Por Julio Rudman
«La derecha es tan cruel como lo permite la coyuntura»
José Pablo Feinmann
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, dicen que dijo alguna vez Luis Sandrini. Esa sensación de ambigüedad y similitud tratan de instalar en estos días en el imaginario social. Veamos algunos ejemplos.
El más burdo, grosero, es la comparación entre los sucesos de diciembre de 2001 y los de esta semana que pasó. Ya volveré sobre eso.
El sábado 22 de diciembre murió en Mendoza la notable periodista Pilar González. A los 48 años el cáncer, esa forma biológica de la maldad, nos dejó sin su dignidad y compromiso con las mejores causas. Hasta el momento de escribir estas líneas todavía no han culpado de su muerte a la presidenta, al gobierno nacional o al provincial. Sé que parece una humorada oscura en un momento de dolor generalizado entre nosotros, sus colegas, sus familiares y amigos, pero lo que puede leerse como exageración no lo es. He aquí un caso que me da razones suficientes para pensar así.
Hace unos días en un accidente en la ruta que une la ciudad de Mendoza con el Valle de Uco, Armando Genco, poderoso empresario en el rubro automotores de alta gama, se mató y mató a la conductora del vehículo al que atropelló frontalmente con su moto, a más de 170 kilómetros por hora. El dato surge del informe pericial que también confirma que el criminal muerto cruzó de carril a esa velocidad. Fue despedido como un prócer y me recordó aquella lección de Rogelio García Lupo: basta ver las necrológicas de un poderoso en los diarios para entender las tramas que se tejen en esa sociedad. Las políticas, empresariales, sindicales y personales. Todos o casi todos rindieron pleitesía a un irresponsable de 54 años que, a su vez, destrozó dos familias. La suya y la de Ana Ferreyra, la otra víctima, a quien, claro, la prensa seria dejó en un oscuro segundo o tercer plano. El diario Los Andes, el hijoputativo mendocino (así, todo junto, suena más apropiado) de Clarín, responsabilizó del crimen al gobierno nacional y a los sucesivos gobiernos provinciales por no haber terminado el trazado de la doble vía en ese trayecto de la ruta. Resulta que un tipo lleva un arma móvil a casi 200 kilómetros por hora, se cruza de calzada, mata a una mujer joven, hiere a dos personas más, se mata él y la culpa la tienen Cristina y Paco Pérez. Si no fuera trágico sería cómico.
Algo así sucede con los robos a supermercados, estaciones de servicios y negocios medianos y pequeños de diversos lugares del país. En algunos casos ni siquiera roban. Destrozan todo y se van, encapuchados como vinieron. No es lo mismo aprovechar una situación social caótica que intentar crearla. En diciembre de 2001 el tejido ciudadano argentino no sólo estaba roto, estaba hastiado, humillado, vejado y hambriento. El cepo bancario impuesto por Cavallo arrastró también a la clase media a sumarse a la pueblada. Claro que hubo dirigentes oportunistas y veniales que se subieron al carro de los saqueos, pero la realidad pedía el fin del despojo.
Hoy un grupo de forajidos sindicales y fracasados políticos (alguno prometió una «guerra nuclear» contra el gobierno y, sin embargo, no pudo llenar de petardos navideños la Plaza de Mayo) parece perpetrar esta maniobra desesperada que denota debilidad en quienes eran, hasta hace nada, todopoderosos movilizadores de multitudes. Pues bien, estos tipos afirman que Cristina Fernández mandó a destruir a los locales de los comerciantes chinos y coreanos, a robar televisores y otros electrodomésticos, bebidas alcohólicas y ropa de marcas top. Hubo quien sugirió que el fallo del tribunal tucumano que dejó impune el secuestro y desaparición de Marita Verón también fue una maniobra maquiavélica del kirchnerismo para impulsar la democratización de la Justicia, esa corporación aristocrática enquistada en nuestra vida cotidiana. Insisto, si no fuera trágico sería cómico. A propósito, ¿alguien sabe qué es de la vida de Eduardo Duhalde?
Estoy esperando un informe que asegure que la actividad del volcán Copahue, en Neuquén, también es responsabilidad de Cristina, Guillermo Moreno o algún otro funcionario del Ejecutivo nacional.
Quedará, de esta nueva anécdota destituyente, un interesante descubrimiento genealógico. Dicen las buenas lenguas que la investigación científica constató que el segundo apellido de varias figuras del panorama nacional muestra una rara coincidencia. A saber: Hugo Moyano Plasma, Pablo Micheli Plasma, Jorge Lanata Plasma, Alberto Fernández Plasma, Patricia Bullrich Plasma, Elisa Carrió Plasma, Joaquín Morales Plasma (Solá es artístico), Oscar Aguad Plasma, Jorge Altamira Plasma, Vilma Ripoll Plasma, Ricardo Alfonsín Plasma, Mauricio Macri Plasma y siguen las firmas.
Todos hijos de la misma madre que los remilparió. Amén.