Por Juan Emilio Drault
¿Cierto que cuándo pensamos en gente incorruptible se nos viene a la mente gente con grandes valores, fuertes principios y una intachable reputación? ¿Lo que se definiría como “gente de bien”?
Pero para ser incorruptible hay que ser muy coherente. Se debe pensar, sentir y actuar en una misma dirección. Esa dirección está marcada por principios, valores y aspiraciones.
En caso de lograrlo se habrá podido salvaguardar los pricipios y valores que se defienden sostenidamente. Digo sostenidamente porque también me viene a la cabeza la lúdica frase de Groucho Marx que decía “Estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros”.
Pero entonces, por simple lógica, para que la corrupción avance en una persona deben haber principios, valores y aspiraciones para corromper.
¿Pero qué pasa con quién no tiene valores, ni principios ni mayores aspiraciones que el beneficio propio?
El mundo de los negocios, de la política, está cada vez más llena de este perfil de personas. Los que yo llamo los nuevos incorruptibles.
Y son literalmente incorruptibles porque no tienen NADA para corromper. Se mueven por ahí sin principios, sin valores, sin ningún tipo de responsabilidad social, sin otra aspiración que la de sacar la más grande tajada de negocios de cualquier tipo aun a costa de la muerte y el empobrecimiento de los demás.
Estos nuevos incorruptibles son además gente que muchas veces goza de gran exposición pública, generando a su vez una referencia para grandes cantidades de personas que los ven como los nuevos ganadores, que han logrado encumbrarse en la cúspide social gracias a esa incorruptibilidad, a ese “hacer lo que se les de la gana”.
Y entonces la corrosión interna comienza en muchos. La duda aparece como una pequeña mancha de óxido interno. El desgaste psicológico producto de un sistema económico que violenta mañana, tarde y noche, extiende esa mancha. Y la fragmentación y desestructuración del mundo impacta como una ola rompiendo las últimas barreras que cuidan la playa de la coherencia. De ahí en más solo resta que la temible agua salada corrompa las 24 horas lo que quede. La nueva incorruptibilidad se vive casi como una liberación, la contradicción interna desaparece, el diálogo entre el bien y el mal se acalla, y como en una parodia del tema de Juan Manuel Serrat, se podría decir “malaventurados los que están en el fondo del pozo (interno), porque de allí en adelante solo resta ir empeorando”.Y todo el potencial se concentra en una nueva forma de coherencia. Coherencia del mal. Donde se piensa, se siente y se hace contra la corriente de lo que nace en forma pura y bienintencionada.
Quien tome esta corriente disfrutará la adrenalina de los rápidos, los paisajes del camino, pero un ruido interno le recordará constantemente que ese río no lleva a nada bueno. El tiempo pasará y el ruido se va a ir incrementando, y no se entenderá bien por qué, pero se lo intentará silenciar con pastillas, drogas y distracciones… pero ese ruido es el más inevitable de los ruidos, es el ruido del abismo, es la catarata al final del camino. La fuerza es tremenda, y muy pocos tendrán la energía y claridad suficientes para saltar e intentar nadar hacia la orilla buscando una nueva oportunidad de volver río arriba y elegir mejor, reparando los daños donde se pueda.
Los nuevos incorruptibles son al mismo tiempo los nuevos inadaptados. Aún cuando parezca que están enormemente adaptados al nuevo mundo del capitalismo salvaje, lo cierto es que están enormemente inadaptados para sentir a los demás, para sentir lo que nace, para sentir dónde están las más valiosas oportunidades de crecimiento interno. Son así como una especie en extinsión que cual dinosaurios feroces matarán y producirán sufrimiento pero están condenados a desaparecer por sus incapacidades de adaptación a un mundo nuevo y superador. A menos que en una profunda crisis logren reunir fuerzas para tomar el camino más largo y dificultoso que les permita volver al punto de partida y de allí comenzar una nueva construcción de bases internas más sólidas.
En un mundo que se desestructura es dificil mantener la estructura interna intacta. Sin duda a diario nos encontramos con pruebas donde ganamos y perdemos. Pero lo realmente importante es no perder la intención y la aspiración movilizadora. Hay principios y valores que se van a ver comprometidos, o entrarán en crisis ante acontecimientos y accidentes. Pero la intención y la aspiración son como esas dos estrellas que una vez despejadas las nubes seguirán ahí para orientarnos y darnos energía, reencontrando el camino.
No hay que tener miedo a ponerlos a prueba, porque la utilidad, la fortaleza, o la validez de esos principios y valores sólo pueden medirse cuando se los compromete en la práctica.
Tampoco hay que tener miedo a acercarse a los nuevos incorruptibles, porque también son personas que merecen nuestra empatía para intentar transmitirles mejores opciones que hoy no son capaces de ver. Quienes trabajamos para mantener nuestra coherencia interna para el bien, para la mejor evolución, funcionaremos siempre como decía el amigo Ramón Pascual Soler, como ordenadores humanos. En un mundo que se desordena, hay quienes tenemos una determinada capacidad de ordenar lo externo porque estamos ordenados internamente. Trabajamos por años en ese orden interno para luego llevarlo al mundo. Allí es donde ese gran trabajo cobra su mayor y mejor sentido.
Llamar a la reflexión es un ejercicio de agitación interna de quienes están en un letargo de desconexión con lo más esencial de la vida.
Llamar a la unión, al trabajo mancomunado, al trabajo solidario, es la cohesión que requiere todo cuerpo viviente para reconstruir sus tejidos, para sanar sus heridas. Es la cohesión que como ordenadores también debemos lograr.
Agitar/ despertar, cohesionar / unir, ordenar.
Pero uno de los más grandes desafíos es lograr despertar el liderazgo sobre la propia vida en cada uno, para que logremos avanzar y crecer sin dependencias de un liderazgo externo. Sí con personas amadas, sí con personas de confianza, sí con personas de las cuales tomar experiencias y aprendizajes. Pero no con personas que se nos hacen indispensables y sin las cuales no podríamos avanzar. Porque si eso hiciéramos sólo estaríamos atrapando, enlenteciendo e impidiendo su tarea, mientras nos condicionamos y generamos una nueva excusa para no avanzar.