Análisis de Mel Frykberg
Egipto afronta su peor crisis política desde que la revolución de enero de 2011 derrocó al dictador Hosni Mubarak. Y ya hay voces advirtiendo el peligro de una guerra civil.
Al contrario que en la rebelión contra el régimen de Mubarak (1981-2011), la oposición al actual gobierno está duramente dividida entre sectores islamistas y secularistas.
La incapacidad de la gobernante Hermandad Musulmana y de sus aliados islamistas para hallar puntos de acuerdo con los críticos del presidente Mohammad Morsi se agrava por las profundas divisiones que muestra el campo opositor en la formulación de una estrategia.
Otro factor clave es la incertidumbre sobre el papel que van a jugar las Fuerzas Armadas en los próximos acontecimientos políticos.
«Egipto se encuentra ante una prolongada batalla política. La situación es insostenible. Parece que nos dirigimos a una guerra civil. El comodín de la baraja es el ejército, y no se sabe de qué lado se pondrá», dijo a IPS el analista de política nacional e internacional Gamal Nkrumah, editor del periódico Al-Ahram Weekly.
Semanas de protestas violentas, que estallaron con el decreto del 22 de noviembre en el que Morsi se atribuía amplios poderes sin fiscalización del Poder Judicial, obligaron al mandatario a volver sobre sus pasos y derogarlo.
Sin embargo, un nuevo decreto asegurará la vigencia de los amplios poderes presidenciales con mínima supervisión judicial.
Y la decisión de Morsi de acelerar el referéndum para aprobar un texto constitucional de corte islamista para este sábado 15 enfureció aún más a la oposición, pues el proceso incluyó muy pocas consultas a las minorías religiosas, como los cristianos coptos, a las mujeres y a los partidos liberales.
«Cuatro de los consejeros no islamistas de Morsi renunciaron tras fracasar en su intento de persuadirlo de que fuera más amplio en el proceso constitucional. Llegaron a suspender sus renuncias durante una semana; pero cuando el presidente no dio señales de retractarse, se retiraron», dijo Nkrumah.
Las sangrientas refriegas callejeras entre seguidores de la Hermandad y activistas rebeldes causaron al menos siete muertos, mientras hay cientos de heridos y de detenidos. Pese al despliegue de tanques y efectivos, la sede de la Presidencia fue asediada por manifestantes el pasado fin de semana.
Y otras seis personas murieron la semana anterior.
En esas noches de agresiones y escaramuzas, periodistas y personal de salud fueron blancos de ataques. Un médico murió y un periodista quedó con secuelas de daño cerebral grave.
Se puso en cuestión el papel del ejército, pues hubo reportes de soldados combatiendo codo a codo con activistas de la Hermandad, mientras otros uniformados expresaban simpatía y alentaban a los revolucionarios.
Por ahora, las Fuerzas Armadas se mantienen oficialmente al margen. Pero el sábado 8 divulgaron un comunicado advirtiendo que entrarían en acción si los sectores enfrentados no logran resolver sus diferencias mediante el diálogo.
«Cualquier otra cosa que no sea el diálogo nos empujará a un oscuro túnel con desastrosas consecuencias. La nación entera pagará, pero eso no vamos a permitirlo», decía el texto.
«La gran pregunta es de qué lado va a caer el dado militar», advirtió Nkrumah, hijo del expresidente de Ghana, Kwame Nkrumah, y de una egipcia copta.
«La oficialidad de alto rango siempre se puso del lado de Mubarak. Pero no se sabe dónde están las lealtades de otros oficiales medios y qué tanto han sido infiltradas sus filas por la Hermandad. Es probable que muchos soldados pobres y poco educados sean sus simpatizantes», agregó el analista.
Otro elemento de la ecuación es la influyente judicatura y hacia dónde inclinará su peso. Las señales hasta ahora muestran hostilidad al gobierno de Morsi.
«También la tradición exhibía un Poder Judicial con muchos seguidores de Mubarak. Pero, tal como los militares, las dos instituciones han sido penetradas por la Hermandad, y las dos partes en conflicto tienen sus simpatizantes», dijo Nkrumah.
Lo que parece claro es que ni la Hermandad ni sus oponentes están preparados para negociar.
«La Hermandad está consolidando su poder en el terreno con los salafistas (seguidores de un movimiento islámico sunita que impulsa el regreso a los orígenes del Islam). Ellos creen que Dios está de su lado y están peleando por su supervivencia y por una amplia implementación de la shariá (ley islámica)», describió el analista.
Los partidos laicos, al contrario que los islamistas, cuentan con un respaldo electoral menor, no tienen un mensaje atractivo para el pueblo y carecen de estructuras para llegar a toda la sociedad.
«Siempre fueron débiles y estuvieron divididos. Hay que ver si son capaces de hacer a un lado sus diferencias, construir unidad y trazar un camino hacia delante», juzgó Nkrumah.
«El callejón sin salida es la consecuencia inevitable de una lucha de poder entre dos fuerzas políticas que no tienen incentivos para competir en la misma arena y sobre la base de reglas de juego aceptadas», dijo Marina Ottaway, investigadora asociada del Carnegie Endowment for International Peace, un centro de estudios estadounidense.
«Una parte (la Hermandad) lucha a través del voto, y la otra (la elite pro Mubarak) en los estrados judiciales, y ambas apelan a la calle, salteándose el proceso político formal», sostuvo Ottaway en un artículo escrito a fines de noviembre.
«La confrontación toma cada vez más el carácter de una tragedia griega, con Egipto rumbo al autoritarismo sin importar qué sector triunfe. La única pregunta es si la tiranía será de la mayoría islamista o de la minoría secularista», describió.
«De una u otra forma, las perspectivas de un desenlace democrático son pocas, casi inexistentes a corto plazo y cuestionables a mediano, mientras el futuro de más largo aliento se ve muy lejano para predicciones azarosas».