Intervención en la presentación del libro «Perspectivas desde el Humanismo sobre las encrucijadas del mundo actual»
El mundo está más peligroso e intranquilo de lo que se ve, y muchos no nos
enteramos.
Algunas cifras que pasan por el lado:
El Instituto Heidelberg de investigación sobre conflictos internacionales (HIIK) nos
dice que durante el 2011 se registraron 388 conflictos armados en el planeta. De ellos,
38 se consideran como altamente violentos.
Es el mayor número de guerras desde 1945, el fin de la Guerra Mundial, el momento
en que se empezaron a observar los conflictos.
Seis de estas guerras se pelearon con similar intensidad en el 2010:
Pakistan, contra los Talibanes con 4.200 muertos; Iraq, cerca de 4.000 muertos por
ataques de grupos sunnies; Somalía en su combate contra grupos insurgentes de
al-Shabaab y Hizbul Islam, aumentó la cifra en varios otros miles, además de someter
a hambruna a sus habitantes. Este conflicto sumó 286.000 nuevos refugiados
internacionales. También está el caso de Darfur, Sudán, que agrega 180,000 muertos.
Once guerra en Nigeria, Cote d’Ivoire, el Kurdistán turco, Myanmar…
A ellas hay que agregar las muertes producto de la “Primavera árabe”, que agregó a
miles de caídos en Yemen, Libia y aún en Siria, matanzas que se vieron aumentadas
por la intervención de armamento pesado y de última generación proporcionado en
algunos casos (Libia) por potencias occidentales.
Si bien, el Medio Oriente, el Maghreb y la África Subsahariana son las regiones más
afectadas por conflictos de mayor violencia, América Latina tampoco ha escapado. El
caso más dramático es la lucha que encabeza el gobierno mexicano contra los carteles
de la droga que han llevado a la población a altísimos niveles de violencia y temor.
Por lo tanto, podemos decir sin temor a equivocarnos, que el mundo que vivimos hoy
no es más pacífico que el de fines de la segunda guerra mundial y que por el contrario
siguen aumentando los conflictos que suman millones de muertos cada año, cientos de
miles de desplazados, hambre, pobreza y postergación.
¿Pensaban que vivíamos en un mundo más moderno? ¿Más inspirado por la
liberadora razón, en sus gobiernos democráticos y en la garantía que les puede dar los
consensos económicos?
Pero, ¿por qué no tenemos conciencia de lo que ocurre en este mundo si nos dicen que
cada vez es más pequeño, más interdependiente, más interconectado?
¿Por qué esta ignorancia e indiferencia hacia nuestros vecinos de la aldea global, en la
tierra “más pequeña” en toda la historia de la civilización?
¿Por qué no estamos informados de esta violencia de la armas? ¿Y qué decir de las
otras formas de violencia: la económica, la religiosa, la racial?
Vivimos en un mundo altamente violento que los grandes medios, con sus intereses, y
sus financiamientos, sus ratings y farándulas, su apatía por la política y su desprecio
por los proyectos colectivos, no alcanzan a tomar. Porque esta violencia de las armas
es sólo una pequeña capa de toda la que realmente alcanzamos a notar.
Estamos también sentados sobre la violencia económica que expropia a los
trabajadores de su trabajo, que roba el agua de los campos, el aire limpio a los
ciudadanos, el ocio a las familias, el trabajo con sentido a los jóvenes. Es también
violencia física que apalea a manifestantes en pseudo-democracias que nunca
garantizaron el derecho a crítica o el uso libre de los espacios públicos. Es la violencia
psicológica y moral la que nos impide desarrollarnos libres y con sentido, para
encontrarnos con otros, desprejuiciadamente, en la confianza de los proyectos
compartidos. Es la violencia sexual, racial o religiosa que niega a las minorías sus
mínimos derechos que a otros con más poder sí se les reconoce, impidiéndoles
de paso realizarse como seres humanos sin temor a ser golpeados, despedidos,
discriminados.
Pero, ¿cómo cambiar estas cosas en este desconocimiento? ¿Dónde quedó el hombre y
su esfuerzo civilizatorio? ¿Es posible vivir en un mejor planeta?
¿Cómo cambiar las cosas, como creer en el progreso, si ni siquiera estamos
conscientes de esta violencia?
Es evidente que el cambio humano parte antes que todo por una toma de conciencia.
Es desde ahí que surge el reencuentro con lo humano, con el otro, con el sentirse uno
con el dolor ajeno. Es donde nace la rabia por la injusticia y donde se encuentra la
compasión. Es desde ahí también donde surge la motivación, la fuerza moral y afectiva
que impulsará luego a su compañera, la razón, hacia la organización, a la coordinación
social que orienta hacia acciones concretas, materiales y físicas, ya que sin éstas todo
esfuerzo, sentimiento y reflexión se vuelve inútil.
Es la acción inspirada en la razón y la fuerza interna de la conmoción, la que nos da
sentido hacia un objetivo que hace trascender y nos hace soñar con la superación de la
violencia y el sufrimiento.
Porque es sólo la acción concreta y real de los ciudadanos, del colectivo, de la
comunidad, al final, lo único que da sentido para el cambio y que es consecuencia de
las fuerza del afecto y de la reflexión.
Por eso es tan importante la labor que impulsa hoy Pressenza. Porque ella, junto a
otros miles de otros “luchadores de la mente”, como decía Lennon, luchadores que
se proyectan en la idea de que al final del túnel se encuentra una nación humana
universal, se unen a la labor de toma de conciencia, de conocimiento de lo que hoy
ocurre.
Son en este sentido, vanguardia. Vanguardia en un tiempo que huele a fin de oscuridad
por una serie de hechos “iluminados” que surgen hoy desde los ciudadanos y no desde
el poder.
Pressenza así, se une a estos “luchadores de la mente”, tan necesarios hoy para hacer
conocidas las luchas, las causas, las tareas pendientes, ya que éste, el conocimiento,
es el primer paso para la toma de conciencia necesaria para la construcción del nuevo
mundo.
Así que gracias Pressenza, gracias por esta oportunidad de juntarnos hoy, por este
libro, y para encaminar, para juntar en esta tarea, la más importante de todas. La
única que debiera ser, en realidad.
Muchas gracias.