Por Kim-Jenna Jurriaans
El ingeniero industrial jubilado Yastel Yamada tiene 73 años. Este japonés, junto con otros 700 coetáneos, está ansioso por trabajar como voluntario en la limpieza de la central nuclear de Fukushima Daiichi, para librar a los más jóvenes de los efectos de la radiación extrema.
Esa planta de energía, ubicada en el nororiente de Japón, fue dañada por un poderoso terremoto y posterior tsunami el 11 de marzo de 2011.
Yamada y su ejército de samaritanos de la radiación son algunos de los cada vez más grupos de la sociedad civil en todo Japón que adoptan medidas para informar al público sobre los peligros de la radiación, promoviendo una respuesta gubernamental más fuerte al mayor desastre nuclear ocurrido desde el estallido de la central ucraniana de Chernobyl, en 1986.
«Para cuando hayamos desarrollado cáncer, ya estaremos muertos en cualquier caso», dijo Yamada a IPS, tras una gira por Estados Unidos para promover los esfuerzos de su organización, llamada Cuerpo de Veteranos Calificados para Fukushima, por acceder al sitio, que hasta ahora han sido infructuosos.
Uno de los objetivos de su agrupación es generar presión política internacional para obligar al gobierno japonés a hacerse cargo del desastre y dar participación a expertos mundiales en el proceso de recuperación de la planta que, se estima, insumirá 20 años de limpieza y 40 de controles.
«Chernobyl fue mayor, pero mucho menos complicado», observó Yamada.
Sin embargo, hasta ahora la responsabilidad sobre la central sigue en manos de la privada Compañía de Electricidad de Tokio (Tepco), una empresa con poca pericia en materia de limpieza, alertó.
Son alrededor de 400 las firmas que actualmente realizan tareas de limpieza en Fukushima Daiichi, según el ingeniero, que explicó que la elaborada y compleja estructura de las subcontrataciones se interpone en el camino de los veteranos que quieren trabajar en el sitio.
Yamada culpó al íntimo vínculo entre las autoridades japonesas y el sector empresarial de la negativa gubernamental de quitar el proceso de limpieza de la órbita de Tepco. El éxito o el fracaso de esa limpieza afectará a las generaciones futuras en todo el planeta.
Abunda la desconfianza
Los cercanos lazos con la industria, la cambiante información sobre seguridad, los dudosos conteos sobre la radiación y las contradictorias actualizaciones sobre la situación de Fukushima Daiichi contribuyen a acrecentar la desconfianza hacia la voluntad del gobierno japonés de proteger a sus propios ciudadanos.
Mientras los médicos continúan desestimando problemas sanitarios emergentes y altos investigadores se niegan a atribuir las anormalidades a la radiación, el sistema médico japonés también ha perdido la confianza de un sector cada vez más consciente de la población japonesa.
Este mes, la prefectura de Fukushima presentó las conclusiones de su última investigación sobre salud, según las cuales 42 por ciento de los 47.000 menores examinados tienen nódulos o quistes en la glándula tiroides. Ese guarismo es muy superior al 1,6 por ciento registrado en otro estudio de su tipo realizado en 2001 en Nagasaki.
Pero cuando se le preguntó sobre el vínculo con la exposición a la radiactividad, Shinichi Suzuki, investigador de la Universidad Médica de Fukushima que dirigió la investigación, sugirió al canal alemán de televisión ZDF que las conclusiones pueden ser un reflejo de la dieta de las niñas y niños japoneses, rica en mariscos.
«Suzuki le está mintiendo al pueblo japonés», dijo a IPS la pediatra Yurika Hashimoto, que tiene 15 años de experiencia. «La gente ya no les cree más», agregó.
Hashimoto no ocultó su desconfianza hacia buena parte de la información divulgada por el gobierno y las altas esferas del sistema médico. Hace poco, para limitar su propia exposición a la radiación, se mudó de Tokio a Osaka.
Diarrea, hemorragias nasales, infecciones de la piel y conjuntivitis son algunos de los muchos síntomas que vio en sus pacientes, tanto dentro como fuera de la prefectura de Fukushima, desde el desastre de marzo de 2011.
Sin embargo, cuando los pacientes presentan estos síntomas a otros médicos, con frecuencia estos los ridiculizan o ignoran, dijo Hashimoto.
Los ciudadanos se vuelven activistas
A Kazko Kawai, residente en Shizuoka, le lleva cinco horas llegar a Fukushima. Se sintió ajena a la crisis nuclear hasta que funcionarios del gobierno local decidieron empezar a quemar escombros contaminados que habían inundado su región, relató a IPS durante una visita a Nueva York.
Kawai se contactó con varios médicos internacionales para invitarlos a una recorrida de cinco ciudades que funcionaría como clínica ambulante y centro de información para ciudadanos comprometidos.
«En todas partes a las que íbamos había los mismos síntomas», dijo Dörte Siedentopf, médica alemana retirada que durante 20 años trabajó con niños sobrevivientes del desastre de Chernobyl, en una entrevista filmada con Kawai.
En esa entrevista, Siedentopf, hablando a la par de su colega estadounidense Jeffrey Peterson, profesor del Departamento de Medicina Familiar en la estadounidense Universidad de Wisconsin, desplegó una lista de conclusiones que coinciden ampliamente con las de Hashimoto.
Aunque es demasiado pronto para decir cuáles de los síntomas son causados por la radiación nuclear, estos demuestran la necesidad de realizar investigaciones epidemiológicas más amplias, así como de una mayor empatía por parte de los médicos que brindan atención primaria, dijo Peterson.
«A la gente no le hace ningún bien decirle que no debería preocuparse. Estas ansiedades y preocupaciones son muy reales», enfatizó, agregando que, en cambio, los médicos japoneses tienen la oportunidad única de definir verdaderamente los efectos de la radiación de modos que no eran posibles luego de Chernobyl, hace 26 años.
En un comunicado emitido el lunes 26, el relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la salud, Anand Grover, quien hace poco regresó de una misión de 11 días a Japón, urgió al gobierno de ese país a controlar a un sector más amplio de la población.
Grover, cuyo informe independiente completo se presentará ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en junio de 2013, se reunió con distintos actores, entre ellos el gobierno, médicos, representantes de la sociedad civil y habitantes de las zonas afectadas.
Se mostró preocupado porque los residentes implicados no hayan tenido injerencia «en las decisiones que los afectan», y enfatizó que esas personas deberían participar en los procesos de toma de decisiones, lo que incluye «procedimientos de implementación, control y responsabilización».
Mientras, ciudadanos escépticos continúan protegiendose lo mejor que pueden, en lo que se ha vuelto la nueva normalidad desde marzo del año pasado.
Ante la pregunta de cómo cambió su vida cotidiana desde el desastre, Kawai extrajo de su bolso un dispositivo digital con forma de vara. «Mide los rayos gama. Ahora todos tienen uno», explicó con total naturalidad.