Análisis de Pierre Klochendler
Poner fin a la primera operación militar israelí desde que la Primavera Árabe cambió Medio Oriente dependió tanto del músculo diplomático sobre Israel y Hamás como del alcance de los golpes que intercambiaron. Para el primer ministro Benjamín Netanyahu, el cese del fuego debe durar al menos hasta su reelección.
Si bien calculó muy bien sus tiros cuando inició la operación Pilar de Defensa el 14 de este mes, Netanyahu sabe perfectamente que Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) va a calcular los suyos en cuanto al cese del fuego acordado miércoles 22.
Un acuerdo sin papeles, que deja espacio para las maniobras israelíes, fue la vía preferida para evitar una quizás peligrosa incursión terrestre en Gaza, como mínimo porque el primer ministro aprendió las lecciones del asalto Plomo Fundido (2008-2009) contra Hamás, que terminó con el Estado judío acusado de crímenes de guerra y con un acuerdo de 43 páginas jamás respetado.
El nuevo pacto es informal y se estructura en dos fases.
Primero, «calma versus calma»: un cese inmediato de los ataques con misiles contra civiles y tropas israelíes en la frontera con Gaza y de los lanzados desde el Sinaí por guerrillas palestinas. Hamás debe imponer este arreglo a todas las facciones.
A cambio, Israel debe detener simultáneamente el bombardeo a Gaza y los asesinatos de militantes palestinos, pero no las acciones preventivas de potenciales ataques contra israelíes iniciados desde la también ocupada Cisjordania.
Mientras la fase uno se ocupa de la aplicación del cese del fuego y la puesta a prueba de su efectividad, la fase dos incluye conversaciones para un acuerdo de largo plazo, con participación de garantes de Egipto y de Estados Unidos.
Pero la perspectiva de una tregua se ve incluso más comprometida por los intereses contrapuestos y las demandas de todas las partes envueltas en el control del cese del fuego.
Israel insistirá en obtener garantías de que Egipto bloquee el contrabando de armas desde el Sinaí hacia Gaza a través de túneles subterráneos. El Cairo ha tenido problemas para controlar la seguridad de ese territorio, en parte porque el gobierno islámico de Mohammad Morsi no quiere ser visto como órgano policial de Israel.
Si bien no puede influir en la disposición egipcia de aflojar el bloqueo de Gaza abriendo el cruce fronterizo de Rafah para los gazatíes y sus productos, Israel va a rechazar la pretensión de Hamás de que cese el sitio naval pues, argumenta, es el que frena el ingreso de armas a la franja. Pero tendrá que aflojar el ya inconducente cerco terrestre.
La operación militar israelí concluyó y, en términos generales, muy poco ha cambiado.
Netanyahu adoptó la receta del protagonista de la novela «El gatopardo», del italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie».
En realidad, para cambiar una o dos cosas de modo de dejar la situación sin cambios, Netanyahu aplicó, con prudencia pero con determinación durante todo su mandato de cuatro años, una estrategia de escepticismo nihilista ante los palestinos.
Funcionarios cercanos al primer ministro explican su descreimiento y vacilaciones respecto de las negociaciones de paz con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, invocando el fortalecimiento de Hamás, como resultado de que Medio Oriente se está volviendo más islamista, y el cisma entre la ANP en Cisjordania y su archirrival en Gaza.
En forma indirecta, dejar que Hamás crezca en Cisjordania habilita a que la derecha israelí detrás de Netanyahu se oponga a todo cambio en el régimen de ocupación de ese territorio palestino.
Hamás, mientras tanto, ha adquirido más popularidad que Abbas, como muestran las manifestaciones de apoyo en Cisjordania.
El movimiento islamista puede presumir de su papel de vanguardia de la resistencia palestina a la ocupación israelí. Después de todo, se las arregló para lanzar proyectiles M35 de largo alcance hasta Tel Aviv y Jerusalén.
También Hamás puede desplegar sus logros políticos. Durante los ocho días de acciones bélicas, fue cortejado por Egipto, Túnez, Qatar y Turquía. Un primer ministro y varios ministros viajaron a Gaza, desafiando el cerco militar israelí.
La operación de Netanyahu equivale a sepultar la estrategia de Abbas ante la ausencia de diálogos de paz significativos: solicitar que la Asamblea General de las Naciones Unidas respalde a Palestina como Estado no miembro el 29 de este mes.
La explotación del miedo entre los israelíes a un Hamás más poderoso, sumada a un mayor apoyo hacia el movimiento islámico en Cisjordania, constituye una carta electoral potente para el primer ministro en funciones.
Sin embargo, si los proyectiles regresan mientras esté en vigor el cese del fuego, Netanyahu corre riesgo de perder la reelección en enero, en especial porque el millón de israelíes que habitan en el sur, cansados de vivir bajo permanente fuego de artillería, esperan una solución que imponga la calma de una vez por todas.
Si Netanyahu no incluyó la campaña electoral como factor para iniciar el ataque, la perspectiva de su reelección fue, con certeza, un elemento importante para ponerle fin.
El sistema defensivo Cúpula de Hierro probó ser efectivo para interceptar los proyectiles lanzados desde Gaza.
Ahora, Netanyahu necesita otra «Cúpula de Hierro», que lo blinde de ataques de la oposición por haber mantenido todo como está, permitiendo que la situación empeorara en Gaza y en Cisjordania.