El interés creciente de amplios sectores juveniles por la participación y la militancia empieza a plasmarse en la posibilidad de concreciones políticas puntuales. El proyecto de ley presentado en ambas Cámaras del Congreso de la Nación que habilitaría a los jóvenes a votar de optativamente a partir de los 16 años va en ese sentido: darle cause a esa “chispa” juvenil que comienza a encenderse. En una sociedad que se transforma tan aceleradamente, es importante que cuente el voto joven. Amplía derechos, fortalece la democracia, renueva paisajes, genera interés, participación y decisión de los futuros cuadros sociales.
Luego de largas décadas de silencio los jóvenes comienzan -una vez más- a ser parte activa en la vida política y social. No sólo en Argentina, sino que el mismo fenómeno se manifiesta desde hace algunos años en Latinoamérica, Europa y en los países árabes. Una expresión que fue tomando distintas formas: a veces como “indignados” frente a gobiernos neoliberales y a un sistema inhumano, otras como apoyo a procesos populares transformadores y otras tantas con reivindicaciones puntuales pero de fondo, como las masivas movilizaciones de los estudiantes chilenos reclamando una educación pública, laica y gratuita.
Lo importante es que la dialéctica generacional motor de la historia, concepto planteado por Silo en su libro Cartas a mis Amigos, intenta ponerse en marcha una vez más. Cuando esta fuerza se estanca, los procesos sociales no evolucionan porque se “cristalizan” en un paisaje, en valores, creencias y sensibilidades de épocas pasadas. Pero cuando las nuevas generaciones comienzan a tener tropismo hacia la participación, hacia la conquista de espacios de poder y decisión, hacia la renovación de las estructuras sociales, ese motor de la historia arranca nuevamente.
Quienes vivimos la militancia estudiantil secundaria en los 90´ en Argentina, donde la apatía de los jóvenes de entonces apañaba cualquier intento de movilización por una causa justa, no podemos dejar de ver con alegría el interés de importantes sectores juveniles de hoy por la participación política. Agrupaciones de distintas tendencias son ahora el ámbito de inclusión, son el molde que da cabida a ese fuego movilizador que toma calor poco a poco. El abismo generacional se achica cuando los jóvenes quieren decidir, involucrarse, romper con valores y paisajes conservadores. La dirección que tome esa fuerza juvenil es la cuestión: que tenga el signo humanizador de la no-violencia es de suma relevancia para asegurar el futuro coherente del impulso transformador.
En ese sentido es importante que la atracción juvenil hacia la participación política se plasme en conquistas precisas: los proyectos de ley para habilitar el voto desde los 16 años presentados en Diputados por Diana Conti, en la Cámara de Senadores por Aníbal Fernández y respaldado por distintas fuerzas progresistas, son propuestas precisas que canalizan ese renovado interés. Igualmente, la propuesta de bajar la edad para el sufragio es un reclamo histórico de fuerzas como el Partido Humanista que lo tiene como bandera en sus bases políticas desde la década del 80’. En el polo opuesto se ubican la Iglesia, el diputado Francisco De Narváez, Patricia Bullrich, y tantos íconos de los sectores más retrógrados de la sociedad argentina. Es así porque consideran a los jóvenes como “poco preparados” para sufragar a los 16, aunque para la misma gente sí están listos para ser imputados desde edades más tempranas.
Es necesario consolidar la democracia actual y profundizarla generando mecanismos que posibiliten una Democracia Real. Incluir a las minorías –como son los inmigrantes- en el derecho a voto, implementar el voto electrónico, las consultas y plebiscitos vinculantes, descentralizar las cuestiones públicas hacia las localidades y comunas, terminar con los monopolios mediáticos, sindicales, políticos y económicos son la senda a caminar por quienes anhelamos un futuro provechoso para el pueblo argentino.