Quizás sean más. En realidad 82 es el promedio diario de fallecimientos producidos por armas de fuego en el gran país del Norte.
Contabilizando los suicidios, masacres, asesinatos y accidentes caseros se alcanzan las 30 mil muertes anuales y los 100 mil heridos según la Campaña Brady, que se especializa en denunciar el sinsentido de la tenencia masiva de armas. Unas cifras que superan a numerosas guerras de baja intensidad.
Estados Unidos en guerra consigo mismo
Más del 89 % de la población de Estados Unidos posee armas de fuego, lo que los convierte en el país más inseguro del planeta, al contrario de lo que los defensores de la segunda enmienda intentan hacernos creer a todos. Un arma no tiene otro cometido que la destrucción, el efecto disuasorio o su utilidad como martillo o para agujerear superficies difíciles han sido descartados por incontables estudios.
“Los informes de las policías, los diarios, las estaciones de radio y televisión locales indican que, entre el 14 de diciembre -incluido el ataque en Connecticut- y el 29 de diciembre, por lo menos 321 personas murieron en todo el país por heridas causadas con armas de fuego.” informaba el diario puertorriqueño Primera Hora, aportando informaciones muy interesantes. Por ejemplo que en Connecticut, luego de la masacre perpetrada en Newtown, casi se duplicaron las ventas de armas de fuego.
Creo que es interesante tener en cuenta que no hablamos de armas de caza o de autoprotección, como son denominadas con eufemismos por los fabricantes, sino que se compran y venden rifles a repetición, idénticos a los que usan los marines para invadir países y que incluso los bancos los regalan por abrir una cuenta.
Por regla general, los poseedores de un arma, suelen continuar coleccionando nuevos modelos y suelen ofrecer a toda la familia la posibilidad de usarlos. Los niños y niñas aprenden a utilizarlos, “para evitar una mala manipulación” dicen los defensores de estas prácticas, pero lo cierto es que el 85 % de los suicidios a balazos de menores de 18 años se producen con armas de fuego de algún familiar cercano.
50 muertos por 16 dólares
Es verdad que es necesario tener muy buena puntería, pero no es menos cierto que con 16 dólares se pueden comprar 50 balas con las cuales se puede mandar del otro lado a 50 personas.
Cuando se habla del valor de la vida humana, se esquiva la discusión sobre el costo de la muerte. Con un cinismo absoluto los fabricantes de Armas venden chalecos antibalas, incluso infantiles con princesas Disney, y también las balas que traspasan dichos chalecos, y las ventas explotan cuando hay masacres como las de Newtown o Columbine, para hablar de casos archiconocidos. Entre ambos han habido otros 31 fusilamientos en colegios o escuelas con 250 fallecidos.
En estados Unidos los medios, incluso los políticos, no se refieren a estos atentados terroristas como masacres, sino que hablan de balaceras, mostrando el dominio que ejerce el complejo militar-industrial de poner por delante al instrumento que a la víctima.
En una masacre no son las balas las que cuentan, sino la pérdida de vidas humanas, en un intercambio de tiros se da el protagonismo al calibre y al alcance de las armas empleadas, por muy grotesco que todo esto parezca. El lenguaje también puede ser violento y puede evidenciar o esconder detalles, además de transmitir de forma “invisible” una concepción ideológica del mundo.
El ejemplo Míchigan
El estado de Míchigan tiene casi 10 millones de habitantes en el censo de 2010, seguramente en 2013 el número será menor, ya que, entre otras cosas, el gobierno ha liberalizado la portación de armas de fuego en todos los recintos públicos, incluidas las escuelas, los estadios deportivos, las iglesias, etcétera.
Míchigan es también un estado donde la minoría afroamericana no alcanza el 15 % de la población, convirtiéndose en un blanco (sin bromas) perfecto para ser las víctimas de las cacerías humeantes.
A esto debemos sumarle una de las recesiones más feroces de toda la nación, la tercera tasa de desempleo más alta del país, con pueblos casi fantasmas por la deslocalización o cierre de empresas relacionadas con la industria automotriz. Incluso una de las grandes capitales de rascacielos como Detroit cuenta con 800 mil edificios vacíos o abandonados. Este solo dato basta para imaginarse la situación de una de las regiones más poderosas del país del Norte, donde ahora todos aquellos que tengan licencia para portar armas podrán hacerlo en todos los espacios públicos.
Exterminando el peligro
Inocularse violencia para estar protegido de la violencia, ha demostrado ser un paralelismo con la medicina de resultado ineficaz. Lejos de haber encontrado un antídoto para la inseguridad, los Estados Unidos han convertido en blancos humanos a sus niños, a sus jóvenes y a todo lo que genere temor.
No solo eso, sino que la violencia ha ganado la batalla cultural convirtiéndose en fenómeno de masas, en fuente de ocio inagotable, en inspiración artística y rector de las políticas de estado. La televisión, la industria cinematográfica, la musical, los videojuegos y los millones de libros banalizando el último recurso de la anulación del otro han erigido este pseudoimperio del expolio y el exterminio.
Michael Moore decía en su cuenta de twitter “Odio decirlo, pero somos asesinos. Creamos América con el genocidio y luego la construimos con esclavos. Los tiroteos van a continuar porque somos así”.
Para salir de esta descripción y de este fatalismo otros paradigmas deben construirse para combatir el miedo generado por décadas y décadas de liberalismo individualista. Otro dato revelador es que según una encuesta realizada por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos sobre los libros más influyentes para los norteamericanos consigue la segunda posición, detrás de La Biblia, La rebelión de Atlas, publicada en 1957 y escrita por Ayn Rand, teórica del individualismo a ultranza y la antisolidaridad, últimamente muy en boga en los ambientes reaccionarios.
Imagen «I Hate School» de DesignerKratos