Pero no sólo los trabajadores de los centros de producción en origen son los que salen perdiendo, también aquí los empleados en los centros comerciales, en los puntos de venda, están sometidos a unas condiciones laborales precarias, flexibles, con dificultades para organizarse sindicalmente… Y la presión por un conseguir un coste lo más bajo posible recae, asimismo, sobre ellos. Los responsables del paro y la precariedad en el Norte no son los trabajadores de los países del Sur sino unas elites económicas y empresariales que buscan hacer negocio con nuestras vidas, tanto aquí como en la otra punta del planeta.
De este modo, Amancio Ortega, propietario de Inditex, y que tiene en su haber marcas como Zara, Bershka, Pull&Bear, Stradivarius, Oysho, Massimo Dutti, se convirtió el pasado 2012, según la revista Forbes, en el tercer hombre más rico del mundo, a pesar, o gracias, según como se mire, a la crisis económica.
Y las mismas pautas se repiten en la producción, distribución y venta de electrodomésticos, productos informáticos e incluso comida. Y no sólo unos pocos se aprovechan de unas condiciones laborales precarias o inexistentes sino también de unas legislaciones medioambientales extremadamente débiles. Así el actual sistema de producción de bienes de consumo se lucra de explotar recursos naturales finitos, enfermar a trabajadores o a comunidades y/o contaminar allí donde los ojos de la mayoría no ven. Todo, evidentemente, a coste cero.
Luego nos dicen que podemos comprar barato. Y las rebajas son el máximo exponente de esta práctica. Pero, ¿resulta tan barato aquello que compramos? El actual modelo de producción y consumo cuenta con una serie de costes ocultos que acabamos sufragando entre todos. La explotación laboral, la precariedad, los sueldos de miseria, los débiles o nulos derechos sindicales… ya sea en los países del Sur o en el Norte generan pobreza, desigualdades, hambre, desahucios… y es el Estado quien tiene que gestionar dichas situaciones y conflictos con todo lo que implica de coste social y económico.
Lo mismo sucede con las empresas que contaminan, que explotan sin control ni límite los recursos naturales, que generan con sus prácticas cambio climático y destrucción medioambiental… ¿quién paga por una producción fragmentada, deslocalizada y kilométrica adicta al petroleo y generadora de gases de efecto invernadero? ¿Quién paga por comunidades desplazadas, trabajadores enfermos y territorios inhabitables? ¿Quién asume las consecuencias de un modelo agrícola y alimentario que acaba con la agrodiversidad, el campesinado y nos hace adictos a la comida basura? Nosotros. A la empresa, le sale gratis. Se trata de los costes invisibles de unas prácticas abusivas, que se supone nadie asume. La tozuda realidad nos demuestra, todo lo contrario, que es la sociedad quien paga, y mucho.
Y lo más escandaloso de la cuestión es que para llevar a cabo estas prácticas, las multinacionales cuentan con el apoyo activo de quienes están en las instituciones y diseñan las políticas económicas, sociales, medioambientales, laborales… al servicio de los intereses de las primeras. Como se ha repetido, reiteradamente, en la calles, vivimos en una democracia secuestrada. Y aunque nos digan, una y otra vez, que “comprando barato ganamos todos”, la realidad es otra: lo barato sale caro. Y, al final, nosotros, la mayoría, pagamos la factura.
*Artículo publicado en Público, 09/01/2013.
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