«Son la aristocracia del barrio» Joan Manuel Serrat
Por Julio Rudman
El latín pasó de ser una lengua muerta a ser un idioma resurrecto. El Gerente General del Vaticano retrocedió varios casilleros históricos y la reimpuso en misa al poco tiempo de asumir el cargo por voto calificado de sus pares. Parafraseando a la Doctrina podríamos afirmar que el habla de los romanos «al tercer siglo resucitó». Los argentinos de a pie hemos tenido que hacer un curso acelerado de latín, en estos meses, gracias al culebrón jurídico y mediático que tiene a la Ley de Medios como rehén de las corporaciones. La mediática, precisamente, y la judicial. Per saltum, in limine, ut supra, verbi gratia, pro tempore, in pectore, pari passu, inter pares, ad honorem (se usa cada vez menos, es verdad) y otros versos virgilianos nos acechan detrás de cada resolución judicial. Tratar de explicar el entramado de atajos y laberintos procesales por los que transita el asunto debe ser más difícil que leer y entender a Lacan y al «Ulises», de Joyce, en ayunas. Pero, como ya tomé mi café con leche y comí una tortita mendocina, con queso untable y dulce de damasco caserito (materia prima del árbol de la casa de mi hija y producción artesanal de mi sabia compañera), haré el intento.
Supongamos que usted o, mejor, vos que estás leyendo esta catarsis indignada sos docente, médica traumatóloga, artesana, peluquera, marcadora de punta en el equipo de fútbol de tu barrio, verdulera, pianista, veterinaria, psicóloga, asistente social, creativa publicitaria, gerente de recursos humanos, poeta, escritora o periodista (por favor, en cada caso que corresponda póngale el género masculino. Gracias). Sigo. Decía, imaginemos que fuiste al almacén de la esquina (porque vos privilegiás tu relación con doña María, la almacenera de toda la vida, a los chorros del supermercado), compraste fiambre surtido para la cena de hoy y saltó el tema de Clarín y sus zancadillas. Ni vos ni María entienden cómo pasa lo que pasa. A lo mejor entienden por qué, pero no cómo.
Según el abogado y periodista Pablo Llonto la relación de amistad entre el presidente de los Supremos (casi pongo Los Soprano, en fin) y Clarín viene de lejos. Reproduzco textual los dichos de Llonto, emitidos en 2009: «El presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, es amigo de Ernestina. En 2007 hice una denuncia contra él y dos jueces más, porque la Corte tenía a examen, desde hace años, la causa Noble».
Y sigue Llonto: «Resulta que un día leo, con sorpresa en Clarín, que el señor Lorenzetti daba charlas en la Fundación Noble y participaba en las fiestas del aniversario del diario».
Concluye: «Aparecía en fotos con una copa alzada al lado de Noble, Magnetto y Aranda». (www.elmensajerodiario.com.ar)
Si a eso le agregamos que el 26 de abril de este año que fenece un fotógrafo pescó a Magnetto saliendo furtivamente del despacho de Ricardo, el calvo, (había sido parte de la delegación de la AEA, Asociación de Empresaria Argentina, que tertulió vaya uno saber de qué tema con él), me surge una pregunta un tanto ingenua, lo sé, pero la hago igual. ¿No debió excusarse, aunque sea con la excusa ética o fisológica de tener que ir al excusado?
Si se rasca un poquito nomás la superficie nos enteramos de que estos tipos y tipas viajan esponsoreados por las mismas empresas que luego son parte de los casos que ellos deben resolver. Y, favor con favor se paga, los resuelven con obediencia debida. Tienen sueldos que meten miedo, no pagan Impuesto a las Ganancias (los miembros del Ejecutivo y el Legislativo, sí), se juzgan entre ellos (no conozco que los médicos o los gasistas lo hagan. Ya ni los milicos), se ofenden mal si se los critica, practican el nepotismo con la misma naturalidad con que se cepillan los dientes. Son, como dice el catalán, «la aristocracia del barrio». Una aristocracia que, en muchos, demasiados casos, tiene su origen en las catacumbas de la dictadura genocida.
No todos, ya sé. Están los Rozanski, los Cañón, los Crous y los Báez y los Palermo(de acá, de Mendoza), jueces y fiscales que honran a la «señora de ojos vendados».
Como sea, es un papelón que ya hayan pasado más de tres años y no se pueda poner en vigencia plena una ley del Congreso Nacional. Conozco casos en que la definición judicial lleva más tiempo aun. Casos en que los herederos son muchos y los intereses encontrados. Sobre todo si el reparto es suculento. Propiedades, acciones, fortunas escondidas y otras historias de ricos y mafiosos. En este intríngulis hay también mucho que ocultar. Y si no, pregúntenle a Guadalupe Noble.
La propuesta de la diputada Diana Conti para que los magistrados sean elegidos por voto popular es, a la vez, atractiva y peligrosa. Lo primero, por definición democrática. Lo segundo, porque se pueden colar personajes como Burlando (portador de un apellido un tanto molesto para los litigantes. No sabrían si tomarlo en serio o no) o Luis Juez (¿cómo llamarlo?, ¿juez Juez? Usía rechazaría la denominación por redundante).
Lo cierto es que, más allá del mal chiste, algo hay que hacer con esta aristocracia nauseabunda, críptica y alejada de la sociedad. No sé qué, pero algo y urgente porque «a mí ya no me arreglan con otra aspirina», como escribió Armando Tejada Gómez, el compadre, en «Peatón, diga no».