Ese artículo que apareció el 8 de mayo en el mismo periódico y fue traducido por Sin Permiso. En el explicaba los motivos que subyacen a mi comportamiento y argumentaba que se trata de un caso legítimo de desobediencia civil, es decir, un imperativo categórico para cualquier persona con conciencia cuando el Estado lleva a cabo actos evidentemente inmorales.
A raíz de mi artículo, muchos ciudadanos israelíes escribieron al periódico preguntando ¿cómo puede seguir siendo concejal y llamar a la desobediencia civil; ¿cómo puede un cargo público pedir que se viole la ley? Y así en todas las variantes del conocido proverbio «no escupir en el pozo del que se bebe», poniendo mayor énfasis en el continente (yo mismo) que en el contenido.
El problema que plantean estas críticas tiene que ver con una cuestión importante en la administración de la res publica: la relación entre «ley» y «ética». Y estoy convencido de irritar de nuevo a quienes disienten conmigo: no rindo culto ni a la «ley» ni al «Estado «.
El Estado no es un valor en sí mismo, sino nada más ni nada menos que un marco organizativo para la gestión de la sociedad, y la ley no es otra cosa que un conjunto de normas previstas para regular relaciones. Ambos, el estado y la ley, son «males necesarios», lógicos y razonables, siempre y cuando haya un lazo ideológico entre el Estado, sus leyes y sus ciudadanos.
Pero no es mí caso, ni el de muchos otros. A lo largo de los años, el Estado ha ido despojándose de una visión humanista (aunque hay gente que dice que nunca la tuvo). Y ahora, cuando los nacionalistas gobiernan, y se han desprendido de cualquier resto de la moral, nuestro compromiso con la normativa vigente se ha reducido al mínimo – y , a veces, ni siquiera eso.
Si puedo elegir entre violar la ley o cumplir mi función respetándola, elijo lo segundo sin dudarlo. Pero cuando todas las vías legales se cierran, y los cancerberos de la ley me impiden hacer mi trabajo en la legalidad, no voy a hacer como el héroe de Kafka en «Ante la ley» y esperar hasta que tengan a bien dejarme pasar. La observancia de la ley es deseable, pero no un valor supremo.
Más aun, para ayudar a las personas para las que fui elegido estoy dispuesto a circunvalar la ley. No es nada original, lo se: los ortodoxos siempre han dicho y hecho lo mismo, como también los colonos tras la evacuación de la Franja de Gaza. Ahora es nuestro turno de decir: ese no es nuestro camino, no avalamos las injusticias que aquí se perpetran, esta forma de actuar del Estado no es la nuestra, no compartimos sus valores, y sus actos en los Territorios Ocupados no son ejecutados en nombre nuestro.
Mi objetivo, por lo tanto, es socavar la ocupación desde dentro. Para las personas con conciencia, es más que un derecho: es un deber.
No inventamos el método: Feiglin lo utiliza en el Likud (1) y los colonos derechistas llevan a cabo programas de preparación para-militar cuyo objetivo es tomar el control del ejército desde dentro. A mi también me gustaría colocar a nuestros jóvenes en puestos estratégicos, para cambiar las cosas desde dentro.
De todos modos, me asigné al frente político, sin ocultar mis objetivos. Antes de ser elegido, declaré públicamente que no estoy de acuerdo con una ley que permite la demolición de viviendas de familias inocentes que las construyeron sin permiso porque no tenían otra opción.
No me importa lo legal que sea una acción del gobierno, sino si es moral. De hecho, nunca he comprendido a mis amigos liberales que están en desacuerdo con la construcción de asentamientos sin permiso gubernamental, como si los construidos con el aval del gobierno fueran más aceptables. Han caído en la trampa de la derecha, que diferencian entre asentamientos ilegales y aquellos que son construidos con la aprobación del Estado, como si ello los hiciera legítimos.
La ley no legitima el robo de tierras palestinas aunque sean «confiscaciones» impecablemente legalizadas u otros actos flagrantemente inmorales. Ninguna ley puede dictarme lo que moralmente puedo o no puedo hacer, porque solo mi conciencia puede discriminar entre lo bueno y lo malo, no entre lo legal y lo ilegal.
Por lo tanto, me resulta extraño que la gente pregunte si estoy dispuesto a violar la ley por el bien de la población a la que represento: es algo implícito en la elección a un cargo público.
Y ahora un pequeño consejo: mucho cuidado con los políticos demasiado respetuosos con la letra de la ley: al amparo del «imperio de la ley» son muchos los políticos que prefieren no hacer grandes esfuerzos a favor de quienes le han elegido. Aquellos políticos a los que les importa un higo sus votantes suelen ocultarlo utilizando la ley como una hoja de parra.
El ayuntamiento de Jerusalén, donde ejerzo mis responsabilidades, está lleno de concejales que trabajan lo mínimo posible. Todos estamos familiarizados con leyes draconianas que solo merecen ser rotas, pero que siguen en vigor porque tenemos demasiados políticos que no se apartan de la letra de la ley, mientras que son pocos los políticos de verdad.
Para decir lo obvio: ¡las malas leyes no deben obedecerse! Y una ley que permite la demolición de viviendas no sólo es una mala ley, sino una ley perjudicial, una mancha en la sociedad israelí. Trabajare en su contra y la violare sin vacilar, hasta que alguien despierte.
Es curioso que quienes me critican provengan de grupos que se especializan en violar la ley. Los partidarios de Beit Yehonatan, Migron y Givat Ha’Ulpana (2) deberían ser los últimos en criticarme; o tal vez los primeros en entender mi postura. De hecho, hay una aparente similitud entre mi posición y la de aquellos derechistas que libremente violan las órdenes judiciales y construyen asentamientos en tierras palestinas privadas. Pero es sólo una semejanza superficial. Aunque ambos estamos dispuestos a violar la ley, nuestros objetivos son muy diferentes.
Ellos lo hacen para «redimir» la tierra, yo para promover la paz. El propósito es muy distinto y establece un abismo entre ambos: uno proviene de la esfera religiosa-nacionalista, el otro se origina en la esfera moral-humana. Lo que hace que ambas actuaciones sean no solamente diferentes sino incluso contradictorias. «En ese caso, justificas a los jóvenes de las colina» (3), dicen mis críticos. Intelectualmente puedo entender lo que hacen, pero nunca podré justificar una manera de actuar que creo que socava la paz. Un conocido periodista de una emisora de radio de derechas me llamó hipócrita cuando le contesté que no justificaba lo que hacían aquellos «jóvenes de las colinas». Él considera que esos colonos y yo actuamos de la misma manera, pero no comprende que no hay paralelismo entre ambos. Es el objetivo el que establece la diferencia, no el acto externo de violar una u otra ley.
Sé de sobra que el respeto selectivo de la ley solo puede provocar el caos. Es imposible articular un estado en el que cada ciudadano elige que cláusula de la ley respeta y cual no. ¡Eso es exactamente lo que persigo!
El caos acabaría con el estado; y quizás después sea posible su reconstrucción. Lo que tenemos hoy no se puede reparar.
Aspiramos a desmantelar el Estado, con la esperanza de que algo nuevo y mucho mejor surja de ello. Qué lástima de sangre derramada y de sueños rotos, pero saldremos de esta más fuertes.
Entre paréntesis: no soy un megalómano, me doy cuenta de que tal objetivo esta más allá de mis posibilidades, pero como dicen nuestros rabinos: «probablemente no veas terminar la obra, pero no por ello sos libre de abandonarla».
Notas: (1) Feiglin- colono de ultra derecha que lidera a un grupo de colonos que ingreso al partido Likud del primer ministro Nethaniu a fin de «coparlo» desde adentro. (2) Tres asentamientos que la Suprema Corte de Justicia ha ordenado desalojar, y los colonos se niegan a cumplir la orden. (3) La nueva generacion de colonos que construyen asentamientos sin el permiso oficial del gobierno.
Meir Margalit es concejal del Ayuntamiento de Jerusalén, cofundador del ICAHD y miembro del Comité Editorial de Sin Permiso. Actualmente hay una campaña internacional de solidaridad con Meir Margalit, a la que es posible [adherirse](http://www.change.org/petitions/israeli-minister-of-internal-affairs-support-human-rights-defender-meir-margalit)