Por Erika Rosete
En un auditorio repleto de estudiantes, autoridades, cámaras de televisión y flashes que reconocía desde donde se ubicaba preparándose para entrar, el candidato anunció su llegada caminando con leve disimulo.
Adentro, se estremecía el suelo y temblaban los muros. Las consignas del público se hacían presentes en una sintonía más bien alarmante. Entre aplausos y abucheos que venían por todos los rincones del auditorio de la Universidad Iberoamericana en la ciudad de México, Enrique Peña Nieto, el candidato cuidadosamente propuesto por el partido Revolucionario Institucional, hacía el desfile tradicional por la alfombra roja que le llevaría al estrado de aquel recinto.
Una vez ubicado empezó la travesía de plantarse y tratar de convencer de su campaña y propuestas a aquellos que le miraban con disgusto desde las sillas dentro del auditorio y fuera, en la sala que se había improvisado ante la sobre ocupación del lugar.
La gente en México lo reconocía fácilmente. Dueño de un físico atrayente para muchas mujeres, y flamante esposo de una de las actrices de telenovela más famosas del momento, Peña Nieto parecía más y desde siempre, un producto bien trabajado de la mercadotecnia, que un aspirante a presidente del país. Aunque claro está, en la historia de los presidentes de México, parecería que cualquiera podría ostentar el cargo sin mayores complicaciones. El punto clave en todo caso, era saber vender su propia imagen a la opinión pública como un excelente modelo de consumo que nos mantendría felices durante un sexenio.
Al mismo tiempo, se ventilaba un contrato millonario en el que se inculpaba a la empresa Televisa y al Gobierno del Estado de México, en haber tenido mutuo acuerdo desde cinco años antes de la candidatura para que Peña fuera puesto bajo los reflectores de la televisión y de esa manera su figura resultara mucho más “familiar” y atrayente para la gente que votaría en los comicios de 2012.
Lo que siguió después de ese encuentro en la Universidad Iberoamericana ha sido una travesía llena de contradicciones, de motivaciones pasajeras, de desencantamiento total, y un sinfín de actos públicos encaminados a tratar de justificar lo mal que habla y la falta de capacidad argumentativa del candidato, ahora, triste y horrorosamente, proclamado presidente electo.
Empieza como un sentimiento extraño, un intento por salir de pronto de la realidad que nos rebasa. Algunos, tal vez muchos, miles no nos sentimos conformes con lo que nos dicen, con lo que generamos cuando decimos lo que pensamos, pero la edad significa poca alerta para los adultos, entonces no les preocupa; nos miran indiferentes, el descontento pronto se nos pasará y quien sabe, con suerte, en un par de años o quizá hasta meses, nos olvidemos del tema y aprenderemos a ser “como se debe ser”.
Más adelante, en una edad en donde se nos considera más o menos conscientes y si la actitud contestataria se nos sigue notando, un pequeño atisbo de alerta se genera en las personas que nos rodean, prestan, en esta etapa más atención, más por lo que podría significar en nuestras vidas de adolescentes que en lo que implique para nuestra formación.
Después el asunto comienza a considerarse “serio” incluso las miradas de la gente que nos rodean van implícitamente cargadas y acompañadas de un fácil y rápido juicio hacia nuestra persona. Intuyen cuando sentimos las feroces ganas de levantar la voz, y si nos reconocen lo suficiente lanzan ese lenguaje corporal y visual que nos invita a no causar problemas con algún comentario “poco prudente”.
Esta es una de las etapas definitivas para delimitar nuestro camino a recorrer. Nos hacemos cada vez más visibles (y al mismo tiempo invisibles) en la sociedad del país. Porque nos convertimos en estudiantes universitarios o en mano de obra barata.
Somos parte de la cifra que no aparece en los discursos oficiales de los políticos donde somos re clasificados en dos vertientes… o no trabajamos o no estudiamos: ninis y el panorama de la vida se va reduciendo hasta el momento en el tenemos qué elegir entre un trabajo bien remunerado, con prestaciones de ley, con seguro (?) social y demás requerimientos de una vida moralmente adecuada para sobrevivir, o elegir entre lo que significa para cada uno la búsqueda o el principio de esta a través de lo que nos apasiona o nos motiva y en lo que nos hemos sentido preparados para hacer por el resto de nuestra vidas.
La complicación de la existencia del joven promedio en México se basa primordialmente en la falta de oportunidades, en la batalla cotidiana que tiene que librar para poder sobrevivir en el ambiente hostil, presa de su historia y víctima de su ignorancia.
El joven mexicano de hoy, creció con la conformidad-inconformidad de un legado de un único partido que gobernó y manipuló el sistema institucional y “democrático” hasta puntos descarados.
El joven mexicano de hoy, manifiesta una ambivalencia por el mundo que le rodea. A veces siente esa fuerte motivación de cambiar el mundo, y a veces simplemente se aleja de toda realidad que le recuerde que siempre se puede estar peor.
El punto de quiebre entre esa utopía generadora de sueños y oportunidades y esa avasalladora realidad, se da también cuando tiene que enfrentarse a sus posibilidades, y sea de la manera que sea, ha elegido someter su ideología, sus sueños, sus esperanzas y su individualidad así como su espíritu colectivo ante una forma de ver el mundo tal y cual siempre le dijeron que se tenía que alinear.
Por eso cuando un joven mexicano dice lo que piensa, en las aulas o en una feria del libro, en una conferencia o en la mesa de la casa, en presentaciones de políticos, en actos populares, en el metro, en el camión, en un papel fuera de la universidad, en una canción de rap, no se debería por ningún motivo violentar la causa de su actuar ni coartarle el derecho legítimo que tiene, ya no de expresarse, si no de soñar y atreverse a hacer escuchar su voz en un país donde cada día dicho acto resulta un verdadero peligro y causa temor.
El panorama actual en México es verdaderamente desesperanzador. El movimiento Yo soy 132 emanado directamente de la intervención que tiene Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana en mayo de 2012 fue uno de los episodios en la historia de nuestro país que alertó las conciencias de la gente y de los políticos en turno, quienes con su actitud retrógrada y como siempre, descalificadora, publicitaron el ahora famoso video de los estudiantes de la Ibero.
Mucho se ha hablado de la manera en la que el movimiento cobró fuerza y de la forma en que tuvo su origen motivado directamente por las declaraciones del vocero del Partido Verde y algunos miembros del Partido Revolucionario, quienes afirmaron en declaraciones públicas que las personas que abucheaban a Enrique Peña Nieto y que traían consigo pancartas alusivas al caso Atenco o que culpaban al candidato de “asesino y mentiroso” , “ni si quiera podrían ser llamados estudiantes” e incluso dijeron que eran militantes y allegados al candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD) Andrés Manuel López Obrador.
La desilusión, descontento y rabia que dichas declaraciones causaron, provocó la aparición del video en donde 131 estudiantes muestran sus credenciales de la universidad afirmando y defendiendo que no son porros, ni acarreados y que son Estudiantes Universitarios, dispuestos a hacer valer su derecho de réplica.
El movimiento despega como “yo soy 132” al declarar que cualquier ciudadano en este país era también el número siguiente al 13, que defendió su derecho de réplica y que manifestaba sin miedo su descontento total por el candidato y la forma en la que los medios de comunicación al servicio del mismo grupo poderoso al cual Peña pertenece, mostraban descaradamente la información.
Sin embargo, el movimiento tuvo distintas etapas que, desde provincia son fácilmente reconocibles y lejanos en cuanto a participación inclusiva.
Como en muchas partes del mundo, la centralización de la población en grandes urbes donde se concentran los medios masivos de comunicación de las grandes empresas y las mejores instituciones de enseñanza pública representa un problema complejo el cual impide que todos los estudiantes del país estén ya no solo incluidos, sino enterados de lo que sucede y de lo que se representa así mismo como un “movimiento nacional”.
“Yo Soy 132” siguió su cauce e inició aunque fuerte, temeroso de identificarse así mismo con la violencia con la que fue originado. Violencia que no debe entenderse en el sentido estricto de expresar actitudes agresivas, sino en el entendido de la fuerza y la rabia que motivaría los grandes cambios que requería nuestro país. Y como primer objetivo, detener o frenar el impacto que la televisión surtía sobre gran parte de la población México para que el candidato en cuestión tuviera una gran aceptación desde su candidatura y hasta ser proclamado al fin, presidente de la nación.
El miedo de nombrarnos a nosotros mismos partidarios de un sueño, de una ideología de una forma específica de pensar.
El creciente miedo por ser descalificados, por las divisiones, por no generar más desacuerdos en un país sumido en la violencia diaria, en la corrupción descarada, en la falta de recursos económicos los cuales permitan proveer de lo necesario a su población, en un contexto altamente agresivo donde matan a mujeres sólo por el hecho de ser mujeres, en este país donde no se puede decir nada si temer por la vida propia, en el país secuestrado por las grandes corporaciones, el país de Slim, de Azcárraga de los Salinas Pliego, el país de los fraudes electorales, de los asesinados y colgados en los puentes; ese miedo comenzaba a generar una aparente posición de “neutralidad” ante la devastadora realidad con la que día a día nos seguimos despertando los mexicanos.
El miedo nos llevó a tomar precauciones innecesarias sobre cómo posicionarnos al respecto de lo que pasaba, no habría que ser demasiado violentos, no habría qué alinearse a ningún partido, no habría que defender la cuestión ideológica individual por ese miedo a ser señalados y a que la poca fuerza que se iba acumulando, quedara en la nulidad total, pero tampoco hubo acuerdos que incluyeran todas las variedades de pensamientos que se reunían en tan renovadas protestas.
Nos ganó el miedo y la realidad una vez más nos rebasó.
En un principio se tuvo el cuidado de decir que el movimiento era anti Peña Nieto. El incesante acoso de los medios de comunicación alineados y auspiciados por los empresarios más ricos y en pleno acuerdo con las autoridades del país minó las ganas y esperanzas de lo jóvenes que seguían marchando por las calles de las ciudades de todo el territorio mexicano.
No perdonaron a ningún líder estudiantil y se lanzaban en contra cada uno de ellos increpándolos con su nuevo estilo de hacer “periodismo”, disfrazados de periodistas “serios” “comprometidos” y ridículamente “objetivos” para después verlos debatir en programas nocturnos autoproclamándose la panacea de la sociedad mexicana al llevar a cabo esa gran labor que era comunicar “la verdad” a la gente que veía aún dudosa el movimiento estudiantil.
Pocos o casi nulos fueron los programas televisivos que transmitieron la parte del video de la Universidad Iberoamericana en el cual los estudiantes gritaban “asesino” y “mentiroso” al candidato presidencial. Pocos o casi nulos fueron los medios cuyo tema primordial de la nota fue el descontento que generó su presencia en el auditorio universitario y sólo parte del 20% de la población mexicana que cuenta con acceso a internet, pudo conocer el panorama completo de lo que sucedió esa tarde de viernes en la capital del país.
Se realizaron juntas y asambleas para definir el rumbo del movimiento, como si fuera estrictamente necesario tener un “rumbo” y no sólo acordar que estaban unidos por una causa común: el descontento generado por la imposición de una figura pre fabricada como candidato y el profundo rechazo a lo que se estaba haciendo en cuestión de medios de comunicación y su manejo de la realidad o más bien, de la no realidad mexicana.
Se consideraron primero las diferencias de las distintas vertientes que convergían en el movimiento y se dieron los primeros pasos hacia delante.
Después se les señaló (desde la tribuna de los omnipresentes y todo poderosos medios de comunicación) de ser un movimiento que “descalificaba” a un candidato… y posteriormente los “acusaron” de ser allegados y simpatizantes del candidato por el partido de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador.
Entonces comenzaron a surgir las divisiones al interior del movimiento. Y una de las cosas que se hizo en la asamblea general realizada el día 30 de mayo del 2012 en la Ciudad Universitaria de la UNAM, fue acordar que el movimiento se declararía “anti Peña Nieto”. Sorprendentemente la decisión no incluía al movimiento a escala nacional.
Así mismo, cada fracción tomaba sus respectivas posturas declarándolas en pliegos, comunicados y actas.
El movimiento parecía fragmentado por donde quiera que se le viera.
No hay país sin realidades convergentes
Y entonces era malo de un día a otro proclamar la posición ideológica de cada individuo. Eran señalados los que se decían perredistas, eran señalados los que se expresaban abiertamente inconformes con la candidatura de Peña Nieto, así mismo parecía que todo aquel que no se manifestara de forma “pacífica” y acorde con lo previamente establecido, estaba entonces violentando y transgrediendo el ambiente que intentaba prevalecer entorno al movimiento estudiantil.
No es posible crear conciencia desde las formas “políticamente correctas” que son modelos impuestos y mostrados por los políticos y las clases gobernantes a quienes nosotros mismos criticamos.
¿Qué nos queda después de un sexenio como el de Felipe Calderón?
Nos quedan más, muchos más de 60 mil dolorosos muertos víctimas de esta guerra contra el narcotráfico, nos queda la completa desaparición de nuestra seguridad social, nuestra calidad de vida; nos quedan los mismo medios de comunicación que avalaron el fraude electoral del 2006 y los mismos que ocultaron la quema de boletas y demás actos criminales en las actuales elecciones que le dieron el triunfo al candidato de la Televisión: Enrique Peña Nieto.
Nos queda no ser pacíficos, no ser objetivos. No perder la memoria no olvidar, no dejar de sentirnos enojados y no dejar que ese enojo se quede en un sólo sentimiento frustrado el cual ha atacado a las conciencias de las generaciones que llegaron antes de nosotros.
Debe existir la plena libertad de proclamarse (si es así la ideología individual y las motivaciones personales de los jóvenes mexicanos) abiertamente y con la plena seguridad de que serán respetados todos los distintos planteamientos ideológicos y personales.
Que se sienta libre aquél joven anarquista que sale a la calle a gritar consignas en contra de un candidato que le engaña, le traiciona y le subestima. Que sea libre de decirse así mismo Perredista, aquél o aquella joven que milite abiertamente en el partido y que se sienta plenamente identificado con los motivos esenciales de la movilización social. Que se sientan seguros y libres de decirse panistas o comunistas, o socialistas, aquellos jóvenes que así se hayan formado. Pero que reconozcan al final que somos parte de un colectivo que se indigna por las mismas cosas, que no se deja amedrentar por el manejo inescrupuloso que los medios de comunicación masiva en México hacen con la vida de este país.
No es momento de alinearse de forma neutral.
Porque el pueblo mexicano ha sido víctima de personas que no han sido ni pacíficas ni mucho menos neutrales.
Ellos, los políticos, empresarios, personas implicadas en las grandes coyunturas del país, en las grandes tragedias y las grandes desilusiones, no fueron pacíficas ni en Acteal ni en Atenco donde se violaron los derechos humanos de los ciudadanos y donde al mismo tiempo los medios de comunicación criminalizaban a las mujeres violadas por la policía estatal en Atenco o a los campesinos de Acteal.
Ellos, no fueron pacíficos ni neutrales durante las matanzas de campesinos en el sureste del país, no fueron pacíficos cuando pactaron con el narco tráfico dejando en medio del campo de batalla a las comunidades mexicanas más desprotegidas y vulnerables.
No fueron pacíficos ni mucho menos neutrales cuando pidieron al gobierno de los Estados Unidos la inmunidad del ex presidente Ernesto Zedillo ante su responsabilidad por el caso Acteal.
Ese gobierno, que corrompe y viola, el gobierno que mediante una especie o intento de democracia alinea a los candidatos más nefastos y ambiciosos del ámbito político, nunca jamás ha sido neutral ni benevolente ni mucho menos pacífico a la hora de hacer valer lo que ellos consideran “el mandato público”.
Me quedo con la imagen de Enrique Peña Nieto buscando desesperado el baño o la salida de aquél recinto universitario. Me quedo y guardo para la posteridad el momento en el que él mismo se responsabiliza de menara “personal” por los acontecimientos suscitados en mayo del 2006 cuando campesinos e indígenas fueron golpeados y sus mujeres violadas sólo por ejercer el libre derecho de defensa, de manifestación. Me quedo con esa imagen donde asume la responsabilidad de sus actos criminales.
El punto en el que ahora nos encontramos, he decir con mucho dolor, que es un punto sin retorno. En el que la situación no da para más.
Nuestra falta de sensibilidad ante las decenas de asesinatos diarios en el país, ante la brutalidad y la violencia con la que son sometidos; la falta de justicia, el incremento de los asesinatos a mujeres ya no sólo en el norte del país, sino en regiones antes declaradas como las más seguras; nuestra ceguera permanente frente a los millones de niños que viven en la calle, desprotegidos, en medio de la droga y la prostitución infantil. Nuestro silencio ensordecedor después de contar el número de periodistas muertos y desaparecidos muchos de ellos asesinados junto con sus familias; esta capacidad devoradora de terminar con los recursos naturales de los que dependemos la población mundial; el acoso permanente de los medios de comunicación a los que dejamos el cuidado de los hijos, la diversión y entretenimiento de la familia, el envenenamiento de nuestras almas; el estado cotidiano de confort total, la corrupción descarada de la que somos parte activa; la permanente queja sin llegar a la acción.
Esta indiferencia que es el peor mal que cualquier sociedad del mundo pueda cargar sobre sus hombros es la benefactora del sistema actual que le permite respirar y valerse de cada uno como si fuéramos títeres, encerrados en burbujas pasajeras que no guardan ningún sentido.
El último mes de este año, se consumará uno de los periodos más oscuros en la historia del país y dará inicio con otro más cuya esperanza ha quedado totalmente aniquilada. Y yo ruego vehementemente que la imagen de nuestro ahora “presidente electo” escondido en los baños de una universidad, me mantenga en pie de lucha para seguir creyendo que aún, después de todo lo terrible que sucede frente a mis ojos y a mis espaldas se pueda hacer algo. Se pueda intentar cambiar el mundo. Agrupados con pancartas en las manos. Reconociendo nuestras diferencias pero luchando por causas comunes que alimenten esta rabia inmensa por defender lo que por derecho humano es nuestro: el derecho de vivir en paz y sabiéndonos seguros y orgullosos de lo que a lo largo de la historia hemos construido.
Así pienso. Y no quiero dar un paso atrás.
No te salves.