Los matices multicromáticos de la buena gente de los Estados Unidos celebran hoy, 21 de Enero del 2013, la llegada de Martin Luther King Jr. a estas tierras norteñas.
Sus padres deben haber estado tan orgullosos y felices con su llegada que me imagino por eso lo llamaron con el nombre y apellido de ese otro Africano-Europeo tan famoso por ‘pintajear’ Iglesias en Alemania, con sus pequeños afiches pegados sobre las Puertas Milenarias de la Iglesia Católica.
Te llamaste a tí mismo ‘Negro’, una palabra que para mí tiene connotaciones muy dulces, pero obviamente por razones internas distintas. Creo que tu, Sr. King, me darías tu amable permiso para deslizarme en el tiempo y referirme al Sr. Luther como un Africano-Europeo ya que parece que la buena gente, investigadora, menciona nuestra ancestral llegada común proveniente del África.
Hoy también se celebra en Estados Unidos la inauguración de un pasajero que llegó más tarde y también Africano-Americano, de nombre Sr. Obama. Sé que me darías un guiño cómplice si me refiero a él como ‘un matiz de oscuridad más Negro’ y me disculparías mi atroz parafraseo de Procol Harum.
Me encantaría poner tus palabras soltadas en la Iglesia Ebenezer en un sencillo ‘Keek’ pero 111 caracteres no darían para ello. Imagino que por lo menos recibiremos varios ‘Keeks’ mostrando tu rostro sabio, bondadoso y fuerte. Con tu permiso ucrónico reproduzco a continuación esas palabras que se deslizan en el tiempo hacia el futuro y que soltaste en 1967.
Martin Luther King Jr.: ‘Por qué me opongo a la guerra en Vietnam’
Sermon entregado en la Iglesia Bautista Ebenezer el 30 de Abril de 1967.
En cierto sentido, mi sermón de esta mañana no es un sermón típico, pero sigue siendo un sermón, sobre un asunto importante, porque el asunto que discutiré hoy es uno de los mas controvertidos que debe enfrentar nuestra nación. El tema sobre el que predicaré hoy es «Por qué me opongo a la guerra en Vietnam».
Déjenme aclarar desde el principio que yo considero esta guerra una guerra injusta, malvada y fútil. Mi sermón de hoy es sobre la guerra de Vietnam porque mi conciencia no me deja otra opción. Ha llegado el momento de que América escuche la verdad sobre esta trágica guerra. En los conflictos internacionales es difícil llegar a la verdad, porque la mayor parte de las naciones se engañan a sí mismas. Las racionalizaciones, así como la búsqueda incesante de chivos expiatorios son las cataratas sicológicas que nos impiden ver nuestros pecados.
Pero ya han pasado los días del patriotismo superficial. Quienes conviven con la falsedad viven una esclavitud espiritual. La libertad sigue siendo el premio que recibimos por conocer la verdad. Jesús dijo: «Conocerán la verdad, y la verdad os hará libres» Yo he elegido predicar hoy sobre la guerra en Vietnam, porque estoy de acuerdo con Dante en que los lugares mas calientes del infierno están reservados para aquellos que en una época de crisis moral mantienen su neutralidad.
Llega un momento en el que el silencio se convierte en traición La verdad de estas palabras está más allá de toda duda, pero la misión que nos impone es de las más difíciles. Incluso cuando las exigencias de verdad interior se hacen acuciantes, los hombres no asumen fácilmente la tarea de oponerse a las políticas de su gobierno, sobre todo en tiempos de guerra. Y tampoco es sin grandes dificultades que el espíritu humano vence a la apatía del pensamiento conformista, dentro de su propio pecho y del mundo que lo rodea. Es más, cuando algunas cuestiones nos desconciertan, como ocurre con frecuencia en el caso de este terrible conflicto, estamos siempre al borde de quedar paralizados por la duda. Pero debemos avanzar. Algunos de nosotros, que ya hemos comenzado a romper el silencio de la noche, hemos descubierto que el llamado a hablar suele ser una vocación de agonía. Pero debemos hablar. Debemos hablar con toda la humildad que corresponde a nuestra limitada visión, pero debemos hablar. Y también debemos alegrarnos, porque en toda nuestra historia nunca ha habido un disenso tan monumental del pueblo americano durante una guerra. Las encuestas revelan que casi 15 millones de americanos se oponen explícitamente a la guerra en Vietnam. Y hay millones adicionales que no se atreven a apoyarla. E incluso aquellos millones que sí apoyan la guerra, están desanimados, confundidos y llenos de dudas. Esto revela que millones han elegido ir mas allá del cómodo patriotismo, hacia el terreno del disenso firme, basados en los mandatos de su conciencia y en la lectura de la historia. Por supuesto, una de las dificultades de hacerse oír en estos días es que algunos están buscando equiparar el disenso con la deslealtad. Son días oscuros para nuestra nación cuando las autoridades intentan usar todos sus medios para silenciar el disenso. Pero algo esta ocurriendo, y no podrán callar a la gente. Pero la verdad debe ser dicha, y yo digo que quienes buscan hacer creer que cualquiera que se oponga a la guerra de Vietnam es un tonto o un traidor o un enemigo de nuestros soldados está tomando posición contra lo mejor de nuestras tradiciones.
Sí, debemos tomar posición y alzar nuestra voz. En los últimos dos años he tratado de romper la traición de mis propios silencios y hablar desde mi corazón en llamas, al exigir que se detuviera radicalmente la destrucción de Vietnam. Muchos me cuestionaron el haber tomado este camino. La pregunta que domina el centro de sus preocupaciones es: «¿Por qué está hablando sobre la guerra Dr. King? ¿Por qué se une a las voces que disienten?» Según ellos, la paz y los derechos civiles no deben mezclarse. Pero esta mañana yo les hablo sobre este asunto, porque estoy a resuelto a tomar en serio el Evangelio. Y vengo a mi púlpito hoy a realizar un apasionado alegato a mi amada nación Este sermón no esta dirigido a Hanoi o al Frente Nacional de Liberación. No esta dirigido a China ni a Rusia. Ni tampoco es un intento de pasar por alto la ambigüedad de toda la situación y la necesidad de una solución colectiva para la tragedia de Vietnam. Ni tampoco es un intento de transformar a Vietnam del Norte y al Frente Nacional de Liberación en modelos de virtud, ni tampoco de pasar por alto el papel que deben jugar en una resolución exitosa del problema. Sin embargo, esta mañana no deseo hablar con Hanoi ni con el Frente Nacional de Liberación, sino mas bien a mis compatriotas, quienes tienen la mayor responsabilidad, y que han entrado en un conflicto que ha costado caro a ambos continentes.
Ahora bien, como soy un predicador por vocación, supongo que no sorprenderá que tenga siete razones de peso para poner a Vietnam en el campo de mi visión moral.
Hay una conexión muy obvia y casi simplista entre la guerra de Vietnam y la lucha que yo y otros venimos librando en América. Hace unos pocos años hubo un momento de luz en esa lucha. Parecía que había una promesa real de esperanza para los pobres, tanto blancos como negros, gracias al Programa contra la Pobreza. Hubo experiencias, esperanzas, y nuevos comienzos. Pero luego llego el incremento de tropas en Vietnam. Y vi el programa romperse como si fuera un inútil juguete político de una sociedad enloquecida por la guerra. Y entonces supe que América nunca invertiría los fondos necesarios para la rehabilitación de sus pobres mientras aventuras como la de Vietnam siguieran absorbiendo hombres y capacidades y dinero, como un tubo de succión demoníaco y destructivo. Y puede que ustedes no lo sepan, amigos mios, pero se estima que gastamos 50000 dolares por cada soldado enemigo que matamos, mientras que se gastan solo 53 dolares en cada persona clasificada como pobre, y la mayor parte de esos 53 dolares van a salarios de personas que no son pobres. Por eso me he visto cada vez mas obligado a considerar a la guerra como un enemigo de los pobres, y a atacarla como tal.
Quizás el reconocimiento mas trágico de la realidad tuvo lugar cuando se me hizo evidente que la guerra estaba haciendo mucho mas que aniquilar las esperanzas de los pobres en nuestro país Estaba enviando a sus hermanos, sus hijos y sus esposos a luchas y morir en una proporción extraordinariamente grande en relación al resto de la población. Estábamos tomado a las jóvenes negros, ya arruinados por la sociedad, y enviándolos a 8000 millas de aquí, para garantizar en Asia del Este las libertades que no habían encontrado en Georgia o en East Harlem. Nos hemos enfrentado entonces repetidamente a la ironía cruel de ver en nuestras pantallas de TV a jóvenes negros y blancos matando y muriendo juntos por una nación que no sido capaz de sentarlos juntos en la misma aula. Los vemos en una solidaridad brutal, quemando juntos las chozas de una aldea pobre. Pero nos damos cuenta de que no podrían vivir en la misma calle, en Chicago o en Atlanta. Por eso, no puedo callarme frente a semejante manipulación cruel de los pobres.
Mi tercera razón me lleva a un nivel aun mas profundo de mi conciencia, pues se origina en mi experiencia en los guetos del norte en los últimos tres años, y especialmente los tres últimos veranos. Mientras caminaba entre los jóvenes desesperados, rechazados y furiosos, les decía que los cócteles Molotov y los rifles no resolverían sus problemas. Traté de ofrecerles mi compasión mas profunda, manteniendo a la vez mi convicción de que la manera mas significativa de llegar al cambio social es a través de la acción no violenta; pero ellos me escriben y me preguntan «¿Y qué pasa con Vietnam?» Me preguntan si nuestra nación no está usando dosis masivas de violencia para resolver sus problemas y lograr los cambios que desea.
Sus preguntas me causaron una gran impresión, y me di cuenta de que nunca más podría alzar mi voz contra la violencia de los oprimidos en los guetos si no le hablaba primero claramente al principal proveedor de violencia en el mundo actual: mi propio gobierno. Por esos jóvenes, por este gobierno, y por los cientos de miles que tiemblan ante nuestra violencia, no puedo callarme. Ha habido muchos aplausos en los últimos años. Han aplaudido a nuestro movimiento, y me han aplaudido a mi. América y la mayoría de sus periódicos me aplaudieron en Montgomery. Me paré ante miles de negros que estaban al borde de generar disturbios por una bomba puesta en mi casa, y les dije: no podemos hacerlo así. Y nos aplaudieron cuando decidimos hacer sentadas no violentas ante las cafeterías [1]. Nos aplaudieron cuando durante los Viajes de la Libertad [2], recibimos golpes sin responderlos. Nos elogiaron en Albany y Birmingham y Selma, Alabama. Y la prensa fue tan noble en su aplauso y tan noble en su elogio cuando decíamos “No sean violentos con Bull Connor, y cuando decíamos “No sean violentos con Jim Clark» [3]. Pero hay una inconsistencia extraña cuando una nación y su prensa te elogian cuando dices «No sea violentos con Jim Clark», pero te insultan y te maldicen cuando dices: «No sean violentos con los pequeños niños vietnamitas.» ¡Algo está mal con esa prensa!
Como si el peso de este compromiso con la vida y la salud de América no fuera suficiente, en 1964 se me impuso la carga de otra responsabilidad. Y no puedo olvidar que el Premio Nobel de la Paz no es algo que simplemente ocurrió, sino que fue un encargo—el encargo de trabajar más duro que nunca en mi vida por la hermandad de los hombres. Y esto es una vocación que me lleva mas allá de mis lealtades nacionales. Pero incluso si eso no estuviese presente, todavía tendría que darle sentido a mi compromiso con el ministerio de Jesucristo. Para mi, la relación entre este ministerio y la búsqueda de la paz es tan obvia que a veces me sorprendo al escuchar a los que me preguntan por qué hablo en contra de la guerra. ¿Puede ser que no sepan que las Buenas Nuevas están destinadas a todos los hombres, comunistas y capitalistas, sus hijos y los nuestros, blancos y negros, revolucionarios y conservadores? ¿Han olvidado que mi ministerio implica obediencia a Aquel que amo a Sus enemigos tan completamente que murió por ellos? Entonces, ¿qué puedo decirle a los vietcong, o a Mao, o a Castro, siendo un fiel ministro de Jesucristo? ¿Puedo amenazarlos con la muerte, o debo mas bien compartir mi vida con ellos? Finalmente, debo ser fiel a mi convicción de que comparto con todos los hombres el llamado a ser el hijo del Dios viviente. Esta vocación de ser hermanos, e hijos de Dios, esta más allá de la pertenencia a una nación o credo. Y porque creo que nuestro Padre está profundamente preocupado por sus hijos que sufren y están desprotegidos, vengo hoy a hablar por ellos. Y cuando reflexiono sobre esta locura de Vietnam, y busco dentro de mi formas de comprender y responder con compasión, pienso constantemente en la gente de esa península. No estoy hablando de los soldados de ambos bandos, ni del gobierno militar de Saigon, sino simplemente de la gente que hace ya más de tres décadas sufre esta guerra. También pienso en ellos porque me resulta claro que no habrá una verdadera solución a este conflicto hasta que haya algún intento de conocer a esta gente y escuchar sus llantos.
Pero déjenme contarles la verdad acerca de esto. Ellos deben ver a los Americanos como libertadores bastante extraños. Se han dado ustedes cuenta de que el pueblo vietnamita proclamo su independencia en 1945, después de una ocupación conjunta de franceses y japoneses. Y esto ocurrió antes de la revolución comunista en China.
Su líder era Ho Chi Minh. Y esto es un hecho que no es muy conocido: esta gente se declaró independiente en 1945 y, cuando declararon su independencia de la ocupación extranjera citaron nuestra Declaración de Independencia, y sin embargo nuestro gobierno se rehusó a reconocerlos. El presidente Truman dijo que no estaban listos para ser independientes. O sea que en ese momento fuimos víctimas, como nación, de la misma mortal arrogancia que hace años esta envenenando la situación internacional. Entonces Francia se decidió a reconquistar su antigua colonia. Y lucharon ocho largos, duros y difíciles años tratando de reconquistar Vietnam. ¿Y saben quién ayudó a Francia? Los Estados Unidos de América. Y llegó un punto en el que estábamos pagando el ochenta por ciento de los costos de la guerra. E incluso cuando Francia comenzó a perder su confianza en esta temeraria acción, nosotros no lo hicimos. Y en 1954 se llevó a cabo una conferencia en Ginebra, y se llegó a un acuerdo, porque los franceses habían sido derrotados en dien Bien Phu. Pero incluso después de eso, de los acuerdos de Ginebra, nosotros no nos detuvimos. Y debemos enfrentar el triste hecho de que nuestro gobierno buscó, realmente, sabotear el acuerdo de Ginebra. Después de que los franceses fueron derrotados, pareció que el acuerdo de Ginebra permitiría la independencia y la reforma agraria. Pero llegaron los Estados Unidos, y comenzaron a apoyar a un hombre llamado Diem, que resultó ser uno de los dictadores mas despiadados de la historia del mundo. Decidió silenciar a toda la oposición. Quienes alzaban sus voces contra las brutales políticas de Diem eran brutalmente asesinados. Y los campesinos miraban horrorizados cómo Diem aniquilaba toda oposición. Los campesinos veían también que todo esto era supervisado por la influencia de los Estados Unidos y por las cada vez más numerosas tropas estadounidenses que habían llegado para ayudar a eliminar la insurgencia que los métodos de Diem habían generado. Deben haberse sentido felices cuando Diem fue derrocado, pero la larga linea de dictadores militares no parecía ofrecer ningún cambio real, especialmente en términos de sus necesidades de tierras y paz. ¿Y a quien estamos apoyando hoy en Vietnam? A un hombre llamado general Ky [Vice Mariscal aéreo Nguyen Cao Ky], que lucho con los franceses contra su propio pueblo, y que en una ocasión dijo que su mayor héroe era Hitler. Este es el tipo a quien hoy estamos apoyando en Vietnam. En general nuestro gobierno y la prensa no nos hablan de estas cosas, pero Dios me dijo que se los contara esta mañana. La verdad debe ser dicha.
El único cambio que vieron de parte de los Americanos fue el aumento del compromiso de nuestras tropas con gobiernos singularmente corruptos, ineptos, y sin apoyo popular, y mientras tanto la gente leía nuestros panfletos con las habituales promesas de paz, democracia y reforma agraria. Ahora sufren bajo nuestras bombas y nos consideran a nosotros como sus verdaderos enemigos, y no a sus compatriotas.
Caminan tristes y apáticos cuando son sacados de la tierra de sus padres y conducidos a campos de concentración, donde las necesidades sociales mínimas están casi siempre insatisfechas. Pero saben que deben irse o serán destruidos por nuestras bombas. Y entonces se van, sobre todo las mujeres, los ancianos y los niños. Y ven como envenenamos su agua mientras destruimos millones de hectáreas de sus cosechas. Deben llorar cuando las topadoras rugen en sus campos, preparándose a destruir sus valiosos arboles. Vagan entonces hasta las ciudades, donde ven miles y miles de niños sin hogar, sin ropas, corriendo por las calles en grupos, como animales.
Ven cómo los niños son maltratados por nuestros soldados, cuando ruegan por un poco de comida. Ven a los niños venderles sus hermanas a nuestros soldados, y prostituyéndose por sus madres. Hemos destruido sus dos instituciones mas preciadas: la familia y la aldea. Hemos destruido su tierra y sus cosechas. Hemos cooperado en la eliminación de la única fuerza política revolucionaria no comunista, la Iglesia Budista Unida. Este es el papel que nuestra nación ha asumido, el papel de quienes impiden las revoluciones pacíficas al negarse a renunciar a los privilegios y placeres que resultan de las inmensas ganancias de las inversiones en el extranjero. Estoy convencido de que si queremos estar del lado correcto de la revolución mundial debemos, como nación, experimentar una revolución radical en nuestros valores.
Tenemos que comenzar a transformarnos, de una sociedad orientada a las cosas a una sociedad orientada hacia las personas. Mientras consideremos a las maquinas y las computadoras, a las ganancias y los derechos de propiedad, mas importantes que la gente, sera imposible la conquista del triplete gigante de racismo, militarismo y explotación económica Una verdadera revolución de valores haría que pronto empezáramos a cuestionarnos la justicia y equidad de muchas de nuestras políticas actuales. Por un lado, estamos llamados a hacer de Buenos Samaritanos en los bordes del camino de la vida, pero eso sera solo el principio. Un día llegaremos a ver que todo el camino de Jericó debe cambiarse, para que hombres y mujeres no sean constantemente golpeados y asaltados a lo largo de su viaje por las carreteras de la vida. La verdadera compasión es más que tirarle una moneda un mendigo. Una verdadera revolución de valores pronto verá con incomodidad y justa indignación el evidente contraste entre riqueza y pobreza. Mirará más allá del mar y verá a los capitalistas occidentales invirtiendo enormes sumas de dinero en Asia, África y América del Sur, sólo para extraer ganancias, sin preocuparse por mejorar las condiciones sociales de los países, y dirá: «Esto no es justo». Verá nuestra alianza con los terratenientes de América Latina, y dirá: «Esto no es justo». Verá que la arrogancia occidental de sentir que puede enseñarle todo a los demás y no aprender nada de ellos no es justa. Verá el orden mundial y dirá de la guerra: «Esta forma de resolver las diferencias no es justa». Este asunto de quemar seres humanos con napalm, de llenar de viudas y huérfanos los hogares de nuestra nación, de inyectar el veneno del odio en las venas de la gente, de devolver a casa, desde los sangrientos campos de batalla, hombres mutilados y alterados sicológicamente, no puede reconciliarse con la sabiduría, la justicia y el amor. Una nación que año a año continua gastando más dinero en el presupuesto militar que en programas sociales, se acerca a la muerte espiritual.
Ay amigos, si hay algo que debemos ver hoy, es que estos son tiempos revolucionarios.
En todo el planeta hay pueblos que se levantan contra los viejos sistemas de explotación y opresión, y de las heridas del debilitado mundo nacen nuevos sistemas de justicia e igualdad. Los descamisados y los descalzos se están levantando como nunca antes.
Quienes estaban en la oscuridad han visto una gran luz. E inconscientemente dicen, como dice una de nuestras canciones de libertad: «¡No dejare que nadie me engañe!»
Es triste ver que, debido al confort, a la complacencia, al morboso miedo al comunismo, y a nuestra tendencia a adaptarnos a la injusticia, las naciones occidentales, que en gran medida generaron el espíritu revolucionario del mundo moderno, ahora se hayan se hayan transformado en archi-antirevolucionarias. Esto ha llevado a muchos a creer que sólo el Marxismo tiene un espíritu revolucionario. Por eso, el comunismo representa nuestra falla en crear una verdadera democracia, y en continuar las revoluciones que iniciamos. Ahora, nuestra única esperanza radica en nuestra habilidad de recapturar el espíritu revolucionario, y salir al mundo, a veces hostil, declarando nuestra eterna hostilidad a la pobreza, al racismo, y al militarismo.
Con este compromiso desafiaremos valientemente al status quo, desafiaremos las injustas costumbres, y gracias a esto adelantaremos el día en que «todo valle sea alzado, y todo monte y collado se baje; y lo torcido se enderece; y lo áspero se allane. Y la gloria del Señor se manifestará; y toda carne juntamente la verá» Al final, una genuina revolución de valores significa que nuestras lealtades deben volverse ecuménicas, mas que parciales. Cada nación debe desarrollar una lealtad superadora hacia la humanidad como un todo, para poder preservar lo mejor de cada sociedad.
Esta demanda de fraternidad universal, que eleve nuestros interese mas allá de la propia tribu, raza, clase o nación, es en realidad una demanda a todos los hombres de un amor incondicional, que lo abarque todo. Este concepto, que frecuentemente es malentendido y malinterpretado, y que tan rápidamente rechazan los Nietzches del mundo por considerarlo una fuerza cobarde y débil, se ha transformado ahora en una necesidad absoluta para la supervivencia de la raza humana. Y cuando hablo de amor no estoy hablando de algo débil y sentimental, sino que estoy hablando de esa fuerza que todas las religiones del mundo han considerado el principio de vida supremo y unificador. El amor es la llave que abre la puerta a la realidad última y definitiva.
Esta creencia en una realidad última, común a hindúes, musulmanes, cristianos, judíos y budistas, está bellamente resumida en la primera epístola de Juan: «amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor se ha perfeccionado en nosotros.»
Para terminar, dejenme decirles que me opongo a la guerra de Vietnam porque amo a América. Alzo mi voz contra esta guerra, no enojado, sino con ansiedad y pena en mi corazón y, sobre todo, con un deseo apasionado de ver a nuestra nación erigirse en modelo de moral en el mundo. Alzo mi voz contra esta guerra porque estoy decepcionado de América. Pero no puede haber una gran decepción donde no hay también un gran amor. Estoy decepcionado por nuestro fracaso en abordar en forma directa y positiva el triple mal del racismo, la explotación económica y el militarismo.
Estamos actualmente en un callejón sin salida que puede llevarnos al desastre nacional. América se ha extraviado en el terreno del racismo y del militarismo.
El hogar que demasiados Americanos debieron abandonar estaba sólidamente estructurado, en términos de ideales; sus pilares estaban sólidamente afirmados en los conceptos de nuestra herencia judeo-cristiana. Todos los hombres han sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Todos los hombres son hermanos. Todos los hombres son iguales. Todos los hombres son herederos de un legado de dignidad y valor. Todos los hombres tienen derechos que no son otorgados por un estado, ni se derivan de el, sino que son conferidos por Dios. De una misma sangre, Dios hizo a todos los hombres para que vivan juntos en la Tierra. ¡Qué cimientos maravillosos para una casa! ¡Qué lugar mas glorioso y saludable para vivir! Pero América se ha extraviado, y su paseo no le ha causado más que confusión y desconcierto. Ha dejado los corazones doloridos por la culpa y las mentes distorsionadas por la irrealidad.
Es tiempo de que todos aquellos que tienen conciencia le pidan a America que vuelva a casa. Vuelve a casa América. Omar Khayyam tiene razón: «El dedo escribe, y habiendo escrito, sigue su movimiento» Convoco hoy a Washington. Convoco a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en América. Convoco a los jóvenes americanos, que deben decidirse hoy a tomar posición sobre este asunto. Mañana puede ser demasiado tarde. El libro puede cerrarse. Y no dejen que nadie los convenza de que Dios eligió a América como una fuerza divina y mesiánica para que sea una especie de policía del mundo entero. Dios tiene su forma de enfrentar a las naciones y juzgarlas, y me parece oír a Dios diciéndole a América: «¡Eres demasiado arrogante! Y si no cambias tu forma de ser, yo me alzaré y quebraré la columna vertebral de tu poder, y la pondré en las manos de una nación que ni siquiera sabe mi nombre. Estate quieta y conoce que yo soy Dios.»
Pero no es fácil tomar posición por la verdad y por la justicia. A veces implica frustrarse. A veces decir la verdad y tomar posición implica caminar por las calles con un peso en el corazón A veces implica perder el trabajo y ser objeto de la burla y el escarnio. Y puede implicar que un niño de siete u ocho anos le pregunte a su papa «¿Por qué tienes que ir a la cárcel tanto tiempo?» Y hace mucho ya que he aprendido que ser un seguidor de Jesucristo implica cargar la cruz. Y mi Biblia me dice que el Viernes Santo viene antes de la Pascua. Antes de llevar la corona, debemos cargar la cruz. Carguémosla, por la justicia, carguémosla por la verdad, carguémosla por la justicia, y por la paz. Salgamos esta mañana con esa determinación. Yo no he perdido mi fe. Y no desespero, porque sé que existe un orden moral. No he perdido la fe, porque el arco del universo moral es largo, pero se curva hacia la justicia. Todavía podemos cantar «Venceremos!» porque Carlyle tenia razón «ninguna mentira dura por siempre». Venceremos porque William Cullen Bryant tenia razón: «La verdad, derribada por tierra, se levantará otra vez.»
Venceremos, porque James Russell Lowell tenia razón: «La verdad está siempre en el cadalso, y la mentira siempre en el trono». Sin embargo, en ese cadalso se balancea el futuro. Venceremos porque la biblia tiene razón «Cosecharas tu siembra».
Con esta fe seremos capaces de sacar una piedra de esperanza de la montaña de la desesperanza. Con esta fe podremos transformar las ruidosas disonancias de nuestro mundo en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos adelantar el día en el que la justicia fluirá como agua, y la probidad como un potente torrente.
Con esta fe podremos adelantar el día en que el león y el cordero yacerán juntos, y cada hombre se sentará bajo su propia vid y bajo su propia higuera, y nadie tendrá miedo porque las palabras de Dios lo han predicho. Con esta fe podremos adelantar el día en que en todo el mundo podamos tomarnos de la mano y cantar las palabras del negro spiritual «¡Libres al fin! ¡Libres al fin! !Gracias Dios todopoderoso, al fin somos libres!» Con esta fe cantaremos, de la misma manera en que nos preparamos para cantar ahora. Los hombres transformarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces. Y no se alzarán nación contra nación, ni estudiarán mas la guerra. Y yo no se ustedes, pero yo nunca mas estudiaré la guerra.