Por Javier Tolcachier
Por estos días se celebra en Beijing el XVIII Congreso del Partido Comunista de
China. Se espera, junto a la oficialización de los lineamientos generales de la política
china para los próximos cinco años, el recambio de su liderazgo político.
¿Qué desafíos enfrenta el Dragón? ¿Cuáles son las opciones escogidas por su cúpula
directriz?
Para cualquier análisis sobre China, lo primero a tener presente es su principal
problema y su primordial virtud. Las dificultades en el Reino (o Imperio) del Medio,
mucho antes de ser políticas, económicas, sociales o espirituales son sencillamente
demográficas. Y las más de 1300 millones de partes en las que se divide este
problema y esta virtud se magnifican hoy en razón de una creciente identidad
personal.
Así las cosas, no es indiferente para el mundo lo que suceda con este quinto
poblacional planetario.
A efectos de este breve artículo, pongamos en trazos breves los retos a
los que la quinta generación de dirigentes chinos intentará sobrevivir.
En el campo social, un enorme abismo separa a las clases rurales (aproximadamente
un 60% de la población total) de las urbanas, ubicadas en el cinturón costero que
sirvió de fábrica del mundo en los últimos decenios. La ubicación costera es parte
de la explicación del boom económico chino cuyo expediente ha sido sencillo:
deslocalizar de otros países empresas de manufactura de bienes de consumo a
través de la utilización de mano de obra barata y dócil. Pero la mano de obra en la
costa, ya no es tan barata ni tan dócil. Además la migración campo ciudad, similar a la
inmigración en Occidente, en teoría prohibida pero funcional al interés empresarial, va
produciendo, al igual que en otros puntos, impresentables problemas en las periferias
de los centros industriales.
En el campo económico, el eco-tecno-desarrollismo en ciernes, hace que el esquema
productivo chino se vuelva crecientemente obsoleto. Por ello, escondiendo el
delictivo pasado de primer copista mundial, China intentará luchar ahora en el campo
tecnológico científico patentes en mano, lo cual augura un conflicto de severas
dimensiones en este campo. Uno de los líderes mundiales en polución, pondrá en
marcha discursos ecologistas y poco a poco también medidas que le ayuden a salir de
su dependencia de la energía fósil (primariamente carbón).
En general, la apuesta será proporcionar el actual modelo productor con una
componente de mayor valor agregado tecnológico (sobre todo en la costa),
desarrollando mucho más el sector financiero y el de servicios. En otras palabras, el
Dragón intentará volar hacia la revolución postindustrial, siguiendo y compitiendo en
este campo y “con características chinas” – según reza siempre la retórica oficial – con
el modelo de parientes o vecinos como Taiwán o Singapur.
La producción industrial primaria irá más hacia el “interior”, donde las bocas
hambrientas alimentarán al moloch fabril. Y la infraestructura necesaria para conectar
interior y costa, en una orografía no tan amable como la china, será un buen sector en
donde invertir los billones ahorrados en los últimos decenios.
En el campo político, la paradoja es evidente. El lugar con más habitantes del planeta
es gobernado por un grupo ínfimo de nueve personas, en base a una ideología
obsoleta y ya sin arraigo verdadero. El régimen intentará una descompresión a través
de mecanismos electivos en la base social y de consultas no vinculantes, intentando
que nada de esto afecte la estructura de poder central, que hoy en la práctica se
comparte de algún modo con una creciente influencia provincial.
Prohibidísima quedará como hasta ahora, toda expresión política no controlada y
disidente, prohibidísimo todo gesto de autonomía verdadera que provenga de las
culturas silenciadas y oprimidas. Algo más tolerada que hasta ahora, será la expresión
de espiritualidad, sobre todo tradicionalista, con la esperanza de que ésta, al contrario
de lo que ha sucedido en distintos momentos de la historia china, opere en definición
marxista, como el “opio del pueblo”. El control continuará intentando reprimir el
campo de la lamentablemente imprescindible virtualidad electrónica. Y aunque intente
mostrarse eficaz, serán mazazos al aire.
Por otra parte, el sistema prevé seguramente la asunción como presidente de Xi
Jinping y acaso de Li Keqiang como primer ministro, en reemplazo de Hu Jintao y
Wen Jiabao, intentando de ese modo equilibrar la lucha de poder entre la facción de
los “príncipes” (parientes de poderosos), ligados al Grupo de Shanghai y el grupo de
los “tuanpai”, cercanos al actual presidente (cuyas carreras están más vinculadas a las
lides intrapartidarias). En nuestra opinión es probable que esta división manifiesta en
las filas del partido devenga en conflicto, sobre todo si las cosas no salen como está
previsto.
Hacia el exterior, el gigante chino intentará esconderse detrás de un biombo,
presentándose con los dientes afilados y un potente arsenal nuclear como “garante
de la paz” y país en desarrollo. En la práctica, operará moderadamente junto a
Rusia (y en alianza con países de Central Asia en la Cooperación de Shanghai)
como contrapeso militar al despropósito que significa hoy la presencia mundial
norteamericana. Por otro lado, fortalecerá ciertamente el multilateralismo creciente y
acaso sea factor positivo en la reformulación de las instituciones internacionales.
Pero aún teniendo éxito (hecho que consideramos en sí dudoso) en los problemas que
se apresta a resolver, hay un gran frente de tormenta que el XVIII Congreso no podrá
ver ni solventar, porque está lejano a su mirada. Es el frente generacional. El abismo
más imponente es la distancia que imponen las sucesivas generaciones actuando en
un mismo espacio, aunque desde temporalidades internas diferentes.
En China, este escenario, esta aceleración, cobra connotaciones quizás especiales
por su significativa irrupción en una sociedad tendiente culturalmente a conservar
características estructuradas.
Así coexisten hoy en ese lugar paisajes humanos formados aún antes de la revolución
comunista, ancianos que vivieron con febril entusiasmo o tremenda amargura juvenil
los primeros años de esa revolución, adultos que vieron luego caer todo aquello que
en un momento se consideró sagrado e intocable y por último, nuevas generaciones
para las cuales todo lo anterior es un relato no tan lejano en términos absolutos pero
casi tan antiguo como los ejemplarizantes cuentos confucianos o budistas que inundan
la literatura infantil china.
No es nuestra intención abarcar en tan pocas líneas el sentir de los cuatrocientos
millones de jóvenes menores de veinticuatro años que constituyen nada menos que un
tercio de la población de China. Pero sí es de interés, significar el enorme potencial de
tensión que hoy habita en las diferentes orillas del foso generacional en una sociedad
tallada durante dos mil largos años en hábitos de obediencia hacia los mayores y los
ancestros.
¿Qué vive en la imaginería de la actual juventud china? Sobre todo, la necesidad
de ensanchar sus límites, de explorar y avanzar por sobre estándares anteriores.
Así, cierta juventud urbana no difiere excesivamente de sus pares de otras ciudades
asiáticas o europeas. Pelajes y ropajes excéntricos se exhiben por doquier, el gusto y
la admiración por sensibles y estéticos personajes del cine, la televisión y la música, el
colorido, la diversidad, la autenticidad y cierta personalización del mundo son valores
compartidos por esa generación joven.
Por otra parte, la vertiginosa apropiación de las nuevas tecnologías deja sin aliento.
800 millones de celulares, más de 400 millones de usuarios de Internet, un 75%
de cobertura nacional por parte de un número cercano a las 500 estaciones de
televisión, son números que hablan por sí solos. La censura y el control actuantes no
pueden ni podrán con esta avalancha de conectividad. En la cabecera de un sitio web
llamado Danwei, muy popular entre los jóvenes de la ciudad, encontramos un banner
publicitario que nos resultó esclarecedor. Allí se invita a los internautas a contratar
un servicio que promete “desbloquear” todo contenido de la red, permitiendo navegar
desde una virtualidad liberada de fronteras nacionales o censuras antediluvianas.
Desde el punto de vista psicológico, es interesante recordar que estas nuevas
generaciones, nacidas después de los 80´, son – al menos en las ciudades –
forzadamente hijos únicos, y que la mayoría de ellos ha sido educada con el afecto y
las comodidades que habitualmente los progenitores reservan a tan preciados tesoros.
Pero que también sufren la presión de éxito que esas generaciones precedentes
proyectan desde su real o imaginada “falta de posibilidades” anterior.
De esta manera, esa juventud urbana (que de alguna manera marca el horizonte a
sus coetáneos rurales) está abocada al progreso material, a la obtención de títulos
terciarios, a lograr objetivos propios, alejada de toda sensibilidad centralista o de
masa, pero sin perder perspectiva de cierta globalidad en los problemas que los
afectan. No son ni comunistas ni capitalistas, sino “ellos mismos”, adoran los objetos
pero también los afectos, les importa mucho el lazo familiar pero en el contexto
de la propia libertad, están orgullosos de su país y su cultura pero aspiran a ser
cosmopolitas.
La amistad, los lazos humanos constituirán quizás la aspiración más fuerte de esta
generación, en apariencia hoy exclusivamente materialista, en un horizonte futuro.
Ésta posiblemente sea una compensación heredada de la carencia social producida
por el salto pendular de una sociedad anclada en el hermetismo y la inmovilidad social
hacia un mundo conectado y tremendamente dinámico.
Sin duda que desde el interior de esas nuevas generaciones y no desde este XVIII
Congreso, provendrán las verdaderas respuestas para ese gran pueblo.