Hay una fórmula que se aplica a la monarquía en Inglaterra: “reina pero no gobierna”. Lo mismo le pasa ahora a la [Cultura de la Transición](http://blogs.publico.es/fueradelugar/85/la-cultura-de-la-transicion-es-una-cultura-tutelada-y-que-tutela) (CT): aún reina pero ya no gobierna. Es decir, ya no manda en nuestra cabeza: no vemos con sus ojos, ni hablamos con su boca, ni escuchamos con sus oídos. Mientras monologa en la televisión y los periódicos, nosotros conversamos en la Red y las calles.
La CT se presentó siempre como la única alternativa posible al desastre: golpe militar, poder de la Iglesia, ETA. Pero cada vez la percibimos menos como protección de nada y más como una amenaza a todo. Recorta, precariza y privatiza la misma posibilidad de futuro. La política del PP no es una anomalía en la CT, sino el extremo de la misma cadena. Los “demócratas de toda la vida” que se horrorizan ante el desmontaje de los restos del Estado del Bienestar son bienvenidos, pero llegan tarde y mal. Porque lo que permite al PP hacer lo que está haciendo es la subordinación de la política a las necesidades cambiantes de la economía global y la criminalización y el ninguneo de toda posición crítica. Es decir, la CT.
Por todo eso me sorprende tanto la pregunta constante por los logros del 15-M. Están a la vista y son determinantes. [El clima 15-M](http://pressenza.com/npermalink/xcomo-se-organiza-un-climax) ha logrado reabrir masivamente **la pregunta política por excelencia:** *¿cómo queremos vivir juntos?* Es decir, cómo queremos gobernarnos, educarnos, curarnos, repartir la riqueza, etc. Una pregunta que la Cultura de la Transición ha mantenido cerrada durante décadas. “No hay pregunta, porque ya tenemos la respuesta”, nos decía. Representación, expertos, sistema de partidos y neoliberalismo.
La CT no nos enseñó a hacer preguntas. Nos enseñó a escuchar a los mayores con miedo, a repetir y conformarnos con lo que decían las voces autorizadas que aparecían en televisión: “esto es lo que hay”. La CT ha tratado de desactivar la cultura como interrogación crítica y autónoma sobre la sociedad. Nos decía quién podía hablar y de qué podía hablarse. Privatizaba la realidad. Hemos tenido que aprender a hacer preguntas por nuestra cuenta y de espaldas a la cultura oficial, en espacios de sombra. Durante años parecía que era cosa de locos, de marginales o antisistema. Pero hoy la realidad se cae a pedazos, las preguntas sobre la vida nos estallan en la cara a todos, casi me atrevería a decir que cualquiera está obligado a pensar críticamente. El 15-M pusimos juntos nuestras preguntas en el centro de todas las ciudades y de todos los debates. De golpe los consensos de la CT se vaciaron de sentido al grito de “lo llaman democracia y no lo es” y “no nos representan”.
La CT es hoy una cultura completamente desconectada de la realidad: está de cacería permanente en Botsuana. Gira en torno a sí misma, se ha vuelto loca. Política de tierra quemada y paracaídas de oro. Ignora, desprecia y teme a la gente. La realidad que aún logra configurar tiene cada vez menos legitimidad. Por eso la estrategia del miedo: meter en el cuerpo y la mente social todo el miedo posible, que aceptemos la CT como mal menor y único poder de salvación. Pero hay que leer también la estrategia del miedo como una señal de debilidad: ya no se obtiene nuestra adhesión por otros medios.
La CT nos lleva directos al desastre de la devastación económica, social, ecológica y la guerra de todos contra todos. Vaciar la CT y reabrir la pregunta política por la vida en común es lo mismo: nuestra única posibilidad de *autorizar el futuro*. Para todos.