Análisis de Farideh Farhi *
Mientras las autoridades de Irán se preparan para las negociaciones con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania (P5+1) sobre su programa nuclear, el debate interno va más allá: ¿será útil dialogar o incluso relacionarse con Estados Unidos?
Históricamente, hablar en público sobre las relaciones con Estados Unidos ha sido tabú en Irán. Siempre hubo quienes aceptaron la idea, pero eran reprobados, ignorados o rápidamente silenciados.
El debate actual es diferente, tanto por su amplitud como por la clara ubicación de ambas partes sobre el tema.
Por un lado están los exponentes de la línea dura, que continúan promocionando el valor de la «economía de la resistencia» –término acuñado por el líder supremo Ali Jamenei– para responder a las sanciones internacionales conducidas por Estados Unidos.
Por el otro, cada vez más figuras de todo el espectro político, incluso algunas conservadoras, reclaman conversaciones bilaterales.
La idea de negociar directamente con Estados unidos fue planteada en la última primavera boreal por Akbar Hashemi Rafsanyani, expresidente de Irán (1989-1997) y actual presidente del Consejo de Conveniencia, en un par de entrevistas.
Irán «puede ahora negociar plenamente con Estados Unidos en base a condiciones igualitarias y al respeto mutuo», insistió Rafsanyani.
La actual obsesión con el programa nuclear de Irán no es el principal problema de Estados Unidos, argumentó, retrucando a quienes «piensan que los conflictos de Irán (con Occidente) se solucionarán echándose atrás en la cuestión nuclear».
El expresidente sostuvo asimismo que la situación de «no hablar y no tener relaciones con Estados Unidos no es sostenible… El sentido de las conversaciones no es que capitular ante ellos. Si aceptan nuestra posición o nosotros aceptamos la suya, ya está».
Estados Unidos e Irán no tienen relaciones diplomáticas desde la Revolución Islámica de 1979. El conflicto ha sido principalmente frío, pero la amenaza de una guerra se agravó este año tras una campaña de presión del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, basada en el presunto fin armamentista del programa nuclear de Teherán.
Pero Rafsanyani ya no es una voz solitaria a favor de conversaciones directas. De hecho, mientras cobra bríos el debate, él se mantiene en un silencio relativo.
La semana pasada, por ejemplo, cientos de personas llenaron un auditorio universitario en la pequeña capital provincial de Yasuj para escuchar un debate entre dos exmiembros del parlamento sobre si dialogar con Washington es una oportunidad o una amenaza.
Mostafa Kavakabian, académico y político reformista, alegó que, más allá de las sanciones el Irán islámico, «el asunto de la energía nuclear, las múltiples resoluciones (contra el país) en organizaciones (internacionales), las violaciones a los derechos humanos desde el punto de vista de Occidente, la cuestión de Israel y el terrorismo internacional, son resultado de la falta de una relación lógica… con Estados Unidos».
En la vereda de enfrente, el parlamentario Sattar Hedayatkhah sostuvo que «las relaciones con Estados Unidos en las actuales condiciones significan retractarse de 34 años de resistencia contra sanciones de la arrogancia mundial».
En las últimas semanas, la posición de línea dura fue articulada por personajes como el jefe de la milicia Basij, Mohammadreza Naqdi, quien alega que las sanciones eran un medio para liberar el «potencial latente» de Irán.
También el representante del Jamanei en el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán, el clérigo Ali Saeedi, alegó que las propuestas de Washington de conversaciones directas eran una estratagema para convencer a Teherán de «capitular de su programa nuclear».
En medio de este debate se encuentra Jamenei, quien tomará la decisión final.
En los últimos dos años, él ha expresado claramente su desconfianza sobre las intenciones del gobierno de Barack Obama. Y desde las fallidas negociaciones de octubre de 2009 para sacar el uranio enriquecido de Irán – cuando el representante iraní Saeed Jalili se reunió con el subsecretario de Estado (vicecanciller) estadounidense William Burns en el marco del encuentro P5+1–, no ha permitido un solo contacto bilateral de alto nivel.
Sin embargo, la perspectiva de que pueda cambiar de opinión fue suficiente para que se publicara un duro artículo editorial en el diario Kayhan, advirtiendo de una «conspiración» de «revolucionarios trasnochados» para forzar al líder «a beber del cáliz venenoso de la retractación, abandonar sus posiciones revolucionarias y hablar con Estados Unidos».
El artículo alega que «al exponer análisis erróneos y relacionar todos los problemas del país con las sanciones externas, (los trasnochados) quieren inflamar la atmósfera social y agitar sentimientos públicos, para que el exaltado líder se vea obligado a ceder a sus demandas a fin de proteger los intereses del país y las ganancias de la revolución».
La imagen del veneno alude al famoso discurso del padre de la Revolución Islámica, el ayatolá Ruhollah Jomeini, cuando aceptó a regañadientes el cese del fuego con Iraq en 1988 y se refirió a él como un cáliz venenoso del cual debía beber.
Los representantes de la línea dura siguen creyendo que fueron los líderes moderados de entonces, como Rafsanyani, quienes convencieron a Jomeini de tomar ese veneno, omitiendo convenientemente el hecho de que Jamenei estaba en aquel tiempo muy alineado con Rafsanyani. Esta vez, los sospechosos son «revolucionarios transochados» que todavía operan dentro del sistema.
Los duros se encuentran sin embargo en apuros. Tras elevar el papel de Jamenei al grado de un líder que todo lo sabe, similar a un imán, tienen pocas opciones más allá de guardar silencio y someterse a su liderazgo si él se decide a favor de las conversaciones directas.
De allí su intento de exponer todo esfuerzo de diálogo como una derrota o como una píldora amarga e innecesaria.
En este contexto, la decisión de Jamenei solo puede considerarse una gran interrogante. No está del todo claro si terminará accediendo al diálogo, y de hecho es bastante improbable, a menos que la posición de Washington sobre el programa nuclear iraní se aclare públicamente para permitir un acuerdo negociado aceptable.
En otras palabras, aunque Jamenei pueda terminar aprobando las conversaciones directas, el camino hacia esa posición implica algún tipo de acuerdo en la pulseada nuclear –aunque sea limitado– en el marco del P5+1, y no al revés.
La realidad es que las presiones de Estados Unidos sobre Irán han ayudado a crear un ambiente en el que muchos exigen un cambio de dirección estratégico, aunque sea gradual, en la política exterior iraní relativa a la «cuestión estadounidense».
Pero este reclamo de viraje solo puede volverse dominante si hay garantías de que en Estados Unidos están en ciernes cambios correspondientes, aunque sean graduales, sobre la «cuestión iraní».
* Farideh Farhi escribe en el blog de Jim Lobe lobelog