Camilo:
Soy en la actualidad un simple ciudadano. En esa condición te escribo. Compartí contigo un mismo techo partidario por veinte años. Durante ese período fuimos también compañeros de bancada en el Senado. En esos años tuvimos encuentros y desencuentros. No tiene sentido hacer aquí su registro. Por respeto a esa historia quisiera que pudieras considerar los argumentos que aquí expongo.
Estás hoy día en una posición muy relevante. Eres formalmente la segunda autoridad de la República. El empresariado te ha elevado a la condición de estadista. Lo mismo ha hecho El Mercurio.
Conozco algo de esto. Cuando fui ministro de Economía experimenté algo parecido. En esos años me definieron en El Mercurio como “la figura más preclara del socialismo”. Tú mismo en una reunión del Comité Central del PS me elevaste junto a Michelle Bachelet y José Miguel Insulza, a la condición de presidenciable del PS. Pero esas son historias muy viejas.
Juntos propusimos al país un proyecto —La batalla por el futuro— que en la víspera de la anterior elección presidencial buscaba proponer orientaciones para profundizar nuestro esfuerzo por más democracia y más equidad. Desgraciadamente, algo ocurrió, que impidió que nuestro esfuerzo pudiera perseverar. Desde allí nos fuimos distanciando hasta llegar a mi ruptura con el PS.
De mi experiencia he sacado como conclusión que no hay que marearse con el protagonismo del momento. Esa popularidad es siempre efímera. En Chile los poderes fácticos son expertos en usar a los incautos.
Esto es lo que han hecho con tus críticas a la idea de una asamblea constituyente. Tus palabras han sido la melodía que ellos quieren escuchar. Pero nuestra gente, está pasando de la perplejidad a la indignación. Son muy pocos en el propio PS los que asumen la defensa de tus posiciones. El propio Presidente del PS ha reconocido que la asamblea constituyente es un acuerdo unánime que el partido debe honrar. Te propongo debatir en serio. Por de pronto sintetizo mis argumentos.
Un nuevo plebiscito para una nueva Constitución
Chile requiere una nueva Constitución. Ningún problema importante podrá resolverse adecuadamente en el cuadro de la actual Constitución. La defensa en serio de la educación pública se topará con la libertad de enseñanza; la regionalización con el centralismo presidencialista; la recuperación de la soberanía sobre las aguas con la defensa de la propiedad privada; la discriminación positiva hacia las mujeres o el establecimiento de la multiculturalidad con la igualdad formal; la necesidad de un Estado ágil y atento para asegurar el paso del crecimiento al desarrollo chocará con el Estado Subsidiario y suma y sigue.
Nueva Constitución fue el consenso de las tres candidaturas de centro izquierda que disputaron la primera vuelta de la elección presidencial el pasado 2009. Tanto Jorge Arrate como Marco Enriquez-Ominami y Eduardo Frei consignaron en sus respectivos programas la necesidad de una nueva Carta Fundamental. En conjunto esas tres candidaturas obtuvieron un 56 %. Un acuerdo previo que hubiese puesto el énfasis justamente en la necesidad de una nueva Constitución podría haber cambiado el destino Chile. La segunda vuelta presidencial pudo haberse transformado en un plebiscito de hecho sobre el cambio o la mantención de las reglas heredadas de la dictadura sellando la derrota de Piñera arrinconado en la defensa de estas últimas. No ocurrió así y lo hemos pagado caro. Fue una buena oportunidad perdida.
Pero, el tema ha vuelto con mayor fuerza en estos años. Por primera vez desde 1990 la postura a favor de una asamblea constituyente que redacte y proponga al pueblo de Chile una nueva Constitución ha entrado en el debate nacional. De una invocación genérica a una Nueva Constitución se ha pasado a proponer un procedimiento concreto para alcanzar este objetivo. Mientras la idea de una nueva Constitución se mantuvo en un plano general aparecía como una invocación más bien retórica desprovista de contenido. Así nadie se inmutó. La situación cambió completamente del momento que entra a la discusión una propuesta precisa de mecanismo apoyada por importantes sectores.
Es impresionante como se desató una reacción casi histérica en contra de lo que se buscó estigmatizar como la peor de las blasfemias. El espectáculo tiene mucho de grotesco y fue protagonizado por los partidarios de una Constitución que fue redactada por tres generales y un almirante y aprobada en un plebiscito fraudulento y abusivo. Esos mismos rasgan hoy día vestiduras en nombre de la democracia y la estabilidad institucional. Nada sorprendente. Lo que sí impresiona es cómo se sumó al coro una figura como tú, que pareciera estar abrazando definitivamente la causa de la gobernabilidad conservadora.
El planteamiento a favor de la asamblea constituyente tiene fundamentos difícilmente más sólidos. Esta es la forma prácticamente universal a través de la cual los pueblos han definido las reglas a través de las cuales regir su convivencia. ¿Qué más democrático que representantes elegidos por el pueblo redacten una Carta fundamental que sea posteriormente sometida a ratificación por ese mismo pueblo? Así se ha hecho y se continúa haciendo en la mayoría de los países. Así se hizo en la gran mayoría de los países de América del Sur. En Argentina y Bolivia, Brasil y Ecuador, en Venezuela y Colombia. La única excepción notable es el Uruguay porque allí, a diferencia de lo que ocurrió en Chile, los militares uruguayos tuvieron la decencia de someter a plebiscito la necesidad de una Nueva Constitución y simplemente lo perdieron con lo cual se mantuvo la antigua.
Los fundamentos de una asamblea constituyente arrancan de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano pasando por la práctica universal de la democracia. En el caso de Chile, la Declaración fundacional de la Alianza Democrática de 1983, antecedente directo de la Concertación, estableció claramente la necesidad de dotar a Chile de una nueva Constitución elaborada por una asamblea constituyente. En consecuencia, lo que se está proponiendo no es nada extravagante. Es simplemente consecuencia con las convicciones de siempre.
Chile representa en este plano una lamentable excepción. En realidad, ninguna de las constituciones que han regido por largos períodos la vida institucional del país ha sido el producto de una deliberación democrática y un pronunciamiento soberano del pueblo. Las tres Constituciones que nos han regido, la de 1833, 1925 y 1980 han sido el resultado de la presión oligárquica y militar. Somos además el único país que ha buscado transitar hacia la democracia manteniendo la Constitución heredada de la dictadura. En verdad, una vergüenza.
En las condiciones del Chile actual, el principal argumento a favor de una nueva Constitución a través de una asamblea constituyente es la profunda crisis de representatividad que afecta al sistema político. Hijo del sistema binominal amparado por la Constitución de 1980 en dos décadas éste se ha precipitado al más bajo fondo de la consideración ciudadana. Esto es extremadamente grave para la democracia. El descrédito del Parlamento y de los partidos hace que esta pierda toda capacidad de transformación. La solución va más allá de un cambio, por cierto importante, del sistema binominal. Se requiere algo así como una refundación. Este Parlamento tiene que dar un paso al lado. No para abdicar de sus prerrogativas pero si para hacer posible un pronunciamiento soberano del pueblo.
Se equivocan quienes sustentando la necesidad de una nueva Constitución se oponen a la asamblea constituyente bajo el pretexto de que esto supondría situarse al margen de la institucionalidad. No es así. La propia Constitución que nos rige establece que la soberanía recae en la Nación y que esta se ejerce a través de elecciones y plebiscitos. Se trata en consecuencia de introducir un cambio a la actual Constitución para hacer posible un plebiscito en el cual la ciudadanía libre e informadamente se pronuncie acerca de la mantención o el cambio de las actuales reglas.
La idea es simple: la institucionalidad chilena adolece de la legitimidad necesaria y mientras esta subsista la crisis de representatividad irá en aumento. Consultemos al pueblo. Si los partidarios del actual orden creen que este es el mejor para Chile que acepten el debate y convenzan al pueblo que esta es claramente la mejor opción, que este es el camino adecuado para acceder al desarrollo. Y que nos permitan a quienes discrepamos desplegar nuestros argumentos. En esto se puede ganar o perder. Lo importante es que todos nos comprometamos a aceptar los resultados. Si gana el Sí a la actual institucionalidad el sistema habrá alcanzado la legitimidad de la cual estaba desprovisto. Por el contrario, si triunfa el No a la actual Constitución se abrirá un proceso en el cual por primera vez en nuestra historia podremos resolver soberanamente sobre las reglas que nos habrán de regir.
Algunas voces se han levantado para decir que lo importante son las reformas y no el mecanismo a través del cual se concreten.
La democracia consiste en un conjunto de procedimientos para adoptar decisiones. Las formas importan. La participación de la ciudadanía es un factor determinante de la legitimidad.
Por lo demás, la idea de una asamblea constituyente ha emergido, precisamente, producto de la imposibilidad en el cuadro actual de sacar adelante las reformas necesarias.
Me encuentro entre los muchos que intentamos durante veinte años modificar la institucionalidad heredada de la dictadura por el camino de la acumulación interna de reformas.
Junto a muchos he llegado a la conclusión de que ese camino está agotado. La incapacidad del Parlamento para modificar algo tan evidentemente injusto y aberrante como el sistema electoral binominal, es la demostración más concluyente de que esa vía tocó fondo.
La forma como se resuelva esta discusión marcará por mucho tiempo los alineamientos políticos en el país. De aquí puede salir una oposición fortalecida con un proyecto de país inclusivo o generarse una fractura irremediable.
La oposición podría perfectamente unirse en torno a la demanda de un plebiscito para resolver esta controversia ¿qué cosa más normal que sea el pueblo el que soberanamente la resuelva? Para ello se requiere la aprobación de una reforma constitucional que permita el llamado a plebiscito. La movilización social podría alcanzar la fuerza necesaria como para que el Congreso se viera obligado a pronunciarse favorablemente.
Si no la hicieran, la elección presidencial debiera transformarse en un plebiscito de hecho. Apoyada por una importante movilización ciudadana, la recién electa Presidencia de la República tendría un mandato claro para avanzar hacia una nueva Constitución.
Si por el contrario, parte de la oposición se mantiene en posturas como las que has sostenido hasta ahora, las fracturas actuales se harán irreparables, porque no es posible pensar en el reencuentro de la oposición en torno a la mantención de un orden autoritario, centralista y neoliberal.
Otro argumento en contra de las asambleas constituyentes es que estas tienes lugar en momentos de crisis institucional y que este no sería el caso de Chile.
Esto no es así, las nuevas constituciones y las asambleas constituyentes tienen lugar cuando los países transitan a la democracia o se ven confrontados a la necesidad de iniciar un nuevo ciclo político. Este es justamente el caso de Chile. Estamos iniciando un nuevo ciclo y necesitamos democratizar nuestra democracia, hoy en día, enferma por la falta de energía y la crisis de representación.
No hay que esperar a que estalle una crisis institucional. De lo que se trata es de prevenirla.
Agradeciendo de antemano tu buena acogida, se despide,
Carlos Ominami
Publicado por El Mostrador