ha-Negbi señaló que ahora le será más difícil a Netanyahu mantener a Israel en el mismo statu quo y falta de iniciativas.
Si se mantiene fiel a sí mismo, Netanyahu se apartará de algunos de los anexionistas favorables a la ocupación y de la derecha religiosa, y se acercará al centro y, quizá, a una módica paz de dos estados que derive en una división del territorio más o menos en dos.
Entretanto, entre el viejo Netanyahu de «mucho ruido y pocas nueces», que no hizo casi nada durante su anterior mandato, y el nuevo que, mientras forma una coalición hace lo que puede para sobrevivir, los críticos ya pronostican elecciones anticipadas.