Por Santiago del Campo
Saludamos a Piers Morgan, a la prensa libre y a la prensa progresista de Estados Unidos. Esta prensa siempre ha sido un ejemplo de lucidez y consecuencia. A lo largo de generaciones, la prensa progresista de habla inglesa y sus protagonistas, han alentado mucha esperanza alrededor del mundo.
Pude ver personalmente aquel programa de CNN, en las horas posteriores a la matanza de niños en esa escuela primaria de Newtown, la emisión televisiva donde Piers Morgan se rebeló en contra de la apatía de sus invitados respecto de la posesión de armas en Estados Unidos, y protestó y clamó por que alguna vez los ciudadanos de Estados Unidos pongan fin a esta carrera armamentista irracional de los ciudadanos. Antes, Barack Obama había llorado en TV costa-a-costa.
Después, mientras la Asociación Nacional del Rifle (NRA) movilizaba a sus casi cinco millones de miembros para culpar a la mente individual no constitucional por los homicidios recurrentes con armas de fuego, los neocon estadounidenses y sus aliados neolib exigieron su deportación inmediata del país (Morgan es británico.) A esta altura, la campaña que crearon lleva más de 60.000 firmas en apoyo de despedir a Morgan hasta el otro lado del Atlántico.
Saludamos a Piers Morgan, a la prensa libre y a la prensa progresista de Estados Unidos. Esta prensa siempre ha sido un ejemplo de lucidez y consecuencia. A lo largo de generaciones, la prensa progresista de habla inglesa y sus protagonistas, han alentado mucha esperanza alrededor del mundo.
Cuando Estados Unidos pone fin con decisión política a la segregación racial entre los años ’60 y ’90, la segregación racial se desploma a través del mundo. Cuando algunos de sus estados (y el mismo gobierno Federal) repudian sus estatutos homofóbicos y abren la puerta legal a la igualdad de géneros y a la diversidad sexual, esas discriminaciones retroceden hasta quedar atrincheradas en minoría, aunque combativamente, en muchas otras partes.
Será difícil contrarrestar al lobby de las armas. Pero Estados Unidos tiene todavía un fondo cultural para derrotarlo en algún plazo razonable. Y, si Estados Unidos lo derrota, las secuelas serán imparables, para mejor, en el planeta.