Intervención en la presentación del libro «Perspectivas desde el Humanismo sobre las encrucijadas del mundo actual»
Me corresponde exponer sobre el humanismo en el momento actual. Pero no podría hacerlo sin
antes referirme brevemente al que hemos definido como el único y principal protagonista de
esta corriente de pensamiento y acción: el ser humano. Esa paradoja viviente que somos, esos
eternos desadaptados, que nunca terminan de acomodarse definitivamente en ninguna parte.
Esos extraños seres a quienes la evolución ha dotado con la insólita capacidad para escudriñar el
futuro…y anticipar así su propia muerte. Que pueden desplegar una violencia homicida y al mismo
tiempo experimentar empatía y compasión. Embutidos de ángel y bestia, apelando a una precisa
imagen con la que nuestro antipoeta se describió a sí mismo.
El largo proceso de humanización de esta especie tan particular ha sido por demás complejo y
duro, desde que comenzó a emerger de la animalidad profunda, desde el momento en que fue
capaz de domeñar sus instintos, acercarse al fuego y aprender a manipularlo en vez de huir de
él, como hacían los demás animales. Esa bestia desnuda, sin armas ni protección de ningún tipo,
arrojada a un mundo violento y despiadado tuvo que ingeniárselas a punta de cerebro para no
desaparecer, impulsada por el proyecto vital básico de superación del dolor y el sufrimiento.
Sin embargo, el curso de esta travesía no ha sido un ascenso continuo sino que tuvo avances
y retrocesos, marchas y contramarchas. Aún así, a medida que humanizaba su entorno,
transformando el medio natural en un ambiente social y cultural, también iba humanizándose
a sí mismo cuando intentaba comprender y delimitar su propia humanidad emergente. Como
se puede apreciar, todos han sido problemas arduos y difíciles de resolver, a los cuales se
han agregado aquellos otros generados por las sucesivas traiciones de algunos de sus propios
congéneres.
Porque hemos de reconocer que al ser humano se lo ha negado en innumerables ocasiones y de
distintas maneras a lo largo de su historia. Se lo ha sacrificado en el altar de alguna divinidad, en
aras de una idea o bien se lo ha cosificado hasta el extremo de despojarlo de todos sus atributos
humanos y muy especialmente del más importante: su libertad. Y cada vez que el ser humano ha
sido postergado u obscurecido, en beneficio de otros valores, siempre ha surgido algún humanista
o alguna forma de humanismo que lo ha vuelto a instalar como el valor central.
Ocurrió en Atenas, frente a la megalomanía persa y egipcia, con todas las limitaciones que
haya podido presentar ese intento en el marco de aquella cultura particular, puesto que
practicaron una suerte de “humanismo selectivo” que contradice completamente el espíritu de
integración que anima a esta corriente. También surgió en Italia y luego en toda Europa, frente
al oscurantismo medieval, irradiando una poderosa influencia que continúa hasta nuestros días.
En el Islam, para mencionar una cultura distinta a la nuestra, el humanismo ya apareció allá por
el siglo X en el califato de Bagdad, muy influido por los textos griegos y vinculado a la corriente
mística musulmana que es el sufismo.
Opuestos a todo fanatismo y rechazando cualquier atisbo de fundamentalismo, se empeñaron
sobre todo en difundir una actitud humanista, estilo de vida que puede resumirse en seis puntos:
1. Ubicación del ser humano como valor y preocupación central; 2. Afirmación de la igualdad de
todos los seres humanos; 3. Reconocimiento de la diversidad personal y cultural; 4. Tendencia al
desarrollo del conocimiento por encima de lo aceptado como verdad absoluta; 5. Afirmación de
la libertad de ideas y creencias; 6. Repudio de la violencia. En síntesis, la posición del humanismo
es esencialmente libertaria y su lucha siempre ha estado y estará dirigida a ampliar la libertad de
elección del ser humano.
Más de alguno estará preguntándose qué necesidad puede haber hoy del humanismo, si
disponemos de más libertad que nunca. Es una buena pregunta, pero habría que analizar qué tan
profunda es esa libertad que se esgrime como prueba. Es cosa de verificar las dificultades con las
que se han encontrado los estudiantes para cambiar el sistema educativo, o cuando se ha querido
modificar el esquema económico-social vigente. Cada vez que se intentan cambios de fondo, las
resistencias son enormes y se pone en marcha toda la maquinaria propagandística (e incluso la
represiva) para impedirlos. Esas resistencias son indicadores del alcance de nuestra libertad actual.
Ni que hablar de los condicionamientos personales, incrustados en nuestro siquismo por la acción
sostenida del sistema de creencias de la época.
Los humanistas de hoy tenemos una mirada un poco distinta hacia el momento histórico en que
nos toca vivir. Vemos que han emergido radicalismos culturales y religiosos que no existían hace
un siglo atrás y que tratan de imponer sus concepciones sin respetar la libertad. Por eso este
nuevo humanismo se llama Universalista: porque actúa en un medio mundializado intentando
propiciar el diálogo entre las distintas culturas y promover su convergencia hacia la construcción
de una Nación Humana Universal.
Pero sobre todo, se ha impuesto en el mundo un radicalismo económico, un nuevo absolutismo: la
tiranía del dinero. Quienes tienen el poder, que son siempre unos pocos como en toda tiranía, han
ideado una forma de ejercerlo con una habilidad nueva: haciéndonos creer que no lo ejercen, que
son leyes objetivas y “naturales” no controladas por nadie. Es un poder enorme que parece como
si no existiera, como si no hubiera ninguna intención detrás de su acción. Nos han convencido de
que la sociedad humana no es muy distinta a un ecosistema natural, aplicando las viejas tesis del
darwinismo social.
Por cierto que esto es falso, al menos por dos razones:
El ser humano no tiene naturaleza, si se entiende por eso algo fijo, inmutable: es historia es decir
proceso, cambio, intento, acierto y error. Es en definitiva tiempo. Postular que una sociedad de
personas pueda concebirse como algo fijo, inmutable y repetido hasta un absurdo infinito es una
trampa, una Trampa en el Tiempo.
También es falsa la difundida idea de que este sistema funciona solo, como si fuera la ley de
gravedad o algo parecido (con piloto automático, dijo alguna vez un avispado dirigente chileno).
Por el contrario, esto está diseñado, dirigido y controlado por un supra-poder: el capital financiero
internacional. Ellos son los creadores del orden actual y quienes se benefician de las sociedades
sometidas a su influjo, la chilena entre otras, como si el mundo fuese un potrero con vacas.
La existencia de un poder totalitario como el descrito, capaz de obligar a los gobiernos, las
sociedades y las personas a comportarse de acuerdo a su conveniencia, no es un ambiente
propicio para la libertad. Por ejemplo, ese poder compra a nuestros dirigentes quienes, una
vez electos, traicionan al pueblo que los eligió y operan como testaferros del Gran Capital en
cada país. Y si no estuviera claro el punto, bastaría con observar de dónde vienen y adónde van
nuestros ministros de Hacienda, todo lo cual ha puesto en evidenciar ante la ciudadanía las
insuficiencias y debilidades de nuestro sistema democrático. Así, el campo de libertad que parece
tan amplio hoy, en rigor se restringe a aspectos más bien secundarios, porque lo importante no es
debatible. Develar este engaño monumental es tarea de humanismo.
Pero la misión más urgente, sin duda, es detener a este Frankenstein enloquecido que está
produciendo sociedades enfermas, no sólo en lo social (que ya es bastante) sino también en lo
psicológico, al vaciar de todo sentido el quehacer humano. Porque si la sociedad se ha reducido a
una pura mecánica natural, ¿qué proyecto común, qué intención colectiva podría desplegarse? Si
la sociedad es concebida como competencia de unos contra otros, ¿a qué colaboración solidaria se
podría convocar? Y cuando el ser humano se queda sin un destino mayor hacia el cual converger
y por el cual jugarse, sucede que enloquece. ¿Cómo podríamos extrañarnos después si aumentan
las depresiones, los suicidios, la drogadicción y el alcoholismo? ¿Y con qué derecho podríamos
reprochar a los jóvenes su falta de participación?
Esa indiferencia se ha manifestado con nitidez durante la última elección. Pero también se
demostró que cuando los jóvenes deciden movilizarse con un propósito claro, pueden cambiar las
cosas. Y aquí hay una importante lección que podemos extraer para el futuro.
La acción totalizadora del Gran Capital ha producido –otra paradoja más- una sociedad cada
vez más desestructurada, fenómeno que se manifiesta, fundamentalmente, en la ruptura de los
hilos íntimos que hacen andar la historia. Se desarticula el tejido social y empieza a ir cada uno
por su lado, desconfiando del vecino. Pero, sobre todo, se desactiva el motor de la historia: la
dialéctica generacional. Las generaciones se abisman entre sí, no interactúan. Los jóvenes son
premeditadamente excluidos del proceso de toma de decisiones, con lo cual esos paisajes nuevos
que portan en su interior no pueden cuajar en el mundo social. Y cuando el motor se daña, la
dinámica histórica cesa. Entonces, las sociedades decaen, degeneran y se deshumanizan. Eso es lo
que está sucediendo hoy.
La historia es el tiempo social en movimiento, como dijo alguien por ahí muy bien. Las visiones
que comparten las generaciones más nuevas se van superponiendo y reemplazando a las ya
instaladas por generaciones precedentes, en una dinámica infinita. En este sentido, los verdaderos
protagonistas del proceso histórico son los jóvenes, porque a través de su lucha para instalar
una nueva sensibilidad en el escenario social, ponen en marcha ese proceso. Muchos de ellos,
anónima y espontáneamente, ya están experimentando nuevas formas de relación en pequeñas
comunidades cerradas al mundo. El próximo paso debiera posibilitar que esas experiencias
salieran a la luz y se pusieran en juego en el escenario público, porque seguramente ahí está el
germen del nuevo mundo.
Si la reactivación de esta dinámica colectiva que hemos descrito llegara a hacerse masiva –cosa
difícil pero no imposible- podría abrirse un momento humanista mundial porque significaría que la
intención humana ha roto los diques del individualismo para volver a intervenir en el campo social
y entonces –solo entonces- las sociedades cambiarán. No debieran extrañarnos demasiado las
campañas de desprestigio mediático o incluso la violencia represiva que los poderosos despliegan
contra los jóvenes: deben percibir oscuramente que ahí se incuba la verdadera amenaza.
Hoy esa nueva sensibilidad ya ha comenzado a movilizarse en algunos lugares del mundo, para
impedir que se eternice una concepción perversa que destruye lo mejor del ser humano y estamos
esperanzados por eso. Buena parte de los escritos del libro que hoy presentamos se inspira en el
renacimiento de esos movimientos sociales y si este proceso sigue adelante, entonces todavía hay
futuro.
Muchas gracias por su atención generosa.